El enamoramiento no es suficiente

Amar a otra persona, enamorarse, sentir ‘mariposas en el estómago’, querer compartir la cotidianidad con alguien más, hacer planes a futuro, tener sueños e ilusiones compartidos, es una de las sensaciones que los seres humanos más disfrutan, buscan y quieren sentir. Construir una relación de pareja en la que haya comunicación, complicidad, compañía, apoyo, cariño, intereses en común, comprensión mutua, respeto, amor, aceptación del otro, entre tantas otras cosas, es un trabajo diario que no se ‘soluciona’ con casarse o simplemente queriendo estar con alguien más. Son muchos los elementos que deben confluir y en los que cada uno de los miembros de la pareja debe estar trabajando constantemente, pues el enamoramiento no es suficiente.

 

Hace poco llegó al consultorio una joven que después de cuatro años de relación, tomó la decisión de terminar: “Es muy duro porque ha sido una decisión racional. Yo lo amo, pero somos demasiado diferentes y el amor no fue suficiente”. Me contaba que aunque ella sabía que en algunas cosas eran bastante distintos, tenía la ilusión de que él cambiara algunas de esas cosas y que ella pudiera acomodarse y aceptarlas para poder seguir juntos e incluso llegar a casarse. Lo describía como un excelente ser humano, un hombre “de buen corazón”, correcto en sus cosas, inteligente y además, la quería mucho. Pero era una persona sin proyectos a futuro, que trabajaba porque las personas tienen que trabajar, pero no porque fuera algo que lo apasionara. Además de ver televisión, eran pocas las cosas que le gustaba hacer; era difícil conversar con él sobre lo que sentía pues decía que no le gustaba hablar de sus sentimientos y que le era muy difícil expresarse, motivo por el cual ella había aprendido a aceptar sus silencios y a desahogarse con sus amigas. “Pero yo creía que eso iba a ir cambiando y como lo quería tanto, aceptaba lo que fuera. De nuevo, el amor no es suficiente”.

 

El mayor dolor de esta joven era pensar que aun queriendo tanto a su novio y habiendo trabajado con él para que la relación funcionara, finalmente había cosas que no iban a cambiar y con las que ella definitivamente no podía convivir. Se sentía culpable, egoísta y confundida por no haber sido capaz de aceptar y superar las diferencias con su pareja, más sabiendo que era una buena persona. Tenían una buena relación, pasaban contentos estando juntos, ella tenía una excelente relación con sus amigos y él con sus amigas, además de buenas relaciones con las respectivas familias. “Todo eso lo ha hecho más difícil, porque si fuera una mala persona sería todo más fácil por cuanto esa sería una buena razón para dejarlo ir. Pero dejarlo ir porque tuve que tomar la decisión aun sabiendo que lo adoro, es horrible”.

 

Muchas veces las cosas entre las parejas no tienen que estar mal, no tiene que haber grandes conflictos ni maltrato para que una relación no funcione. Y eso, paradójicamente, hace que sea más difícil aceptar que el enamoramiento no es suficiente, que aunque es un elemento muy importante y uno de los primeros para que una relación funcione, tienen que haber muchos otros elementos y confluir muchas otras cosas –que no son las mismas para todas las parejas- para que las relaciones sean sanas, duraderas y hagan que quienes la conforman crezcan y mejoren como personas. “Para mí estar enamorado es querer ser una mejor persona todos los días”, me decían hace poco.

 

Son muchas las razones por las que se terminan las relaciones de pareja: por infidelidad, porque una de las personas se aburre, porque pelean mucho, porque se acaba el enamoramiento, por falta de comunicación, porque una de las partes no pudo cambiar algo que para la otra era muy importante; porque hay diferencias culturales, porque alguno –o ambos- le tienen miedo a la soledad y, por lo mismo, prefieren seguir en una relación que enfrentar la realidad de estar solos, etc. En cualquier caso, terminar una relación es duro y difícil de aceptar, más aun cuando el motivo es que a pesar del cariño y el amor que se tienen las dos personas, siendo ambas maravillosas, la relación no funciona y no queda otra opción que dejar ir al otro y hacer el duelo por esa pérdida.

