Decir que no, siempre es una posibilidad

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“A mí no me gusta el guaro pero es lo que hay y si no me lo tomo, me enloquecen mis amigos. Entonces mejor me lo tomo y ya”; “El guaro es inmundo, pero es lo que hay”; “Tengo que tomarme algo porque si no, no paso contento”; “La rumba sin trago no es rumba”. Frases como estas las oigo cada vez que salgo: en los almuerzos, en las comidas y en general en cualquier conversación que involucre una historia sobre qué hicieron las personas un fin de semana. Claro está, después de esas frases vienen otras como: “Este guayabo me está matando. No vuelvo a tomar”; “Voy a dejar de tomar porque ahora los guayabos me dan muy duro”; “El trago es lo peor, no vuelvo a tomar”… pero se demora más en pasar el guayabo que en ver a quienes dicen esto –adolescentes, adultos jóvenes e incluso adultos mayores- tomando nuevamente.

La dificultad para decir no, no sólo ocurre con relación al trago: ocurre también con relación a la comida, las salidas de fiesta, los planes y actividades los fines de semana, las actividades laborales que se realizan por fuera de la oficina, entre otras. Con mucha frecuencia las personas pasan por encima de sí mismas, de su voluntad, para aceptar actividades que preferirían evitar. “Prefiero tomarme el café que quedar mal con los demás, así después me siente pésimo -porque casi siempre me cae mal, pero no sé cómo decir que no”. Parece una cosa sencilla, hasta banal, pero son justamente las cosas sencillas las que generan los grandes cambios en la vida de las personas. Por lo mismo, si una persona no es capaz de decir un ‘pequeño no’ a algo tan simple como un café o un té, terminará siendo igualmente difícil decir que no a un trago, al consumo de otra sustancia, a una relación que no quiere tener, etc. Y eso poco a poco va generando en las personas una sensación de impotencia y frustración porque una y otra vez terminan haciendo cosas que no quieren hacer. Así es como ‘se van demostrando a sí mismas’ su propia incapacidad para actuar como quisieran realmente.

Todo lo que creemos, existe (Nardone, 2010). Muchas personas han ‘hecho realidad’ la creencia de que salir de fiesta, a comer, de paseo, etc., sólo se puede disfrutar si hay trago de por medio. Así es como esta creencia conduce a consumir alcohol aunque con ello se ponga en riesgo la relación con la pareja, el matrimonio, la relación con algún amigo, con los padres, entre otras cosas. Nada de esto importa para quienes creen que para pasar rico, para poderle hablar a una persona del sexo opuesto, para poder decirle a alguien lo mucho que lo queremos, lo enamorados que estamos o el dolor que sentimos, tiene que haber alcohol de por medio. Y eso ha hecho que las personas se vuelvan incapaces de disfrutar de su vida por sí mismos porque se han convencido que siempre tiene que haber algo externo que permita alcanzar esa supuesta felicidad.

Hace un tiempo le oí decir a una persona que en Colombia todo es un motivo para tomar trago: porque ganó el equipo de fútbol o porque perdió, porque la esposa está embarazada o porque perdió el bebé, porque lo contrataron en la compañía que quería o porque no lo contrataron. En resumen, cualquier circunstancia es un motivo para tomar alcohol. Y me atrevo a pensar que eso no sólo ocurre en Colombia, ocurre en el mundo en general justamente por la incapacidad de poder decir que no, de poder pensar y actuar diferente y liberarse del miedo a ser descalificado o rechazado por eso. El problema no es entonces el consumo de alcohol como tal. El problema está en la falta de libertad para decir no.

Sin duda hay personas que disfrutan de tomarse unos tragos, tanto por su sabor como por ser el pretexto para compartir momentos con amigos. En estos casos el trago puede dejar de ser un problema porque si el verdadero disfrute se devenga de ese compartir y del gusto mismo por lo que se está consumiendo, habrá conciencia de que el exceso de alcohol acaba con el disfrute porque las personas conocerán sus límites. Pero desafortunadamente la gran mayoría de las personas no sienten ese gusto por el sabor del alcohol, sino que lo consumen por la incapacidad de decir no, de poner un límite, y por eso terminan perdiendo el control.

Nadie nace con la incapacidad de decir no: nos vuelven y nos volvemos incapaces de hacerlo. Recuerdo un hombre a quien se le acabó el matrimonio porque la esposa no soportó más su nivel de alcohol. Él, llorando de dolor, decía que desde niño su padre le había dicho que tenía que aprender a tomar. Por eso desde los once años había ‘aprendido’ que para estar en una reunión social, para salir de fiesta, para ser “macho”, tenía que tomar. De manera que dejar de hacerlo treinta años más tarde se había convertido en una tarea casi imposible. “Perdí mi familia, a mi esposa, a la persona que más he amado en la vida, todo por no saber decir no al trago”.

La capacidad para decir no siempre es posible construirla y aprenderla, aun si nunca se ha practicado. Para lograrlo es esencial empezar por las cosas más sencillas. Sólo desarrollando la capacidad para enfrentar lo más pequeño es posible desarrollarla para enfrentar lo más grande. El consumo de alcohol es un ejemplo que permite ver la incapacidad que todos tenemos para poner límites, para saber decir que no cuando realmente hay algo que preferiríamos no hacer. Es, al mismo tiempo, una oportunidad para aprender a conocerse a sí mismo, para identificar cuándo estamos haciendo algo por gusto, por placer, y cuándo es simplemente por la presión de los demás. En ese sentido, decir ‘no’ es siempre una posibilidad.

Ximena Sanz de Santamaria C.
Psicóloga – Psicoterapeuta Estratégica
ximena@breveterapia.com
www.breveterapia.com

Artículo publicado en Semana.com el 30 de julio de 2012

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