Yo también soy vulnerable

Como seres humanos que somos, todos somos vulnerables. Nadie tiene la vida perfecta, ni es feliz el 100% del tiempo. Sin embargo, es diferente saberlo a vivirlo. Una cosa es la teoría y otra la práctica. Como me dijo una paciente hace unas semanas: “Reconocer que uno como psicólogo también es vulnerable, es difícil”.

Después de que nació Lucía, pasé cuatro meses encerrada en la casa dedicada a cuidarla y atenderla, queriendo hacer todo por ella porque creía que eso era sinónimo de ser la mejor mamá. Hacia el segundo mes, empecé a sentirme miserable porque mi vida pasaba entre el cuarto de ella y el mío. Basta. Comenzó a aparecer una ansiedad que yo intentaba ignorar pero con el paso de las semanas, se hizo tan evidente que finalmente, al cuarto mes de vida de Lucía, esa ansiedad me hizo reconocer que necesitaba buscar ayuda.

Levantarme era una pesadilla, llegaba el fin de semana y yo literalmente me quería morir porque no quería que hubiera silencio en la casa. Sentir que Elena (la persona que me ayuda con las labores de la casa) estaba por ahí y que podía hablar con ella, me daba una tranquilidad enorme. Pero ella no está los fines de semana y muchas veces mi esposo tenía que ausentarse o simplemente estaba yo tan mal de ánimo, que aun si él estaba en la casa, mi ansiedad era tal que lo único que quería el viernes cuando abría los ojos por la mañana era volverlos a cerrar y abrirlos el lunes. Confieso que le tenía pavor a Lucía: a su llanto, a su incomodidad, a que no durmiera, a no tener suficiente leche materna y ella se desesperara, en fin. Poco a poco he podido ir viendo que en empecé a tenerle miedo a las obligaciones, a las tareas, a las responsabilidades. En resumen, a la vida.

Recuerdo un domingo que la mejor amiga de mi esposo me invitó a tomar algo a su casa. Mi esposo estaba de viaje y a mi me daba pavor salir en el carro con Lucía, a pie, en coche, de cualquier manera. Pero sabía que tenía que armarme de valor y salir, así que me fui para su casa manejando con una ansiedad infernal. Hablando con ella, que es una mujer brillante –tanto emocional como intelectualmente- y amorosa, recuerdo que me dijo: “Xime, créeme que vas a ser mejor mamá si tienes ayuda con la niña, si puedes irte, dejar a Lucía y volver después a estar con ella. Pero tienes que recuperar el tiempo para ti”. Me sentía tan miserable en ese momento que finalmente accedí a buscar a alguien que me pudiera ayudar cuidando a Lucía. Al comienzo fue difícil, me daba susto dejarla, y más en manos de alguien a quien jamás había visto antes. Pero desde que entrevisté a Jenny me pareció una mujer increíble, me gustó su energía y a Elena, que para mi hoy en día es más importante que nunca, también le generó una buena sensación. Así que empezó a ir a mi casa y poco a poco fui sintiendo que después de casi 5 meses, finalmente tenía algo de tiempo para mi. Podía lavarme los dientes, bañarme e incluso comer algo tranquila.

Sin embargo, a pesar de la llegada de Jenny, mi ansiedad no disminuía y el pánico al fin de semana era cada vez peor. Le cogí odio al silencio, a tener que estar en mi casa, por lo que un tiempo antes de la llegada de Jenny, empecé a salir los fines de semana con Lucía en el cargador y Abril con su correa. Nos íbamos las tres a jugar frisbee mientras yo trataba de cerrar el hueco que tenía en el estómago. Pero hacer ese tipo de cosas me ayudaba a sentirme un poco más tranquila, sobre todo, más capaz de enfrentar la cotidianidad. Hoy en día lo pienso y parece algo tan sencillo, tan obvio, casi insignificante; pero en ese momento poder salir con ambas durante media o una hora, para mi era un logro enorme. Cada vez que volvía de la calle, sentía que había escalado el Everest y así bauticé esas pequeñas experiencias en las que lograba avanzar en el manejo de mi ansiedad y mi sensación de incapacidad y vulnerabilidad: escalé el Everest. Esto me ayudaba, pero la ansiedad no sólo no desaparecía sino que incluso a veces aumentaba.

