El problema no son los juicios, son las emociones detrás de los juicios.
“Yo juzgo mucho a mi esposa, por todo. Y eso nos está llevando a tener muchos problemas porque ella se siente mal y yo la entiendo, pero no puedo evitar juzgarla. He tratado de no hacerlo pero no puedo. Siempre termino juzgándola por algo”.
Cuando una persona invita a sus amigos a comer a su casa y decide prepararles la comida, constantemente tiene que estar probando lo que está preparando para determinar si está bueno de sabor, si está salado o demasiado dulce, si le hace falta algún condimento, si la contextura de la comida es buena o está demasiado dura demasiado blandita, etc. Y lo que le permite al ‘cocinero’ definir todos estos aspectos es su juicio. De manera que el juicio no sólo es inevitable, es útil y necesario para poder discernir, para tomar decisiones, para definir a cuáles personas queremos tener cerca y con cuáles preferimos mantener la distancia; para definir qué carrera queremos estudiar, si nos gusta el trabajo que hacemos o si es hora de cambiar, si nos gusta otra persona o no, si el café nos gusta con dulce o sin dulce, entre otras cosas. Todo esto gracias a nuestros juicios.
Juzgar es inevitable. De manera que pelear con nuestros juicios es como pelear contra nosotros mismos: una guerra que de entrada está perdida. El problema de juzgar no son los juicios, son las emociones que los acompañan y que llevan a que las personas sufran y se hagan daño. Y eso era justamente lo que le ocurría a este hombre que con algunas cosas de su mujer, sentía rabia, se desesperaba y desde esa rabia y ese desespero, juzgaba lo que ella hacía: “Me desespera que si está enferma no vaya al médico, que no se ayude. Que se viva quejando de todo cuando en realidad ella no hace nada para ayudarse. No ha querido contratar a nadie para que le ayude con las cosas en la casa a pesar de que le he insistido que lo haga para que no esté tan cansada y de mal genio. Pero ella dice que no, que puede con todo y después el que termina pagando el pato soy yo porque vive de mal genio con todo, se queja todo el día porque nosotros (con mis hijos) supuestamente no hacemos nada, todo es así con ella. Pero yo sé que la estoy juzgando y eso está mal porque ahora, encima de todo, peleamos por todo”.
Daniel llevaba meses en ese dilema interno: no quería juzgar a su esposa pero le era inevitable hacerlo. Cada vez que se presentaba alguna de las situaciones que describía, empezaba a cuestionarla, a preguntarle por qué no hacía las cosas de otra manera y lo hacía de manera agresiva, con rabia. En consecuencia, acababan peleando, desgastándose y él terminaba sintiéndose culpable, pidiéndole perdón por haber sido maltratante y prometiéndose a si mismo –y a ella- que no volvería a juzgarla. Pero tan pronto volvía a presentarse alguna situación con la que él no estaba de acuerdo, volvían “los juicios”, como él mismo los definía y con los juicios, la rabia, el desespero y en últimas, el maltrato. Y volvía a construirse el mismo círculo vicioso una y otra vez.
En la medida que Daniel fue trabajando en si mismo y en sus creencias, fue descubriendo varias cosas: la primera, que juzgar a su esposa era inevitable. La segunda, que el problema no estaba en sus juicios sino en la manera como los estaba manifestando, en las emociones que reprimía queriendo evitar el conflicto. Porque cualquier cosa que se evita, acaba convirtiéndose en un problema cada vez más grande. La tercera, que él tenía que empezar a permitirse y reconocer esas emociones, porque al igual que los juicios, hacen parte de cualquier persona. Esto no es una disculpa para agredir a otros, por el contrario, lo que muestran nuestras emociones es la necesidad que tenemos de trabajar en ellas para aprender a manejarlas, a canalizarlas y así, dejar de botárselas a los demás.
Fue así como Daniel finalmente pudo reconocerse a si mismo que cargaba un profundo resentimiento con su esposa por cosas que habían ocurrido en el pasado y que él no había logrado soltar. Como consecuencia, cada vez que ocurría algún evento cotidiano sin aparente importancia, en Daniel resurgía el resentimiento, la rabia, y desde ahí, juzgaba todo lo que hacía su esposa. Trabajar el resentimiento por un pasado es exigente porque implica quitar la cura que cubre una herida que aun no ha sanado. Sin embargo, Daniel decidió hacerlo porque quería mantener su relación de pareja y sobre todo, mantenerla sana. Fue así como empezó a escribirle una carta diaria, de su puño y letra a su esposa en la que le manifestaba todo ese resentimiento, la rabia, incluso el odio que por momentos sentía a raíz de lo que había ocurrido en el pasado.
A través de estas ‘cartas de rabia’ (Cagnoni & Milanese, 2009), Daniel fue logrando canalizar su rabia, su resentimiento, hasta que poco a poco pudo empezar a hablar con su esposa, a compartir con ella sus sentimientos. Sin rabia, sin resentimiento. De esa manera, empezaron a re-establecer la comunicación y así, él pudo empezar a manifestar sus sentimientos y ella empezar a comprenderlos porque ya no se sentía agredida. “Hay cosas que no compartimos, a mi todavía me desespera un poco que ella no acepte la ayuda de nadie. Pero al menos ahora podemos hablar, yo ya no me exalto y en algunas cosas hemos ido viendo el punto de vista de cada uno. Yo todavía la juzgo, pero ya no lo hago con rabia”.
Juzgar es inevitable y juzgarse por hacerlo implica caer en una trampa de sufrimiento sin salida. Lo importante de juzgar no es el juicio per se, sino desde dónde se hace: si es desde el cariño, desde la intención de construir, de mejorar y de ayudar a mejorar a otras personas, o si es desde la rabia, desde el resentimiento o la envidia, con la intención de hacer daño, de vengarse, de destruir. En ese caso el juicio es dañino, pero por fortuna, se puede trabajar para que deje de serlo. Lo primero para lograrlo es aceptar la emoción y darle un curso sano –a través de las cartas de rabia, del ejercicio físico, de la meditación, de hablar con un profesional, entre otras cosas- para desde ahí, cambiar la intención con la que se juzga y de esa manera, juzgar de manera sana.
Ximena Sanz de Santamaria C.
Psicóloga – Psicoterapeuta
MA en Terapia Breve Estratégica.