¿Qué significa sanar y cómo hacerlo?

Hace 10 años comencé a escribir en Semana.com para compartir los testimonios de mis pacientes -con la debida modificación para proteger su identidad- e ilustrar así distintas formas de sufrimiento por el que pasamos todos los seres humanos, independientemente de género, raza, nacionalidad o estrato social. Porque compartir experiencias de vulnerabilidad es algo poco frecuente en esta sociedad que las condena como si fueran una falla personal. Hoy, en agradecimiento a todas esas personas que han confiado en mi como terapeuta, quiero compartir mi propio desarrollo a través del sufrimiento vivido en los últimos años. Creo que es una forma de sanar heridas que puede ser útil para mis lectores.

 

El nacimiento de mi hija Lucía fue para mi un punto de quiebre en muchos campos de mi vida. No sólo por lo que significa ser madre y sentir una vulnerabilidad absoluta 24/7: una mezcla de amor jamás imaginado con una angustia profunda (en mi caso) durante varios meses, sino también por lo que implica para la vida de pareja y de familia la llegada de un hijo. Lucía me mostró que yo concebía y entendía la maternidad desde las historias de Hollywood y en la práctica no tenía idea lo que implicaba ser mamá. Su nacimiento destapó en mi una cantidad de miedos y me confrontó con muchas creencias, respecto a la maternidad, a la familia y a lo que para mi era una relación de pareja. Por todo esto, el primer año de vida de ella fue de una enorme exigencia para mi en todos los sentidos: emocional, mental, físico y relacional, llevándome a vivir una depresión post parto que me hizo aun más difícil poder disfrutar la experiencia de ser madre. Sin embargo, al año, gracias a ella, a su existencia, a mi camino espiritual y a mi proceso terapéutico, pude empezar a hacer cambios y a descubrir lo que no me hacía feliz para comenzar a construir una vida basada en lo que yo quiero y no en lo que socialmente se esperaba de mí.

 

Habiendo pasado la depresión, empecé a gozar y a disfrutar de ser mamá. Me dediqué con tranquilidad y alegría a construir una relación con Lucía que me exige diariamente muchísimo en términos de generosidad, paciencia, saber poner límites con dulzura y firmeza. Igualmente tuve que aprender a ser capaz de reconstruir espacios por y para mí porque como ese primer año de su vida tuve tantos problemas de salud, además de la depresión post parto, perdí mi centro. De manera que estos dos últimos años he podido empezar a encontrar un balance entre ser su mamá y dedicarle todo el tiempo que puedo -porque hoy en día lo que más adoro es ser su mamá- sin que esto implique dejarme de lado a mí misma. Y al empezar a encontrar esos espacios para mi, comencé a identificar una herida abierta, enorme y profunda: mis relaciones de pareja.

 

Darme cuenta que muchas veces había escogido estar con alguien y he permanecido en una relación de pareja por falta de amor propio, es de las heridas que más me ha dolido reconocerme. A lo largo de mi vida he aceptado estar con personas con las que no me he sentido tranquila, plena, con las que no he construido una relación de pareja sino que me he adaptado a lo que cada hombre esperaba que yo fuera; incluso llegué a permitir gritos y agresiones verbales en repetidas ocasiones y a pesar de que me sentía miserable y quería salirme de ahí, pasé por encima de mi y mantuve esa relación durante bastante tiempo.

 

Empezar a hacer conciencia de todo esto despertó en mi una culpa y una ira profunda contra mi. Vino luego un cuestionamiento y un ‘castigarme’ mentalmente por las decisiones que había tomado, por haber aceptado acuerdos tácitos e implícitos con algunas de las parejas que tuve a pesar de que no era lo que yo quería. Mentalmente comencé a ‘darme palo’, a repasar mi historia, a identificar en qué momentos habría podido hacer las cosas de otra manera y esto me generaba aun más dolor y más rabia. Y con este dolor y esta rabia vino una desesperanza y una sensación de fracaso que poco a poco me fue haciendo sentir insegura en otros campos de mi vida: en mi maternidad, en mi trabajo, en mi relación con otras personas. Llegué a sentir que estaba en un hueco del que no iba a salir jamás. Y fue justamente en ese punto, en el punto en el que me sentí más derrotada, cuando empecé a entender una frase que repetimos con mucha frecuencia sin entender realmente lo que significa en la práctica significa: la vida no es lo que nos ocurre sino lo que hacemos con eso que nos ocurre.

 

A partir de ese punto, de la mano de mi Gurú, de mi práctica espiritual y del acompañamiento de mi terapeuta, decidí que las heridas con las que viví muchos años, las iba a empezar a sanar. Y para lograrlo, tenía que salirme de la posición de víctima (que no es otra cosa que una manifestación del ego), para pasar a asumir mis decisiones (desde la responsabilidad y no desde la culpa) y poder construir un presente en el que el pasado esté cicatrizado, sano.