“Todo en la vida pasa por algo”, es una frase que también he repetido mucho teóricamente pero pocas veces había comprendido su significado literal. Alguno de esos días de profunda ansiedad, mi mamá me contó que mi psicóloga (amiga y colega de ella), estaba atendiendo algunos pacientes por Skype (ella se retiró en diciembre de 2018 y se fue a vivir fuera de Bogotá). Sentí un alivio enorme de saber que finalmente iba a poder hablar con alguien externo. La busqué y empecé a tener sesiones con ella en las que le podía compartir la tristeza y la ansiedad tan profundas que me acompañaban casi a diario. Me sentía como una niña chiquita que le tiene miedo a todo: a la noche, a quedarse sola, al silencio, en general, a vivir. Y finalmente un día Isa me dijo: “Xime, a mi me parece que tu estás deprimida”. Uff! Fue duro oírlo pero al mismo tiempo, me generó un profundo alivio. Después de hablarlo con ella, se lo comenté a mi médica y todas estuvimos de acuerdo. Así que la médica y al estar todas de acuerdo, me medicaron con unas pastillas naturales pues la médica quería ver cómo reaccionaba a estas y con base en eso, decidir si debía darme algo más fuerte o si era suficiente.

Desde entonces, empecé a vivir una cadena de cambios impresionante. Por un lado, sentí un cambio de percepción profundo en el sentido que empecé a ver la vida de otro color, o tal vez es mejor decir que empecé a ver la vida de color porque llevaba muchos meses en que todo lo veía negro. Al mismo tiempo, sentí que tener ese diagnóstico, que haberle puesto un nombre a lo que estaba sintiendo, me dio una meta, algo frente a lo cual quería trabajar: salir de la depresión. Y no por tomarme una pastilla sino porque quería aprender a manejar la ansiedad para superarla y volver a construir una vida en la que si bien sé que tengo que vivir con ella porque como todos los seres humanos es justamente la ansiedad la que nos permite sobrevivir y generar cambios (soy un fiel ejemplo de ello), no quería volver a tenerla en esos niveles en los que lo único que sentía eran ganas de morirme. Así que volví a acordarme de esa frase que me dijo la amiga de mi esposo y por lo mismo, programé entrenamientos físicos con mi entrenador, agendé más pacientes, empecé a salir con Lucía en el coche y con Abril amarrada a mi cintura para poderme ir con ellas por toda la ciudad, como lo hice durante tantos años antes del nacimiento de Lucía. Empecé a moverme físicamente, a estar activa, a salir de mi casa para que estar en ella fuera agradable, para que volver fuera algo que me generara placer y no un miedo y una ansiedad que me estaban llevando a odiar mi apartamento.

Como es de esperar, todo este gran malestar afectó mi relación de pareja. Así que después de hablarlo y ser conscientes que también los dos estábamos pasando por una situación difícil, empezamos terapia de pareja.

He llegado a aceptar que todo cambia permanentemente, que el nacimiento de un hijo exige una flexibilidad frente a los cambios que nada antes me lo había planteado. Y aun así, cada vez que siento que estoy encontrando el balance, todo se vuelve a desorganizar: los horarios vuelven a cambiar, Lucía come más o come menos, duerme más o duerme menos, los pacientes aumentan, el tiempo no me alcanza, mi salud física también se vio considerablemente afectada, por lo que he tenido que hacer otros cambios e introducir pausas, en fin.

Un año después del maravilloso día en que nació Lucía, finalmente empiezo a sentir que tengo más momentos de tranquilidad que de ansiedad; que en alguna medida he aprendido a aceptar la ansiedad, a manejarla y poco a poco he ido viviendo en la práctica esa famosa frase del monje Thich Nhat Hahn: this too shall pass – esto también pasará. En muchas dimensiones siento que en este año he crecido a nivel personal y espiritual más de lo que había crecido en 35 años. He vivido altísimos niveles de estrés, ansiedad y miedo gracias a los cuales ahora me siento más vulnerable y por lo mismo, más fuerte, capaz de asumir y enfrentar la vida como la conozco ahora: con una hija que me hizo cuestionarme todo lo que venía construyendo desde hace 36 años, con un esposo maravilloso y paciente con el que seguimos trabajando para continuar creciendo juntos como pareja con todos los cambios que hemos tenido que enfrentar; con una perrita que ha sido mi mayor soporte emocional durante todo este tiempo y con una vida radicalmente diferente de la que conocí durante 36 años. Ahora estoy dispuesta a seguir construyendo y comprobando, una vez más en la práctica y no en la teoría, que literalmente la única constante en la vida es el cambio.

