La ‘famosa’ espiritualidad

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Desde hace varios años y cada vez con mayor frecuencia estoy oyendo la palabra ‘espiritualidad’. Muchos de nosotros manifestamos una preocupación creciente por ser más ‘espirituales’, por llevar una vida más sana, por tener una mayor conexión con Dios, con el Universo o con el nombre que cada uno le dé a esa dimensión trascendente. Buscamos diferentes herramientas que nos ayuden a avanzar en esta ‘vida espiritual’: el yoga, la meditación, ir a misa, visitar ashrams, prestar nuestros servicios a personas menos favorecidas, etc. Todas cosas maravillosas que nos pueden ayudar a desarrollar una mayor conciencia, a trascender lo mundano. Frente a todo esto sólo me queda una pregunta: ¿estamos con ello transformando nuestra vida cotidiana?

Conversando con una paciente hace pocas semanas me decía que estaba muy contenta porque había logrado un gran avance en la mayoría de objetivos que se había planteado durante la primera cita. Sin embargo, tenía una “última” inquietud: “Quiero ser una persona más espiritual”. Se da cuenta que por vivir una vida tan agitada, con tantas ocupaciones y compromisos diarios, no tiene tiempo para trabajar en su espiritualidad, para meditar, para hacer yoga. Le preocupa mucho llegar al punto en que lo único que disfrute sea lo mundano, los placeres de los sentidos y por lo mismo, olvide esa otra parte de la vida que ella misma definía, entre risas y dudas, como ‘espiritualidad’: “Yo no quiero ser profesora de yoga, la verdad no he llegado a ese punto. Ni tampoco puedo ayunar ni hacer ese tipo de cosas. Pero quiero sentir que tengo espacio para la espiritualidad –si puedo llamarla así-; que puedo salirme del cuento de mi vida diaria”. Yo le respondí: “Cuéntame una cosa, ¿Cómo notas en tu cotidianidad que eres una persona espiritual?” Ella, un poco sorprendida, se quedó en silencio, luego sonrió, y finalmente me dijo: “No sé…no estoy segura cómo sería vivir esa espiritualidad en mi vida diaria”.

Comenzamos así a ver cómo la espiritualidad es algo que se construye diariamente y se manifiesta en detalles sencillos de la vida cotidiana de cada persona. Detalles como saludar al portero del edificio, darle las gracias a un mesero cuando pone un café en la mesa, no juzgar a los demás, evitar criticar a otras personas por su apariencia física, por su color de piel, por su vestimenta, por su religión, por su manera de pensar, etc. Fuimos viendo cómo prácticas como ir a misa, hacer yoga, ayunar, etc., pueden tener dos efectos: transformar realmente la vida de una persona en el sentido que ésta logra una coherencia entre lo que vive mientras está haciendo alguna de estas prácticas y su vida cotidiana; o convertirse en un ‘autoengaño’ en el sentido que le genera a la persona la satisfacción de sacar el tiempo y tener la disciplina para hacer esas ‘prácticas’, pero no transforman su vida pues la persona sigue criticando y juzgando a los demás, siendo infiel a su pareja, maltratante con sus empleados, mentiroso con sus hijos, etc.

Ser coherente entre lo que uno piensa, siente, dice y hace es uno de los mayores retos a los que se enfrentan muchos de mis pacientes, y al que también me enfrento yo diariamente: con mucha frecuencia nos encontramos en situaciones en las que sabemos muy bien qué es lo que deberíamos hacer, pero no por eso, somos capaces de hacerlo. Por ejemplo, yo sé que no debo impacientarme en el tráfico, pero en el momento de actuar ese ‘saber’, lo que he aprendido leyendo libros, haciendo meditación –y el firme propósito al que este ‘aprendizaje’ me ha llevado de no impacientarme- no funciona, porque ahí, en el momento, ¡pierdo la paciencia y me enfurezco!

Con esta paciente definimos como tarea para la siguiente sesión que ella se observe diariamente, especialmente en los momentos de mayor tensión y angustia: cuando las cosas en el trabajo no resultan como ella quería, o cuando sale de su casa con la habitual hora de anticipación para llegar a una reunión importante y se encuentra con que ese día cerraron las vías que toma habitualmente para llegar a su trabajo, lo que retrasa el camino por lo menos 20 minutos. Se trata entonces de observar si puede detenerse un minuto del día, en el momento del mayor agite y estrés, respirar profundo, sonreír, tranquilizarse y confiar en que lo que ocurra será lo mejor. Todo esto complementándolo con espacios para hacer yoga y meditar, que ella escogió poner en práctica y que sin duda, al hacerlas con disciplina, le ayudarán a generar y mantener los cambios positivos que quiere lograr.

De esta forma, como sugiere un maestro espiritual, no es necesario viajar a diferentes países para prestar nuestro servicio a personas en situaciones de vulnerabilidad, porque se puede prestar en nuestro propio país, todos los días. Creo que la ‘espiritualidad’ es muy similar por cuanto lo importante es trabajarla diariamente, cuando se nos presentan situaciones difíciles, de sufrimiento o preocupación, pues es ahí donde se debe reflejar el efecto del yoga, de la ida a misa, de la meditación. El desafío está en vivir en yoga, en meditación, en oración. En ese momento, cada persona estará logrando, en su vida diaria, una mayor espiritualidad.

Ximena Sanz de Santamaría C.
ximena@breveterapia.com
www.breveterapia.com

Artículo publicado en Semana.com el 9 de junio de 2011

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