 

Un amor no consumado es mucho más intenso precisamente por no haberse hecho realidad. Un amor vivido puede terminar, pero uno no vivido no pues no se ha consumado (Nardone, 2009). Para esta joven, como para otras personas que pasan por situaciones similares, ese era justamente el problema: sentir que había cosas inconclusas, cosas que no habían podido vivir juntos a raíz de la decisión que ella había tomado. Y eso le estaba impidiendo a esta joven seguir con su vida, darse la oportunidad de conocer a alguien más, de salir con nuevas amistades y empezar a pensar en otra relación de pareja. Como consecuencia, cada vez que se sentía triste o culpable por haber terminado, llamaba a su ex novio, le mandaba un mensaje, le pedía que se vieran para conversar. Pero después de cada contacto, sentía que se devolvía en su proceso porque volvía a dudar de su decisión; pero al mismo tiempo veía que las cosas que no habían funcionado y por las cuales habían terminado seguían ahí, y seguramente continuarían. Así que empezamos a trabajar para que ella pudiera comunicarse con su ex novio sin tener un contacto directo, escribiéndole cartas diariamente y cada vez que sintiera la necesidad de contarle algo, de pedirle perdón, de manifestarle la falta que le hacía y lo mal que se sentía por haberle terminado a pesar de que él había sido una persona maravillosa. Fue un proceso para ir dejando el pasado en el pasado teniendo en cuenta que, aunque no es posible cancelarlo, sí puede dejarse atrás para construir un presente diferente.

 

Aunque ha sido un proceso doloroso y, como en todas estas experiencias, muchas veces ha tenido que dar un paso para atrás para poder dar dos para adelante (Nardone, 2009), poco a poco ella ha ido aceptando y comprendiendo que para justificar la terminación de una relación de pareja no se tienen que tener grandes conflictos, ni infidelidades, ni que se haya ‘acabado el amor’: también pueden terminarse cuando el amor y el cariño están, cuando ninguno quisiera terminar, pero por otras dificultades tienen que tomar una decisión más ‘racional’ en la que paradójicamente lo que prima es el amor y no el apego, pues no siempre que se ama a otra persona es posible estar con ella como pareja. A veces a pesar del amor y de lo maravillosas que pueden ser ambas personas, no logran ser un buen complemento ni tampoco ‘sacar’ lo mejor del otro y es ahí donde, precisamente por amor, hay que aprender a dejarse ir.

 

 

Ximena Sanz de Santamaria C.

Psicóloga – Psicoterapeuta Estratégica

«El pasado no lo podemos cambiar, pero sí podemos cambiar el efecto que tiene sobre el presente»

A mi consultorio llegan con mucha frecuencia personas que quieren hacer cambios en su vida. Pero paradójicamente su “discurso” está montado sobre la creencia de que muchas de esas cosas que quisieran que fueran diferentes no van a poder cambiar debido al pasado que han vivido. “Yo siempre he sido así y sé que no tolero el tema de la infidelidad porque mi papá le fue infiel a mi mamá cuando yo era niño. De entrada te advierto que eso en mí no va a cambiar”, me decía un consultante en la primera sesión. Decidió buscar “ayuda profesional” –como él mismo decía- porque su esposa le había sido infiel después de 16 años de matrimonio y esto le estaba causando un enorme dolor que quería sanar y superar para poder retomar su relación. El problema era que no se sentía capaz de sanar la herida que esta infidelidad le había “destapado”: la infidelidad de su padre cuando él era un niño. “Yo quiero superar este dolor porque la adoro, quiero estar con ella y luchar por nuestro matrimonio. Pero por todo lo que pasó con mis padres siento que no voy a poder hacerlo”.

Como terapeuta estratégica reconozco que cada persona es fruto de su propia historia, de su propio pasado (Cagnoni, F. & Milanese, R. Cambiare il passato. 2009), sin dejar de desconocer que el pasado de una persona no es una condición inexorablemente determinante de su presente. Si así fuera, el cambio sería imposible. Y para nadie es un misterio que la única constante en la vida de los seres humanos es el cambio (Nardone, G. (2009). “La mirada del corazón”.). En otras palabras: aunque no podemos cambiar ni cancelar el pasado, sí podemos cambiar el efecto que este tiene sobre nuestro presente (Nardone, 2009). Y el primer paso para lograrlo es volver a recorrer la experiencia dolorosa por medio de la escritura. En palabras de J.W. von Goethe, escribir la historia es una forma de deshacerse del pasado (Cagnoni & Milanese (2009). “Cambiare il passato”).

