Con las mejores intenciones, se generan los peores resultados

Esta frase de Oscar Wilde es, a mis ojos, la mejor descripción de lo que, sin darse cuenta, muchos padres hacen con sus hijos. Los padres se preocupan y actúan con sus hijos desde el amor, con el propósito de contribuir a su bienestar, a que estén felices y tranquilos, a que tengan amigos y un buen rendimiento escolar, a que sean personas competentes, autónomas, independientes y preparadas para enfrentar un mundo cada vez más competitivo. El problema está en la manera como actúan porque se paran frente a ellos como ‘expertos’, como si supieran de antemano qué es lo ‘correcto’: lo que los niños y los jóvenes tienen que hacer, cómo tienen que hacerlo y en qué momento deben hacerlo. Todo inspirado en la idea de que como ellos ya vivieron y pasaron por todo lo que están pasando sus hijos, pueden ‘aconsejarles’ cómo deben actuar.

La idea de partir de la propia experiencia para aconsejar a los hijos es válida en la medida en que sólo la experiencia genera el aprendizaje y el conocimiento necesarios para poder decir cómo se cree que se pueden hacer las cosas. Se aprende haciendo. El error está en pretender que los hijos hagan exactamente lo que hicieron sus padres y en la manera como ellos lo han definido, pues con esto están dejando de lado un “pequeño detalle”: la diferencia entre el contexto en el que ellos crecieron y en el que están creciendo sus hijos actualmente.

Como consecuencia de esto, la «teoría” que intentan transmitir y enseñar los padres a sus hijos (con la mejor intención) no “encaja” con la realidad que estos están viviendo, motivo por el cual los hijos no pueden cumplir las exigencias y los requerimientos de sus padres al pie de la letra como ellos quisieran. Esto empieza a generar en los padres una reacción cada vez más estricta, empiezan a ser más exigentes -aumentan los castigos, las prohibiciones, el control sobre los hijos, las reflexiones, los gritos, los llamados de atención, la confiscación de los celulares, la prohibición de salir los fines de semana…

Todo esto sustentado en una idea: “Como mis hijos se están volviendo cada vez más rebeldes, lo que necesitan es más disciplina, mano dura”. No se dan cuenta de que esa actitud restrictiva y agresiva es justamente la que crea más problemas en la relación y llega a romper el canal de comunicación con los hijos, quienes se sienten cada vez más aislados e incomprendidos y por lo mismo, obedecen cada vez menos los “consejos” de sus padres. El distanciamiento y la incomprensión exacerban la rebeldía en los hijos, que se manifiesta en distintos comportamientos: decir mentiras, ser groseros, incumplir sus deberes, etc. Pero todo esto no ocurre porque ellos ‘sean así’, sino porque el trato que reciben de sus padres los lleva a comportarse de esa manera. “Con las mejores intenciones, se generan los peores resultados”.

A mi consultorio llegan muchos padres desesperados en busca de un cambio en sus hijos. Yo les respondo con una de las sabias frases de Gandhi: “Si quieres cambiar el mundo, empieza por cambiar tú primero”. Me miran sorprendidos sin saber qué responder y después se toman 45 minutos de la consulta dándome una larga lista de quejas y reclamos: “Es que mi hijo no come a la hora que yo le digo…”, “Me desespera que mi hija no llegue a hacer tareas apenas sale del colegio como le he dicho que haga…”, “Yo quiero que ella tenga más iniciativa, que haga las tareas por sí misma y no porque yo le digo…” Por fortuna en mi consultorio no están los niños para oírlos, pues cuando me llaman unos padres para consultar por sus hijos y preguntarme cuándo puedo darle una cita a su hijo/a, les contesto: “¿Cuándo pueden venir ustedes? Porque los problemas de los niños siempre son los papás”.

Hace pocas semanas, unos padres llegaron a su cuarta sesión con la misma queja que habían planteado en la primera: “Mi hija no tiene iniciativa para hacer sus tareas ni tampoco las hace cuando le hemos dicho que tiene que hacerlas”. Entonces les dije: “¿Ustedes han hablado con su hija para escucharla y comprender qué le puede estar pasando? ¿Saben qué pasa en ella para que no pueda cumplir lo que ustedes le exigen? ¿Están seguros de que ella entiende por qué y para qué se lo están exigiendo?” Ellos se miraron sorprendidos, se quedaron unos instantes en silencio y a los pocos segundos la madre dijo: “No sé, nunca le hemos preguntado”.

Se requiere de los padres transformar su preocupación, su cariño e interés por sus hijos en cambios concretos que se vean en su forma de acercarse, relacionarse y tenerlos en cuenta. Esto les exige a los adultos cuestionarse sobre cómo están manejando los problemas con sus hijos, además de estar cambiando las estrategias en el momento de relacionarse con ellos, pues si un problema persiste, significa que lo que están haciendo para resolverlo, contrario a solucionarlo, lo está manteniendo y empeorando.

El reto está en ser capaces de educarlos respondiendo a sus dudas diarias, acercándose a ellos desde una ética para comprender, más que desde una ética para castigar. Como me decía un padre de familia hace unas semanas, “uno piensa que los niños son bobos, ¡pero no lo son!” Y estoy de acuerdo. Ellos son los expertos de su propia vida, pues son quienes mejor conocen el mundo al que se enfrentan diariamente. Por consiguiente, son ellos los que van a darles a sus padres la información y las herramientas necesarias para que estos puedan acompañarlos y guiarlos en su desarrollo y el primer paso para construir un canal de comunicación con los niños y jóvenes, es acercarse a ellos buscando comprender lo que les pasa diariamente en su vida ya que “siempre que encontramos un niño con características difíciles quiere decir que algo serio está pasando en su vida”. Este primer cambio ya es la mitad del trabajo y por lo que he visto en mis consultas, ¡el cambio se puede lograr!

Ximena Sanz de Santamaría C.
ximena@breveterapia.com
www.breveterapia.com

Artículo publicado en Semana.com el 29 de marzo de 2011

3 comentarios
  1. Hernan Moreno
    Hernan Moreno Dice:

    excelente. Me gusto esta parte: «…pues si un problema persiste, significa que lo que están haciendo para resolverlo, contrario a solucionarlo, lo está manteniendo y empeorando.»

    Es el problema recurrente en el uso de la autoridad: la negacion de la libertad y de los derechos de los otros, bajo la creencia de que la manera de pensar de quien ejerce la autoridad es la correcta. Amar significa aceptar a los otros tal como son, tolerarlos y respetar sus decisiones (acertadas o equivocadas), y, como libres que son, dejarlos ser responsables de si mismos y de sus actos.

    Hernan Moreno

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    • Ximena Sanz de Santamaria
      Ximena Sanz de Santamaria Dice:

      Hernán, de nuevo, muchas gracias! Cómo es de difícil aceptar a los demás sin juzgarlos y como bien dices, aceptar sus actos, sin que con eso estemos de acuerdo. Comprender que cada persona tiene su propio camino y por lo mismo va aprendiendo de sus errores a su propio ritmo, nos ayuda a aceptar. Y por aceptar no necesariamente tenemos que estar de acuerdo, pero tampoco nos da el derecho a juzgar.

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