 

Ximena Sanz de Santamaria C.
Psicóloga – Psicoterapeuta
MA en Terapia Breve Estratégica.
Twitter: @menasanzdesanta
Instagram: @breveterapia

 

Perfecta

El testimonio de una persona que combatió la anorexia durante 5 años; que vivió con lo que ella misma denomina «la bruja» que no es otra que nuestra mente. Esa mente tan poderosa que es capaz de crear las mejores o peores realidades y en este segundo caso, es capaz de hasta llegar al punto de distorsionar tanto la realidad que una persona puede creer que es mejor morirse, literalmente morirse, antes de estar gorda. Aun cuando la “realidad objetiva” muestra un peso y unos indicadores que muestran el riesgo de muerte en el que está la persona, la mente es capaz de hacerle creer que aun debe perder más y más y más peso porque de lo contrario, jamás se sentirá feliz.

«No olvidar el propósito, por intentar conseguir el resultado: el camino es tu objetivo»: Una lección acerca de Los Retos, Las Frustraciones y El Éxito

Todas las monedas tienen dos caras, nos repetía Nardone con frecuencia. Obvio? Si. Sin embargo en la práctica no es tan obvio. Antonia es la clara muestra de esto porque por un lado es una mujer brillante, muy capaz y muy sensible. Pero por otro, esa sensibilidad en ocasiones le juega en contra generándole un profundo sufrimiento.
En este artículo Antonia logra plasmar las dos caras de su moneda: por un lado, su inteligencia racional, su determinación mental, su inteligencia. Y por otro, esa sensibilidad que le permite reconocerse a sí misma como una persona vulnerable y enfrentarse con sus mayores miedos siendo capaz de superarlos.
Gracias infinitas Antonia: por tu valentía y por tu generosidad en compartir este maravilloso testimonio en el que se pone en evidencia lo difícil e incluso injusto que es la competencia en el mundo.

«No olvidar el propósito, por intentar conseguir el resultado: el camino es tu objetivo»: Una lección acerca de Los Retos, Las Frustraciones y El Éxito

Hace un año estaba en el exterior estudiando para un examen que en mi vida representaba el más grande reto profesional. La etapa de estudio duraba tres meses, en los cuales debía estudiar 12 horas al día en promedio (sábados y domingos incluidos).

Poco antes de empezar el programa, mi hermana llegaba a visitarme por unos días, justo después de haber recorrido el Camino de Santiago de Compostela. Llego hermosa, con los ojos sonrientes y la mirada de los que recurrentemente conversan con Dios. Traía con ella una maleta ligera, la misma que cargo durante todo recorrido, y una decena de experiencias, anécdotas, y nuevos amigos. A lo largo del camino había conocido personas provenientes de Brasil, Italia, Noruega, Argentina; cada uno con su propia historia, con su propio recorrido, su propio Camino. Como todos hablaban idiomas distintos, aprendió a comunicarse a través de las señas, a componer canciones en más de cinco idiomas, y a oír con el corazón.

Con la emoción de volver a vernos, nos sentamos en mi cocina a conversar. Y entonces, mientras yo me quejaba de los mucho que iba a tener que estudiar en los próximos meses, y de lo largo que era todo el proceso, pues los resultados del examen no los publicaban sino hasta 4 meses después presentarlo, Ella, con esa sabiduría inquieta y la tranquilidad que su voz representa en mi vida, me conto que justo antes de llegar a la mitad de El Camino aprendió el significado de una frase corta y verdaderamente valiosa:

No olvides el propósito, por intentar conseguir el resultado: el camino es tu objectivo” – me dijo sonriendo. – «Como!!??” – le pregunté sorprendida. – “Acaso no es lo mismo el propósito que el resultado?”. Y Ella, con su voz calmada, me explicó pacientemente: “No, el resultado es aquello que quieres conseguir, el propósito es la razón por la cual lo estás haciendo”.

 

Muy a pesar de su explicación, yo seguía algo confundida, pues siempre he tenido una mentalidad enfocada al resultado: lograr, lograr, lograr, cumplir, cumplir, cumplir.

