¿Esto era llegar al tope del mundo?”

“La verdad no recuerdo quién era el que repetía la frase de que en la vida había que llegar al tope del mundo, pero sí me acuerdo que desde chiquito en mi casa el mensaje era ese: llegar a ser exitoso laboralmente, trabajar en un banco, en una ciudad cosmopolita, en medio de rascacielos y grandes marcas de ropa. Sin ser soberbio, aquí estoy, soy exitoso, tengo un súper puesto, vivo a todo taco por el mundo y ahora me pregunto: ¿Esto era llegar al tope del mundo?”.

 

A sus 45 años, viendo por la ventana de su oficina en el piso 42 de un enorme edificio en la mitad de una ciudad que se considera una de las capitales del mundo, este hombre se replanteaba con cierto dolor la vida que había construido hasta el momento. Era muy exitoso en términos laborales, su salario le permitía viajar y conocer el lugar del mundo que quisiera quedándose en los mejores hoteles y viajando siempre con todas las comodidades; podía entrar a comprar ropa al almacén que escogiera sin tener que pensar en el valor que pagaría por unos zapatos, una corbata o un cinturón; almorzaba casi a diario en los restaurantes más reconocidos y exquisitos de la ciudad, se daba el lujo de ir a exclusivas catas de vino algunos fines de semana, tenía una casa de campo donde podía descansar en compañía de sus perros, entre muchos otros lujos y comodidades. En otras palabras, había logrado lo que desde niño se había propuesto: “Llegar al tope del mundo”. Pero como él mismo decía, ¿a qué costo?

 

Se había casado muy joven con su novia de toda la vida. Habían crecido juntos desde el colegio, se tenían mucha confianza, y ella lo apoyaba en todo. Estos habían sido criterios muy importantes para él en el momento que decidió casarse: sabía que ella lo iba a acompañar en su sueño de estudiar por fuera, de salir del país y construir la vida exitosa que siempre había soñado. Y así ocurrió durante muchos años: ella lo acompañó y fue su apoyo mientras él iba ganando cada vez más dinero, más prestigio, más comodidades, al tiempo que iba progresando laboralmente. “Pero la verdad es que yo fui muy egoísta. En medio de querer alcanzar mi sueño, la dejé completamente de lado. Y muchas veces me lo dijo, trató de hablar conmigo, de decirme que me estaba perdiendo en medio de mi éxito. Pero yo estaba tan metido en mi cuento, en ese supuesto éxito, que la abandoné hasta que ella se cansó. Y un buen día, como pasa en las películas, llegué a mi casa tarde, después de un día extenuante de trabajo y ella ya no estaba. Se había ido con todas sus cosas. Pero lo más triste es que como yo estaba embebido en este mundo de éxito, no me importó. Supuse que en algún momento iba a volver y desde entonces han pasado tres años y ella jamás volvió”.

 

Como él mismo decía, en su momento le pareció que eso no tenía importancia porque estaba concentrado en ‘llegar al tope del mundo’; y conociendo ese mundo, creía que con el dinero y el éxito que estaba teniendo no iba a ser difícil conseguir otra pareja. Y así fue: en los últimos tres años había salido con muchas mujeres, más exitosas laboralmente que su esposa, más bonitas físicamente, con más dinero, etc. Pero tres años después se daba cuenta que en ninguna de ellas había encontrado una verdadera pareja, una compañera y cómplice que lo quisiera por la persona que él era y no por lo que tenía o por lo que representaba.

 

Tres años más tarde, una noche cualquiera, regresó a su casa después de otro extenuante día de trabajo…para encontrarse con un silencio ensordecedor que finalmente lo forzó a enfrentarse a sí mismo, a la vida que había construido, al mundo en el que se estaba moviendo. Comenzó a ver a este hombre que no tenía nada en común con el que había sido años atrás, a un hombre que se había perdido por querer cumplir lo que desde chiquito pensó que era lo importante en la vida: “Llegar al tope del mundo”.

 

Como él, cada vez más personas se van dejando meter en un mundo que parece ser el mundo ideal. Un mundo en el que lo importante es la acumulación de dinero, de bienes, la riqueza, los grandes hoteles, los carros de lujo, las fiestas constantes, la ropa de marca, las fotos en las revistas y el supuesto reconocimiento por todas las anteriores. Pero por fortuna también hay cada vez más gente que, como él, está llegando a ver que ese mundo no sólo no es el mundo ideal, sino que es el trampolín que los lanza a una infelicidad y un desasosiego constantes, a un mundo en el que las personas no importan, en el cual el ruido de las fiestas, el consumo desenfrenado, el uso de sustancias psicoactivas, el sexo sin responsabilidad, etc., obstruyen y sustituyen la posibilidad de estar en silencio, de desarrollar un contacto cada vez más estrecho con uno mismo y de compartir con la familia. Pero tarde o temprano la sensación de desasosiego y de vacío llega, y en ese momento, como en muchos otros en la vida, las personas pueden decidir: seguir por ese mismo camino, o empezar a replantearse –como lo hizo este hombre de una manera muy valiente- si eso es lo que realmente quieren para el resto de su vida.

 

Dice un destacado maestro espiritual contemporáneo:

 

“Entre todas las creaturas que hasta el momento han sido estudiadas por los científicos modernos, sólo de los seres humanos se puede decir con certeza absoluta que han sido dotados con la habilidad para escoger deliberadamente la dirección que quieren darle a su vida y para discernir si esas escogencias podrán conducirlos a través del valle de las felicidades transitorias o al ámbito de una paz y un bienestar más profundos y duraderos. Si bien puede decirse que estamos genéticamente armados para la felicidad temporal, también es cierto que hemos sido beneficiados con la habilidad para reconocer dentro de nosotros mismos un sentido más profundo y duradero de confianza, paz y bienestar. Entre los seres sintientes, los seres humanos son los únicos que cuentan con la habilidad para forjar una conexión entre la razón, la emoción y el instinto de supervivencia, y en el proceso de hacerlo crear un universo –no sólo para ellos/as mismos/as y las generaciones humanas que les sigan, sino también para todas las creaturas que sienten dolor, miedo y sufrimiento- en el cual todos podamos coexistir contentos y pacíficamente”.[1]

 

Nunca es tarde para tener una vida feliz, lo importante es identificar si la vida que escogimos es la que realmente queremos vivir o si por el contrario, es una vida en la que reina más el vacío, el desasosiego y la angustia. Por ahí, podemos empezar a hacer el cambio.

 

Ximena Sanz de Santamaria C.

Psicóloga – Psicoterapeuta

MA en Terapia Breve Estratégica.

[1] Yongey Mingyur Rinpoche: The joy of living. Random House Inc. New York. 2007. p.244 (Traducción de Alejandro Sanz de Santamaría)

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