La ansiedad como herramienta para trabajar la Luz.

“La ansiedad es muchas cosas.

Es un trastorno de personalidad para mentes brillantes capaces de, entenderla, conocerla, estudiarla y aún así, no poder gestionarla y mucho menos controlar. La ansiedad es esa burla de tu propia inteligencia, de tus herramientas, de tus procesos.

La ansiedad es la loca de la casa.

Es la prima joven y mamacita de la esquizofrenia. Familiar si. Me atrevería a decirlo,

Es el semillero de las alucinaciones, de la confusión entre la realidad y la ficción. Es ese punto de tu existencia en donde no sabes o no distingues qué es cierto y que te lo inventaste; está sólo dentro de tu mente haciendo ruido y haciéndote prisionera.

La ansiedad son todos los miedos en uno, es el pasado reprochándote, es el presente ausente y es el futuro paralizante. La ansiedad es quedarte sin aire, sentir taquicardia desbordada, es acurrucarte porque no puedes sostenerte de pie salirte de ti misma para mirarte sin compasión alguna y no puedes controlarla.

Les tengo pesar a mis compatriotas de ansiedad, ¿sabes? Porque este trastorno de la personalidad te hace dudar sobre ti mismo en algo tan fundamental como tu calidad humana, te hace dudar si eres buena persona o si tu ansiedad es la que te hace ser en ocasiones, alguien que definitivamente no quieres ser.

Pero entonces ¿qué es? La ansiedad es cavar tu propio hueco y saltar en él”[1].

[1] Testimonio de una persona que presenta un cuadro de ansiedad

Juan Manuel[1] llegó a consulta hace varios años remitido por el servicio de urgencias de un hospital en Bogotá después de haber presentado un ataque de pánico. La remisión inicial fue a psiquiatría, pero Juan Manuel no quería tomar ninguna medicación por lo que buscó apoyo psicológico. Empezamos a trabajar con el protocolo[2] para ataques de pánico (Nardone 1997) y de manera muy rápida, Juan Manuel fue recuperando su vida, la cual había quedado ‘en pausa’ después de haber sufrido el ataque. Él quedó tan asustado de volverse a sentir igual que empezó a evitar salir de su casa, primero evitando bares y discotecas, donde se había presentado el episodio de pánico por el que terminó en el hospital. Después, evitando el transporte público porque temía que le diera otro ataque y quedar vulnerable sin nadie que pudiera ayudarle. Finalmente, dejó de ir a la universidad y poco a poco fue construyendo una cárcel de la que ya no supo cómo salir. Fue esa cárcel la que muy pronto empezamos a desmontar y Juan Manuel volvió a la universidad, a salir de su casa, a ver a sus amigos, a retomar la vida, casi, como la tenía antes de aquel episodio. Sin embargo, lo que no lograba enfrentar era volver a ver al grupo de amigos con los que había salido esa noche, como tampoco volver a bares y discotecas, a pesar de sentir el deseo de hacerlo. Pero el miedo, era mayor.

Fue en ese punto, cuando Juan Manuel había recuperado casi el 100% de su vida, que terapéuticamente lo confronté respecto a qué le impedía terminar de correr el último kilómetro de esa carrera que había emprendido meses atrás. Ya había sido capaz de volver a la universidad, de retomar el transporte público, las relaciones con sus familiares, con muchos de sus amigos; había vuelto a salir de su casa, a caminar por la calle y con todo esto, había vuelto a recuperar casi la totalidad de su tranquilidad. Sin embargo, seguía sintiendo un pequeño vacío en la boca del estómago (como él mismo lo definía), que si bien era considerablemente menor que el que había sentido meses atrás, no dejaba de estar presente a diario; a veces todo el día, a veces en algunos momentos, pero casi siempre, la sentía cuando abría los ojos por la mañana. Su reacción, en ese momento, era prender el celular y revisar sus redes sociales o prender la televisión para oír ruido mientras entraba a bañarse porque si se quedaba solo y en silencio, esa ansiedad leve iba aumentando al punto de llevarlo a sentirse mal nuevamente.