 

Y así continuo Ella explicándome:

 

«Cuando yo inicié el Camino de Santiago, un camino de 800 kilómetros que me propuse recorrer en un mes, empecé con el afán característico de quién inicia un proyecto emocionante con el que quiere algo concreto: mi meta, después de 31 días en los que debía caminar 20 millas en promedio para atravesar España a pie, era llegar a ‘Santiago de Compostela’, un pequeño pueblo al noroccidente del país, donde culminaba El Camino”.

 

Con esa meta en mente, empezaron mis primeros días del recorrido: caminando tan rápido como fuera posible, para llegar cada noche a un nuevo hostal, quitarme las botas y decirme a mí misma antes de caer profunda sobre la almohada: «Listo, un día menos, cada vez más cerca de la meta«.

 

Algunos días me entraba mucho afán, quería llegar a Santiago de Compostela cuanto antes y no caminar más, quería ansiosamente vivir aquello que los demás peregrinos (como le llaman a los caminantes) describían como una experiencia ‘subliminal, profunda, liberadora, íntima y estremecedora’”. “Y así, día tras días, seguí caminando apresuradamente, pensando constantemente en aquel día en que llegaría finalmente a Santiago….cuando depronto, un día caluroso, en medio de los paisajes de Navarra, me desespere momentáneamente: estaba cansada de caminar, y de ver que aún me quedaban dos tercios de El Camino. Con un calor que me ahogaba y en medio de la desesperación, me senté a una orilla de El Camino a pensar y a reflexionar sobre el por qué estaba haciendo todo esto; “por qué había iniciado El Camino? Por qué había planeado durante meses este momento que tanto trabajo me estaba costando?”. “Por que tenía tanto afán de llegar?”. “Y justo ahí, bajo un sol ardiente y acompañada por los sonidos del viento, entendí que me estaba olvidando del propósito, por intentar alcanzar el resultado.

 

Ese día, mi hermana recordó que el propósito de El Camino era hacer el camino en sí, y no llegar al lugar de destino. La experiencia «subliminal, profunda, liberadora, íntima y estremecedora» de la que hablaban los demás peregrinos era recorrer el camino en sí, y no la llegada a Santiago, que simplemente representaba la culminación de todo el recorrido. Así, ella entendió que, si se enfocaba únicamente en el lugar del destino, en ese día en el que podemos decir «listo, terminé, lo logré«, se olvidaba del camino como tal, que era dónde estaba su propósito. Y así como le paso a mi hermana en esa primera etapa de El Camino, nos pasa a todos constantemente con la vida misma: perdemos el foco de nuestro propósito (que no es otro sino disfrutar el recorrido) por intentar conseguir una infinidad de resultados que no deberían representar más que la culminación de los procesos: graduarnos del colegio, graduarnos de la universidad, conseguir el empleo de nuestros sueños, esperar a la época de las vacaciones, casarnos, ahorrar para el viaje, bajar 5 kilos, tener los hijos, criar los hijos, APROBAR EL EXAMEN!

 

Para ser sincera, el verdadero sentido de la historia no lo entendí ese día mientras conversábamos en la cocina, sino algo después, cuando llegaron los resultados del examen y para mi gran sorpresa lo había reprobado. Me faltaron 2 puntos sobre 400 que se exigían para aprobarlo. Lloré por dos días enteros, pensando que era el más grande fracaso de mi vida, que al final no era tan inteligente como mis amigos que si lo habían aprobado, y me lamentaba porque no entendía para qué todo ese esfuerzopara qué todas las trasnochadastodas las horas de estudio, todo el tiempo y el dinero invertido. Al final, todo había sido una gran pérdida de tiempo! Y así, después de llorar y estar de compinche con mi ego por varios días, fui recordando a mi hermana y su gran lección: justo ahí, mientras me lamentaba por lo ocurrido, entendí que había olvidado el propósito por haber intentando conseguir el resultado! Había olvidado, o tal vez no entendí en su momento, que el propósito era asumir un reto, prepárame, enfrentarme a la frustración y al hecho de no poder controlarlo todo, esforzarme, y hacer lo mejor según mis circunstancias. Había olvidado que la vida es esa; que la vida no es otra sino la que ocurre durante los procesos; que no hay alguien que nos castiga o nos premia, dependiendo de que tan bien nos hayamos portado, sino que cada uno elige los caminos que quiere recorrer, los propósitos por los que quiere luchar. Y entonces, fue así como, con cierto dolor, aprendí que, si logramos enfocarnos en el propósito, liberamos el resultado y con él, el sufrimiento que genera querer controlarlo.

