La paz empieza por casa

Para nadie es un secreto que el país está atravesando por un momento importante. Independientemente de si se está o no de acuerdo con el proceso de paz y los acuerdos logrados, es la primera vez en 60 años que miembros del gobierno y de un grupo armado llegan a un acuerdo que busca cambiar la historia de guerra en Colombia. En esto parece que el país entero está de acuerdo: que se acabe la guerra. En lo que se difiere es en la manera, en el contenido de los acuerdos, en el proceso mismo que se está llevando a cabo para llegar a firmar la paz. Y estas diferencias están generando una polarización en el país que en vez de contribuir a la paz lo que están llevando es a mantener un conflicto.

Mi conocimiento sobre el proceso de paz, sobre los acuerdos, en general sobre todo lo que se ha hecho, es bastante básico, por lo que no me siento con la autoridad para opinar al respecto. Lo que sí siento es el deseo que creo compartimos 46’000.000 de colombianos de vivir en un país más tolerante, menos conflictivo, un país donde todos podamos ayudar a construir la paz. Y es por eso que reflexiono permanentemente sobre la paz pero mirándola en el contexto de lo cotidiano, es decir, de nuestras propias acciones y nuestros pensamientos en cada una de relaciones que tenemos con los demás. Creo que independientemente de lo que está ocurriendo a nivel macro, si a todos nos une el deseo de vivir en un país en paz, una manera de contribuir a ella es empezando a practicarla en todo lo que pensamos, decimos y hacemos en nuestras relaciones cotidianas con los demás. Esto es algo que todos podemos hacer sin necesidad de involucrarnos en argumentos, de posturas teóricas y explicaciones. Todos podemos practicar la paz comenzando por casa.

Salir a la calle en Bogotá es una experiencia que con frecuencia puede ser desagradable. Si bien adoro esta ciudad, es impactante –y me incluyo- el nivel de agresividad con que reaccionamos ante todo lo que sucede a nuestro alrededor. Lograr pasar con el carro en un cruce es una tarea casi titánica, como lo es también cambiarse de carril, porque tan pronto se pone la direccional la reacción de quienes vienen detrás casi siempre es acelerar. Cuando alguien se cuela en la fila en el banco inmediatamente es víctima de comentarios antipáticos, de agresiones verbales e incluso de groserías. Colarse es sin duda un comportamiento reprochable, es parte del egoísmo y falta de educación en la que vivimos todos los colombianos. Pero agredir no soluciona el problema sino que lo empeora, porque cuando una persona se siente agredida se defiende y es así como se va construyendo un círculo vicioso de agresión y de violencia cotidiana.

Algo similar ocurre cuando no aceptamos las diferencias entre los seres humanos. Diferencias que van desde el gusto por la ropa, hasta las preferencias sexuales, pasando por las creencias religiosas, las diferencias en los patrones de crianza, los criterios económicos al momento de hacer una inversión, entre otras cosas. Aceptar no exige estar de acuerdo: exige comprender al otro. Y esta comprensión es lo que conduce al respeto, que a su vez conduce a una convivencia armónica, sin la violencia a la que hoy conducen las diferencias que necesariamente se dan entre las personas. Por ejemplo: diferencias entre quienes creen que la religión católica es la única manera de llegar a Dios y quienes creen que para llegar a Dios no es necesario tener un intermediario; entre quienes consideran que la mejor inversión es viajar y quienes piensan que la mejor inversión es tener bienes raíces; entre quienes creen en la reencarnación y quienes creen que la vida se acaba cuando el cuerpo se muere; entre personas para quienes el éxito es sinónimo acumulación de dinero y quienes aspiran a vivir con la tranquilidad que conlleva una vida modesta; y entre quienes respaldan los acuerdos a que se llegó con las Farc y el proceso que se dio para alcanzarlos y quienes se oponen a ambos. Todas son respetables, y si hay mutua comprensión se evitan las polarizaciones que impiden vivir en paz.

Si la paz empieza por casa, estaremos contribuyendo a que Colombia pueda llegar a ser ese país por el que todos soñamos: un país en paz. La firma de un acuerdo y la dejación de armas son un paso sin duda importante. Pero si nosotros como sociedad seguimos maltratándonos los unos a los otros, nos seguimos gritando en la calle, maltratando a las personas con las que trabajamos y a las personas que nos sirven, si no pagamos los salarios justos, si ante el error de otro la primera reacción es la agresión verbal o física, si no somos capaces de separar a las personas de sus actos y de sus palabras y por lo mismo no somos capaces de conversar a pesar de nuestras diferencias, Colombia va a seguir siendo un país en guerra. De manera que contribuir a la paz no es solamente una decisión de un gobierno, de un grupo armado, no es solamente una opinión a favor o en contra. Contribuir a la paz es una decisión personal que empieza por identificar en qué cosas somos intolerantes, irrespetuosos, en qué llegamos incluso a ser violentos con nuestras acciones y nuestro lenguaje cotidiano.

Si todos empezamos por el único trabajo personal que podemos y debemos hacer hacia adentro de nosotros mismos, estaremos contribuyendo, independientemente de toda postura teórica o ideológica, a que Colombia, finalmente después de 60 años, empiece a brillar por ser un país en el que sus ciudadanos saben vivir y construir un país en paz.

 

 

Ximena Sanz de Santamaria C.
Psicóloga – Psicoterapeuta
MA en Terapia Breve Estratégica.
Twitter: @menasanzdesanta

 

 

 

 

2 comentarios
  1. manuel rozo
    manuel rozo Dice:

    Doctora Ximena
    Excelente articulo y muy oportuna ,como usted lo indica,en esta época de polarización ideológicas que no llevan a ninguna parte,Gracias por hacer de su opinión una parte de como debemos vivir en comunidad
    nuevamente felicitaciones por esta articulo,Dios la bendiga

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  2. Gabriel Pineda Forero
    Gabriel Pineda Forero Dice:

    Ximena muy bien expuesto, pero seguimos demostrando que nos cuesta salir de paradigmas destructivos y que insistimos en «el es mejor malo conocido que bueno por conocer». Solo con educación e información real y concreta que brindemos a los ciudadanos, y sobretodo, a las nuevas generaciones podremos avanzar para salir de esta sombra que el país se empeña en defender.

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