En ese punto le dije lo que les digo a muchos de mis pacientes: la ansiedad es como un niño que está haciendo una pataleta porque necesita ser atendido. Sin duda la forma de pedir esa ayuda no es agradable, ni en el caso de la pataleta del niño, ni en el caso de la sensación de ansiedad. Pero justamente es incómoda para que quien tiene que atenderla pueda darse cuenta y responder a ella con el fin de identificar qué es lo que está pasando que justamente está causando esa ansiedad y así, poder resolverla. El problema, en la mayoría de las personas que sienten ansiedad, es que por ser tan incómoda, lo que se tiende a hacer es evadirla. Y Juan Manuel se había vuelto un experto en evitar, siendo esas evitaciones las que lo habían llevado a vivir durante meses en una cárcel que se había vuelto insostenible. Lo paradójico era que él lo sabía porque era quien lo había vivido; tenía claro que evitando las salidas con ese grupo de amigos lo que estaba haciendo realmente era mantener la ansiedad, contrario a ser capaz de superarla. Pero había algo, algo que él no estaba en capacidad de enfrentar e identificar para lograr, su tranquilidad. Cuando esto se puso en evidencia durante la terapia, Juan Manuel no volvió.

Un año y medio más tarde, vi que aparecía su nombre en la agenda y el día antes de la cita, Juan Manuel confirmó su asistencia. Llegó cabisbajo, muy delgado, hablando poco y en un tono de voz muy bajo. Su apariencia física denotaba una tristeza profunda. “No volví porque no fui capaz de contarte que soy homosexual. Que todo el problema que se presentó esa noche en el bar fue porque me acerqué a un hombre pensando que nos habíamos estado coqueteando toda la noche y cuando lo hice, me empujó, caí al piso y empezó a gritarme: ‘Maricón, marimonda, qué le pasa’ y ya no recuerdo cuántas cosas más. En ese momento llegaron todos mis amigos aterrados de ver la escena y ahí, entré en pánico. Me dio vergüenza porque nadie, ni mi familia, sabe que soy homosexual. Por eso no me he atrevido a volver a ver a esos amigos, porque aunque lo negué todo y traté de defenderme esa noche, estoy que todos quedaron con la duda y yo no soy capaz de enfrentarlos”.

Juan Manuel llevaba toda su vida viviendo una doble vida: una de cara a sus amigos y familiares en la que era un joven que estudiaba una carrera, tenía amigos, vida social, había tenido novias y como todos los jóvenes de su edad, salía de fiesta y quería graduarse para ser un profesional exitoso. Pero internamente, Juan Manuel vivía otra vida; una vida solitaria porque desde muy niño se dio cuenta que era homosexual. Sin embargo, era tal el miedo y la vergüenza que sentía de reconocerlo, que había preferido ocultarlo creyendo que, si jamás lo reconocía a nadie, de pronto iba a pasar o se iba a acostumbrar a que le gustaran las mujeres para no tener que cargar con el dolor que pensaba que iba a generarle a su familia por ser homosexual. Pero esa noche, en medio del alcohol y la fiesta, su percepción fue que ese hombre que jamás había visto, “me copiaba”, dijo Juan Manuel. Y finalmente se armó de valor y decidió acercarse a él para hablar y eventualmente, intentó darle un beso. Fue ahí cuando el otro reaccionó empujándolo e insultándolo y al verse en evidencia, la reacción -inconsciente- de Juan Manuel fue entrar en pánico.