 

Tener un hijo es como vivir en un Ashram

Cuando tenía 12 años, mis papás quisieron hacer un viaje a la India para ir a conocer a quien en ese momento era un Maestro para ellos. Así que en diciembre con un grupo de colombianos nos fuimos para India tres semanas a vivir al ashram, que se conoce como un lugar de meditación y enseñanza en el que las personas que asisten viven bajo las enseñanzas de un Maestro.

Haber pasado tres semanas, a los 12 años, en un ashram fue una experiencia que me dividió la vida en dos por muchas razones, pero principalmente por dos la primera, porque comprendí lo que significa estar y vivir en el presente. Y la segunda, me di cuenta de que la mayoría de las cosas con las que vivimos los seres humanos son lujos, cosas innecesarias que realmente no nos dan ninguna felicidad. Al contrario, son una profunda fuente de infelicidad porque hemos construido y arraigado la creencia de que sólo podemos ser felices si tenemos comodidades, pertenencias, lujos y dinero.

En ese entonces (no sé si haya cambiado después de tantos años), la vida en ese ashram era muy rutinaria y sobre todo, sencilla. La levantada era antes de que amaneciera, el baño con agua helada, dormíamos en colchones en el piso, pero teníamos el lujo de estar en un cuarto sólo los tres porque como estábamos en compañía de un hombre (mi papá), podíamos dormir en un cuarto y no en un galpón. Salíamos hacia el templo para hacer fila y presenciar el darshan o la salida del Maestro, permanecíamos en el templo un par de horas y después íbamos a desayunar. Se podía prestar servicio ayudando en el comedor, antes o después del desayuno, en cuyo caso nos quedábamos limpiando y recogiendo. En caso de no estar prestando servicio, se ofrecían charlas y conferencias de diferentes discípulos a las que se podía asistir gratuitamente. O simplemente se podía ir a caminar, a leer, a estudiar o cualquier actividad de ese estilo. A la hora del almuerzo la dinámica era la misma y luego nos alistábamos para el darshan de la tarde, después del cual íbamos a comer y si no recuerdo mal, debíamos ir al cuarto a dormir antes de las 9pm. Y así fue nuestra vida durante tres semanas: todos los días la misma dinámica, usando las mismas tres mudas de ropa, durmiéndonos, levantándonos, bañándonos y comiendo a la misma hora. Y una vez más, recuerdo esas tres semanas como una de las mejores épocas de mi vida.

Hablando con mi mamá en estos días de licencia de maternidad en los que he pasado por todos los estados de ánimo, en algún momento en el que me sentía agobiada y cansada de estar en mi casa 24/7, además de sentirme angustiada porque pasé por un tema de salud difícil después del parto y eso complicó también la salud de Lucía, mi mamá me dijo: “Mira lo que estás viviendo como si estuvieras en un ashram”.

Esa frase me “despertó” ante la oportunidad tan grande que estoy teniendo de vivir mi presente, de estar en mente, cuerpo y alma en lo que estoy, evitando adelantarme a un futuro que por momentos me angustia o devolverme a un pasado que a veces me atormenta y entristece. He tenido que poner en práctica las palabras que tantas veces les he dicho a muchos de mis pacientes y ponerme a prueba frente a mi propia mente que busca todas las oportunidades para hacerme dudar de mí misma en todos los aspectos de mi vida. Tener a Lucía me ha obligado –en el mejor de los sentidos- a vivir una vida cotidiana como la que se vive en un ashram, girando siempre en función de las mismas cosas y de la misma forma: las horas a las que se levanta, a las que se acuesta, su alimentación, la mía, y todos los días voy usando las mismas mudas de ropa. A veces salgo a comprar granadillas o a darle una vuelta a mi primera hija Abril (mi perrita), pero son vueltas muy cortas. Cuando tengo tiempo, me siento a escribir para darle un espacio a mi mente y así evitar que me domine con sus dudas apocalípticas; y a veces, muy pocas, he ido introduciendo la lectura de algunos libros, cuando el cansancio y el agobio me lo permiten.