 

El primer paso fue definir mi sankalpa o intención cada vez que iba a hacer mi práctica espiritual: disolver, sanar y transformar. Me sentaba diariamente a hacer mis kriyas, mis meditaciones y un fuego sagrado ofrendando esa intención y pidiendo asistencia para tener la fortaleza de atravesar el dolor y poderlo sanar. Esto de la mano de una sesión semanal con mi terapeuta, un hombre maravilloso, confrontador, que no tenía problemas en ponerme límites y confrontarme cuando lo necesité, así como también ser empático y mostrarme en qué situaciones fui maltratada por un hombre narciso que por su misma característica, tenía que ‘acabar conmigo’ para sentirse seguro. Finalmente, todo esto estuvo acompañado de una escritura constante, casi diaria, en la que me permitía sacar sin filtro, sin ningún “deber ser” todo lo que se me pasaba por la cabeza y lo que sentía cada vez que recordaba lo que había vivido. Salía de las sesiones con mi terapeuta como sale una persona que tiene que asistir a la curación de una herida física: agotada, triste, a veces incluso, derrotada. Pero poco a poco ese agotamiento, esa tristeza y ese dolor se fueron transformando, como si empezara a salir la piel sana para formar una costra. Claro, como en cualquier herida, la costra no se construye en un minuto y tampoco aparece en toda la herida al tiempo, sobre todo cuando la herida es grande y profunda. Pero empezar a sentir que al menos en ciertas partes de la herida no sólo no duele, sino que se ve una piel sana, es una sensación de gratificación, seguridad y capacidad que poco a poco van reemplazando las sensaciones de dolor, rabia y culpa que sentí durante mucho tiempo.

 

Hoy, la mayor parte de la herida cicatrizó y está sana. Esto ha significado que puedo acordarme de lo que viví sin que me duela, sin sentir rabia, ni dolor, ni tristeza; sin culparme por las situaciones por las que pasé, por las decisiones que tomé, por los ‘acuerdos’ que acepté, por haberme quedado en lugares y relaciones en las que no sólo no me sentía tranquila, sino que me sentía infeliz, triste, insegura y peor aun, me dejé de lado a mí misma. Ahora puedo reconocerlo así, nombrarlo así, aceptarlo y sentirme completamente tranquila en mi presente con mi pasado. Puedo estar en silencio, sentarme a meditar y no sentir miedo de mi mente, de mis recuerdos, del dolor. Porque el dolor, ya pasó. Y aunque soy consciente que hay una parte de la herida que aun falta por sanar porque todavía siento algo de rabia contra mi y contra una persona en particular que siento me hizo mucho daño, son un dolor y una rabia cada vez de menor intensidad, menos frecuente, menos fuerte. Sé que estoy en proceso de sanar.

 

Los psicólogos somos tan humanos como el resto del mundo porque antes de una profesión, somos seres humanos con historias, con un pasado, con emociones y recuerdos que al igual que cualquier otra persona, no siempre son fáciles ni agradables. Sin embargo, creo que los que trabajamos y ejercemos esta profesión, más aun como terapeutas, tenemos la obligación con nosotros mismos y con nuestros pacientes de estar en un constante trabajo de auto conocimiento, de reconocer nuestras zonas oscuras y trabajarlas para que como dice la Madre Shaktiananda, seamos luz y fabriquemos luz.

 

Por último, y no menos importante, quiero agradecer profundamente a mi hija, a mis papás, a mi terapeuta y a mis amigas y amigos del alma por acompañarme y apoyarme en este proceso de sanación interno. Gracias por estar, por acompañarme en silencio, por no juzgarme, por entenderme, por darme el espacio para sentir la tristeza, la rabia, el dolor y la culpa. Gracias a una persona que apareció en un momento en el que yo estaba en una absoluta vulnerabilidad por la que iba a empezar a construir nuevamente una relación de pareja basada en las películas de Hollywood y no en mi. Aunque me costó pasar por días de ansiedad, a diferencia de situaciones pasadas, en este caso decidí oírla, enfrentarla y así pude hablar de mis sentimientos, de lo que quería y de lo que estaba esperando de esa relación . Y aunque fue doloroso encontrar que su respuesta era la que yo intuía (era una persona que no quería construir una relación de pareja conmigo), haber podido seguir mi intuición fue el primer paso para empezar a sanar un patrón que finalmente rompí y que me está permitiendo construir en mi presente una relación de pareja basada en ser pareja y no en tener pareja. Y más importante aun, que se basa en lo que quiero y no en lo que se espera de mi.

 

“You should feel loved without feeling like you’re begging for it”. @drakesdiary1. – “Deberías sentirte amado sin tener que sentir que estás rogando por amor”.

 

Ximena Sanz de Santamaria C.

IG: @breveterapia.com

 

 

 

 

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