Una oportunidad disfrazada de tumor

Sufro más cuando quiero ser perfecta
y no quiero equivocarme en nada, que
cuando acepto que puedo tener un mal día.

 

El primer año de maternidad lo viví en una dualidad constante: por un lado, estaba feliz de ser mamá, de tener a mi hija, agradecida porque era una chiquita sana, porque lo había soñado y estaba cumpliendo ese sueño. Pero al mismo tiempo, sentía una frustración enorme porque la vida me había cambiado y cada día que pasaba, me daba cuenta que el cambio era para siempre. Por primera vez en la vida sentí que tenía una responsabilidad perpetua. Aunque me duele decirlo, sentía un peso y eso me daba rabia con mi hija, conmigo, con la vida, con todo. Por ende, pasaba de un estado de ánimo de alegría y agradecimiento, a otro de ira profunda e inconformidad con la vida y honestamente, eso me amargó bastante el primer año de vida de conLucía.

Lucía cumplió un año mientras estábamos de viaje. Así lo planeamos con mi esposo pues queríamos que ella estuviera cerca del mar para celebrar su primer año de vida. Ese día puntualmente lo celebramos con amigos y familiares al lado de la playa, tal como lo habíamos pensado. Lucía pasó contenta, aunque no es muy amiga del calor, pero fue un día especial. Sin embargo, durante todas las vacaciones yo seguía oscilando entre la felicidad de tenerla y poderla llevar a un lugar paradisíaco donde pasé una gran parte de mis vacaciones desde que nací, pero al mismo tiempo la rabia y la frustración de no poder hacer mi vida como lo había hecho durante 36 años. Pasé muchos momentos de rabia, de sentirme cansada, agobiada con tantas responsabilidades, una vez más, con la sensación de ‘cargar’ con una responsabilidad perpetua que ya en la práctica, no sabía si quería tener. Tuvimos momentos difíciles con mi esposo porque él veía mi malestar y de manera amable intentaba hacérmelo ver. Pero era tal mi rabia –y mi posterior sensación de culpa-, que muchos de esos momentos fueron amargos y difíciles para mi.

Se acabaron las vacaciones y con ellas, mi mal genio. Regresé a trabajar y a terminar de hacerme unos exámenes que tenía pendientes desde que me había ido porque un quiste que tenía en el ovario desde hacía varios años había crecido. Así que estaba pendiente de hacerme una resonancia magnética con medio de contraste y unos exámenes más para definir qué debía hacer con ese quiste. La buena noticia, hasta el momento, era que los medidores tumorales habían salido negativos lo cual era un gran indicio de que no era un cáncer. Sin embargo, por el tamaño y por lo que se veía en las ecografías, lo más probable era que iban a tener que sacarlo.

Me hice todos los exámenes y cuando salieron los resultados, mi ginecóloga (con quien siempre estaré agradecida), me dijo que no le gustaba lo que veía. Que prefería remitirme a una oncóloga para que ella viera los exámenes y definiera el paso a seguir. De la manera más amorosa me dijo que no me afanara por la palabra “oncóloga”, que ella simplemente prefería partir del peor escenario e ir descartando que hacer el proceso inverso y equivocarse. Ese día llegué a mi casa y me ataqué a llorar. Por primera vez en mi vida sentí la vulnerabilidad de una enfermedad, pensé en la posibilidad de tener algo grave y si bien la muerte como tal no me asusta, pensar en ella con una hija de un año me produjo terror.  Aun no sabía nada, pero mi mente ya empezaba a pintarme escenarios difíciles, bastante oscuros, llevándome a sentir ansiedad, preocupación, miedo. Fue duro, muy duro, pero al mismo tiempo, ahí empecé a destapar un regalo: el regalo de la gratitud.

Empecé a ver mi maternidad como la mejor oportunidad de crecimiento personal; vi en Lucía la gran oportunidad que me estaba dando la Vida para trabajar en mi, en mi oscuridad, para crecer como ser humano lo que nunca había crecido antes. Además, empecé a agradecer a diario que la tengo, que es mi hija, que está sana, que puedo alzarla, espicharla, abrazarla y que no dependo de nadie para poderlo hacer. Sumado a esto, por primera vez desde que nació, logré que mi mente estuviera en el momento presente, en el instante, sin dejarla indagar ni preguntar por el futuro. Dejé de planear el día siguiente, la semana, el mes y el año siguiente, con lo cual mucha de mi rabia empezó a desaparecerporque ya no me frustraba tanto cuando me daba cuenta que las cosas no salían como mentalmente las había planeado. Y eso mismo me permitió darme cuenta que una de las mayores lecciones que venía a enseñarme Lucía y que no había sido capaz de aprender es que lo único que tengo en la vida es el instante. Si, una frase que uno sabe, que repite, que incluso se ha prostituido a tal punto que pierde el sentido, pero por primera vez en 36 años la viví como algo absolutamente real.

Este tumor que finalmente tuvieron que sacarme abriéndome de nuevo como lo habían hecho con la cesárea, que gracias al Cielo salió benigno y por lo mismo sólo tuvieron que sacarlo y volver a cerrar, ha sido un enorme regalo que también –siento yo-, me trajo Lucía. Hoy en día veo clarísimo que ella vino a enseñarme y a mostrarme una infinidad de cosas sobre mi misma. Y eso fue lo que ocurrió durante el primer año de su vida cuando no se dormía a la hora que YO planeaba, cuando no hacía las cosas como YO quería, en otras palabras, cuando estaba desafiando a mi ego y a mi excesiva necesidad de control. Pero justamente por lo mismo, por esa necesidad de control y esa rigidez infinita, no logré flexibilizarme y aceptar que mi vida había cambiado. Y que ese cambio lo podía vivir de dos maneras: como el peor infierno o como el mayor regalo. Así que tuvo que llegar un tumor benigno a mostrarme que las cosas sólo iban a empeorar si yo no estaba dispuesta a soltar, ser flexible y aceptar lo que ahora es mi vida con Lucía.

Desde que me operaron, he vuelto a tener algunos momentos de desespero, de rabia, de frustración porque claro, las cosas se salen de mi control. Pero a diferencia de lo que me ocurría hace un mes, hace dos y hace un año, ahora lo veo, soy consciente de lo que me está ocurriendo y de lo que estoy sintiendo y pensando. Así que puedo detenerme, respirar (literalmente), decirle a mi mente que sé que eso es ella buscando que pierda el control y así evitar tener una reacción agresiva con mi esposo, con Abril, con Lucía o simplemente conmigo. Sigue siendo un reto, un reto cotidiano, pero ya no lo veo como una condena sino como la mejor oportunidad y el mejor regalo que me dio la Vida para crecer en Luz.

 

Ximena Sanz de Santamaria C.

Psicóloga – Psicoterapeuta
MA en Terapia Breve Estratégica.
Twitter: @menasanzdesanta
Instagram: @breveterapia

 

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