La “pataleta” que le estaba haciendo la ansiedad a Juan Manuel desde hacía más de veinte años, no era otra cosa que hacerlo ver que ni el paso del tiempo ni el ocultar su preferencia sexual, iban a cambiar su orientación sexual. Muy por el contrario, entre más intentara ocultarlo, mayor iba a ser la ansiedad porque el miedo que no se enfrenta y no se resuelve, se agranda pasando de una dificultad, a un problema y si no se resuelve, puede llegar a convertirse en una rígida patología. La ansiedad es una manifestación del miedo y el miedo es una de nuestras cuatro sensaciones de base que cumple con la función de salvarnos la vida.  Si el miedo no se atiende, ocurre lo que le pasó al avestruz cuando al sacar la cabeza del hueco y ver un león a lo lejos, busca evitarlo guardando la cabeza en el hueco nuevamente. Después de un tiempo, vuelve a sacarla y se da cuenta que el león está más cerca por lo que el peligro es mayor y una vez más, el avestruz busca evitar el miedo guardando la cabeza en el hueco. La tercera vez que la saca, ya no hay tiempo para contar la historia.

Los leones del mundo moderno son cada vez más internos que externos. Una cara de esta moneda se debe a que hemos sido muy hábiles en desarrollar y construir todo tipo de elementos tecnológicos para mantenernos a salvo de esos peligros primarios como son los animales salvajes. Pero la otra cara de la misma moneda es que paradójicamente por estar tan centrados en lo que construimos hacia fuera, hemos perdido casi por completo el contacto interno. En consecuencia, cuando tenemos que enfrentarnos a nosotros mismos y mirar hacia dentro, lo que encontramos son miles de leones que por haber sido evitados durante años, lo que tienen es hambre y a quienes van a devorar es a nosotros mismos. De ahí la enorme incapacidad que tienen tantas personas de estar solas, en silencio, de abrir los ojos por la mañana y volverlos a cerrar para respirar profundo, sentir su cuerpo y conectar durante al menos un minuto con ese primer instante en que está llegando la conciencia después del sueño. De ahí la necesidad de estar siempre conectados a un aparato oyendo música, noticias, podcasts, lo que sea que haga ruido externo para no escuchar el ruido interno que cada persona tiene sin resolver. Y que no se va a resolver con tarjetas de crédito, carreras como el Ironman, un mundial de fútbol, viajes a otros países o incluso, viajes al espacio porque ya hemos llegado a ese punto de evolución tecnológica y de involución de conciencia.

El caso de Juan Manuel es un ejemplo de la función que cumple la ansiedad. Sin duda es incómoda y no conozco a la primera persona que la haya vivido en carne propia que quiera sentirla nuevamente. Pero pretender vivir sin ansiedad, más aún en un mundo como el que hemos construido, es como pretender vivir sin respirar. Si seguimos viendo la ansiedad como ese enemigo del que tenemos que huir sin importar el costo, vamos a seguir construyendo un mundo con personas cada vez más ansiosas, deprimidas, que le encuentran cada vez menos sentido a la vida porque de todo podemos huir menos de nosotros mismos. “No hay nada más misterioso que aquello que desconocemos de nosotros mismos”, dice Mataji Shaktiananda. Y la ansiedad, por incómoda que sea, lo es justamente para que empecemos a despertar en nuestra propia conciencia; en darnos cuenta de que está ahí para mostrarnos que algo de lo que estamos haciendo, pensando, hablando, algo en la manera como estamos escogiendo vivir nuestra vida, no está funcionando. Desde negarnos nuestra propia identidad sexual, como le pasó a Juan Manuel, hasta estar en una relación de pareja que ya no es sana, en un trabajo que ya no disfrutamos, en un lugar donde no estamos cómodos, en resumen, la ansiedad no es otra cosa que el llamado interno que todos tenemos para que seamos capaces de empezar a despertar en nuestra propia Conciencia. Y eso no se hace evitándonos, sino enfrentando nuestras propias sombras porque si las sacamos a la luz, dejan de ser oscuras. Pero si las seguimos evitando, se vuelven cada vez más oscuras.

Ximena Sanz de Santamaria Cárdenas.

IG: @breveterapia.com

[1] Nombre ficticio para proteger la identidad del consultante

[2] En el modelo de la Terapia Breve Estratégica se han construido protocolos específicos de intervención

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