Todos los grandes Maestros espirituales coinciden en decir que el trabajo más importante es el trabajo que hacemos en nosotros mismos. Que no hay necesidad de viajar por el mundo y recorrer grandes distancias para ayudar a otros porque el trabajo más importante que cada uno tiene que hacer está ‘en casa’. Esa ha sido una de las grandes enseñanzas que me ha traído Lucía: ser capaz de encarnar y vivir en carne propia y a diario que la felicidad no está ni en los lujos, ni en los planes, ni en miles de actividades, así como tampoco en las larguísimas jornadas laborales o en viajes y acumulación de bienes materiales. Y si bien ninguna de estas cosas es negativa per se, tampoco ninguna de ellas nos da esa tranquilidad y sosiego que creo, todos estamos constantemente buscando.

Mi tranquilidad y sosiego las he ido construyendo –¡aunque me falta mucho por conquistar en este tema todavía!- siendo capaz de levantarme cada día a estar con Lucía, respondiendo a lo que ella necesita y entendiendo también que nada con ella está ‘escrito en piedra’: a veces se levanta más temprano, a veces más tarde, a veces come a una hora pero al día siguiente puede comer a otra y así sucesivamente. De manera que si bien las rutinas son las mismas, los ritmos van cambiando y esto me comprueba, una vez más, que no tengo control sobre nada. Y que si intento controlar, caigo en la paradoja del exceso de control que me lleva a perder el control. Por eso en la medida que voy soltando y permitiéndome fluir con ella, voy conquistando una profunda libertad para vivir la vida como creo, es la única amanera que podemos vivirla: segundo a segundo cada día. Y no tengo necesidad de atravesar el mundo para irme a vivir a un ashram porque en mi cotidianidad, ahora con Lucía, encuentro todas las herramientas para ser capaz de vivir el momento presente.

Ximena Sanz de Santamaria C.
Psicóloga – Psicoterapeuta
MA en Terapia Breve Estratégica.
Instagram: @breveterapia
Twitter: @menasanzdesanta

Gracias Luisa por permitirnos compartir lo que ha sido tu proceso de transformación en cuanto a tu relación con la comida.

Desde que me acuerdo, nunca he tenido una relación sana con la comida. Crecí en una sociedad llena de prejuicios donde el estar “gordo” era inaceptable o era motivo de sentir vergüenza. En mi años adolescentes fui “rellenita” y cuando entré a la universidad me fui hacia el otro extremo. El miedo de volver a engordarme me llevo a restringir mis alimentos y a hacer ejercicio de manera compulsiva.

Después de años de vivir sufriendo por esto, por sugerencia de mi hermano, llegué a Live Life donde María Paula Estela. Fui una vez, pero mi resistencia a cambiar me llevó a ir solamente una vez y no volver hasta un año después del primer control. Y durante ese año me volví aun más restrictiva con la comida, lo que terminó en un aumento de peso.

Después del primer control, María Paula me dijo que yo solo estaba comiendo 600 calorías al día y quemando alrededor de 2000. Para mi era irreal este dato pues según mi mente yo comía muchísimo y este era el problema por el cual me estaba engordando.

María Paula me dijo que al no comer, mi cuerpo entraba en ayuno por lo que si quería perder peso de manera sana, lo que tenía que hacer era comer. Honestamente me pareció una teoría ridícula. ¿Cómo era posible que al comer uno perdiera peso? Dos años después, he comprobado que esa teoría, que inicialmente pensé que era ridícula, es verdad: comiendo que he logrado bajar de peso. Aunque a pesar de haberlo vivido en mi propia piel, todavía hay momentos donde mi mente me hace dudar. Por eso llegar hasta aquí y aplicar esa teoría, no ha sido fácil.

A pesar de lo que me dijo María Paula, al comienzo seguí restringiendo las comidas y me empecé a engordar. Con esto vino una frustración y una rabia infinita porque no entendía: si iba dos horas diarias al gimnasio y no comía, ¿cómo era posible que cada vez subiera más de peso? Fue ahí donde María Paula me sugirió complementar el trabajo nutricional con un apoyo psicológico y me dio los datos de la psicóloga que trabaja en Live Life estos temas alimenticios.

Honestamente no quería ir, pero estaba tan obsesionada por adelgazar que si esta era la única manera de que María Paula me siguiera atendiendo, entonces lo iba hacer. Nunca pensé que Ximena me pudiera ayudar a entender la obsesión con la cual llevaba viviendo desde los 13 años.

Durante este proceso, Ximena me hacía comerme algo que me gustara al día por fuera de lo reglamentado con María Paula. Pensé ¡esta loca! Sin embargo le hice caso, pero todo el tiempo pensaba que me iba engordar. “Ahora si voy a quedar como una llanta Michelin”. Pero a pesar de ese miedo, le hice caso y el resultado fue increíble. No sólo le perdí miedo a la comida, sino que además empecé a adelgazar.

