“Los burros y los humanos: dos animales más parecidos de lo que parece”.
Los burros y los humanos: dos animales más parecidos de lo que parece.
Había una vez un burro que vivía en un potrero y todos los días tenía que atravesar un camino para ir con su carretilla a buscar leña. Un día se levantó, salió de su potrero y se encontró con que había un tronco que se había caído y bloqueaba el camino. El burro se paró frente al tronco y se quedó pensando qué debía hacer para poder pasar. Al cabo de unos minutos se le ocurrió que lo mejor era pegarle un cabezazo para moverlo y así lo hizo: se armó de valor, cerró los ojos y mandó la cabeza contra el tronco. Sintió un dolor profundo, cayó al suelo después del impacto y cuando finalmente logró reincorporarse y abrir los ojos, el tronco seguía exactamente en el mismo sitio, no se había movido un centímetro. Entonces volvió a pensar qué debía hacer para poderlo mover y se le ocurrió que debía tomar impulso. Nuevamente se armó de valor, dio unos pasos hacia atrás, tomó impulso y corrió hacia el tronco lo más rápido que pudo. Esta vez el golpe fue más fuerte, el dolor más intenso y, además, se le abrió una herida en la cabeza. Y el tronco seguía exactamente en el mismo sitio. Pero a pesar de eso, el burro siguió repitiendo el mismo patrón creyendo que el problema era la falta de impulso, por lo que cada vez corría desde más lejos. Finalmente el burro murió con la cabeza abierta por terco y por bruto (Tomado de Tomado y adaptado de “Curar la escuela”, por Artini, A. & Balbi, E., 2001).
“Estoy aquí porque tengo 32 años y no he logrado tener una relación de pareja estable. Las cosas siempre empiezan bien, en el sentido que no siento que tenga problemas para levantarme a un man. Pero después me imagino que la embarro, que hago algo mal, lo que pasa es que no sé qué es. Pero sé que hago algo mal porque no me vuelven a llamar”. A partir de esta descripción empezamos a identificar cuáles habían sido hasta el momento las cosas que ella había tratado de hacer para tener una relación de pareja estable. Contó que en las primeras salidas siempre se mostraba como una persona tranquila, amable, ‘sin complicaciones’; se le medía a todos los planes que le propusieran, estaba siempre sonriente, disponible, “no ponía problema para nada”. Al contrario, todo lo que le propusieran le parecía bien.
Pero cuando empezaba a sentir que la relación se estaba poniendo más seria, esa aparente tranquilidad cambiaba por completo: ya no le gustaban todos los planes, ya no llegaba en taxi sino que esperaba que la recogieran, empezaba a exigirle a la pareja que la llamara más veces al día, le pedía que no salieran siempre con los mismos amigos, que cambiaran de planes, etc. Resultado: pocos días después, el hombre con el que había estado saliendo, dejaba de buscarla.
Lo que la llevaba a cambiar de comportamiento de una manera tan drástica era una creencia: “No me la puedo dejar montar”. Eso en términos concretos se traducía en que no quería que los hombres pensaran que era una mujer fácil, que iba a hacer todo lo que ellos querían, que no sabía poner límites y que no tenía un criterio propio. De lo que no se daba cuenta era que para conquistarlos proyectaba la imagen de la persona a quien todo le gustaba, y que los hombres perdían interés era precisamente cuando cambiaba para mostrarse como una mujer fuerte, autónoma, con criterio. Todo esto parecía muy obvio mientras lo íbamos hablando, pero en la práctica ella no se daba cuenta que el problema era la ‘dosis’ de cada comportamiento: mientras en la etapa inicial de conquista se iba al extremo de ser excesivamente complaciente, en la siguiente se desplazaba al extremo opuesto. No en vano dicen que los opuestos se atraen.
En conclusión, el trabajo consistía en “dosificar” cada comportamiento, porque ninguno de los dos es dañino per se. Lo que es dañino son los extremos, a saber, la excesiva rigidez de cada uno que impide la posibilidad de encontrar un equilibrio. En una relación siempre es importante tener un criterio propio, saber definir, decir que no, tener claras las prioridades, poderlas conversar con la pareja, etc. Pero es igualmente importante saber complacer al otro, ser flexible y comprender que en ocasiones las prioridades y puntos de vista pueden ser distintos. En otras palabras: es esencial mantener la flexibilidad y aprender a ‘ceder’.
Aunque puede parecer que un problema como el del burro sólo le pasa a ese animal, los seres humanos con mucha frecuencia funcionamos igual: cuando estamos frente a un problema, ponemos en práctica intentos de soluciones a través de las cuales queremos resolver dicho problema. Hasta ahí todo va bien porque de eso se trata: de buscar soluciones. El problema surge cuando a pesar de que esos primeros intentos de solución fracasan, es decir que no resuelven el problema, volvemos a repetirlo igual una y otra vez. Y es justamente esa repetición sucesiva de intentos fallidos la que va construyendo dificultades y problemas que si siguen sin resolverse, pueden terminar en patologías invalidantes para la vida de la persona. Es por eso que podemos decir que con mucha frecuencia un problema se construye a través de lo que hacemos para tratar de solucionarlo (Nardone & Balbi, 2009).
Ximena Sanz de Santamaria C.
Psicóloga – Psicoterapeuta
MA en Terapia Breve Estratégica.