Desde el ‘sentido común’, cuando estamos frente a una experiencia pasada dolorosa lo primero que intentamos hacer es cancelarla, sin darnos cuenta de que justamente ese intento acaba perpetuando el dolor, y este dolor impide la posibilidad de vivir un presente diferente. Es precisamente así como el pasado se nos convierte en una condena, tal como le ocurrió al consultante cuando se enteró de la infidelidad de su esposa: esa experiencia –presente- revivió en él todo lo que había vivido cuando era niño con la infidelidad de su padre; fue como haber metido el dedo en una herida abierta que él había intentado tapar creyendo que así sanaría, cuando en realidad, era cada vez más profunda, más presente.

Empezamos a trabajar en el proceso de archivar su pasado en el pasado. Al comienzo fue difícil porque se negaba a escribir; llegaba a la consulta muy molesto diciéndome que no entendía por qué le había puesto una tarea tan difícil y dolorosa si él lo que quería era trabajar en la relación con su esposa. Encontraba todo tipo de disculpas para evitar la tarea porque sentarse a repasar por escrito esa parte de su historia generaba en él un dolor muy profundo y, por lo mismo, miedo a enfrentarlo. Pero un día llegó a su límite: quería volver con su esposa, luchar por recuperar su relación de pareja y su familia, pero no podía “dejar ir” su pasado y esto le estaba impidiendo vivir su presente. Fue ahí cuando finalmente venció el miedo y, con mucha angustia en la boca del estómago, se sentó a escribir por primera vez una parte de ese ‘capítulo’ de su historia. “Me hiciste llorar como un niño chiquito. Creo que ni cuando me enteré que mi esposa me había sido infiel lloré tanto. Pero tengo que reconocer que después de haberlo hecho esa primera vez, me sentí más descargado”.

De ahí en adelante siguió un proceso doloroso, y al mismo tiempo “gratificante y liberador”, como él mismo lo definió. A través de la escritura pudo tomar distancia de sus propios sentimientos para empezar a sanarlos. El ejercicio de escribir no ha cambiado su pasado, pero sí ha cambiado la manera como él ‘revivía’ mentalmente en su presente una vivencia traumática que vivió cuando era niño. “Todavía me duele mucho la infidelidad de mi esposa y eso es algo que tendremos que trabajar como pareja. Pero ya no estoy constantemente remitiéndome a lo que viví cuando era niño, ya no repaso las escenas de mi mamá llorando desconsolada y de mi papá rogándole que lo perdonara. En ese sentido, mi herida ya cicatrizó”.

Independientemente del motivo que nos esté ‘atando’ al pasado, el problema está en que mientras vivimos nuestro presente añorando ‘lo maravilloso que ya pasó’ o sufriendo por lo que nos causó dolor, se nos está pasando la vida, como se nos pasa el agua entre los dedos cuando intentamos retenerla. Es así como perdemos la posibilidad de vivir y disfrutar un presente diferente, ¡siendo el presente lo único que tenemos! Porque el pasado ya pasó, no lo podemos cambiar, y el futuro no sabemos qué nos traerá. En ese sentido, el presente que vive cada persona puede ser distinto independientemente del pasado ya vivido.

Se trata entonces de enfrentar el dolor en el momento en que se presenta, como cuando nos hacemos una herida en la piel: podemos taparla con una cura por el miedo al dolor que conlleva desinfectarla, o aguantar el dolor inicial de la desinfección para que así la piel pueda regenerar el tejido hasta que finalmente pueda cicatrizar sanamente. Para sanar las heridas que nos causan las experiencias difíciles –y en ocasiones traumáticas-, la escritura es el ‘desinfectante’ que nos va a permitir pasar por el medio del dolor para salir al otro lado (Nardone, 2008).

Ximena Sanz de Santamaría C.
ximena@breveterapia.com
www.breveterapia.com

Artículo publicado en Semana.com el 27 de octubre de 2011