Durante este proceso aprendí que mi exceso de control con la comida, me llevaba a un descontrol inmenso. Por lo mismo, pude entender el componente emocional que había detrás de mi obsesión.

Poco a poco, y de manera intermitente, mi obsesión se fue calmando, dejé de prestarle tanta atención y me empecé a adelgazar. Son cosas que aún todavía no entiendo, cómo es que comer lo ayuda a uno perder peso. Pero es así y además, mi obsesión se fue. No puedo negar que tengo días donde vuelve y si, me atormenta. Pero he podido seguir practicando las herramientas que Ximena me enseñó y así voy recuperando la calma y me vuelvo a estabilizar. Sigo llegando a cada cita con María Paula a tapar la pesa porque pienso que me va decir que me engordé, lo cual, la mayoría de las veces, me doy cuenta que no es cierto. Y aunque hay días en que sigo pensando que como demasiado, ya son más los días en que no pienso en eso y puedo comer mucho más tranquila

Live Life me ayudo a mejorar mi relación con la comida y a comprender que ¡esto es un trabajo diario! Además, aprendí a hacer ejercicio por el placer de hacerlo y no porque es la manera de quemar calorías. Les confieso que sigo entrando a consulta con pavor de la pesa, porque como les contaba, la obsesión no desaparece del todo, entonces sigo pensando que como demasiado! Pero cada consulta a la que voy me comprueba que ¡comer no engorda!

Creo que hasta cuando me enfrenté con María Paula y Ximena, no era consiente del infierno tan grande en que el estaba, no sólo porque vivía controlando la comida sino también porque le dedicaba demasiada energía a esto. Y aunque por momentos mis pensamientos obsesivos siguen, gracias a Live Life tengo herramientas para manejarlos y ya no dominan mi vida.

 

Luisa

Gracias a mi hija Lucía por sacar mis sombras.

“Lo que no queremos ser, lo que no queremos admitir, lo que no queremos recordar forma nuestro polo negativo, forma nuestra sombra. El repudio de la otra mitad de las posibilidades no las hace desaparecer, sólo las niega en la conciencia (…) La sombra nos angustia, por eso la hemos rechazado (…) La sombra es todo lo que el individuo no logra reconocer de sí mismo, para concluir ocupándose en especial de esa parte (…) La sombra contiene todo lo que consideramos malo, lo cual nos lleva a creer que debemos combatirla. Pero resulta que el bien depende del mal. Si fuéramos capaces de conocer y aceptar nuestra sombra, tal vez no habría nada para combatir”

 (Gutman, 2006).

 

Durante mis estudios en la universidad, tuve un novio que me molestaba porque según él, yo era muy “nerda”. Se burlaba de mi porque estudiaba mucho, porque me esforzaba para cada clase como si fuera la única, en resumen, porque dedicaba mucho de mi tiempo al estudio en general. ¿Qué puedo decir? Tenía razón. Y no sólo tenía razón para ese momento porque aun hoy siendo esa persona ‘nerda’ y muy dedicada a mi vida académico-laboral. Creo que gran parte de lo que me ha permitido ser así es que, desde niña, conté con el apoyo de mis padres para hacer y dedicarme a lo que he querido. Desde que decidí estudiar Psicología, después cuando me fui a hacer la Maestría en Terapia Breve Estratégica y desde que regresé y empecé a trabajar como psicoterapeuta independiente hace casi diez años, he podido trabajar siempre en lo que me apasiona: la terapia.

Desde que me fui al Centro de Terapia Strategicaen Arezzo Italia en mayo de 2008 a hacer la Maestría, me he dedicado a estudiar, a aprender y a hacer terapia. Y sin darme cuenta, han pasado casi diez años en los que nunca me he retirado de trabajar por un tiempo indefinido. Me he ido de vacaciones, a hacer cursos, actualizaciones, pero jamás había parado de trabajar por un tiempo indefinido hasta ahora que voy a ser mamá.  Y en este proceso de empezar a ‘desprenderme’ de mi trabajo para dedicarme a la maternidad, he descubierto y entendido a qué se refiere Laura Gutman en su libro “La maternidad y el encuentro con la propia sombra”cuando habla de ‘las sombras’.  Ella plantea que los bebés vienen, entre otras cosas, a sacar las sombras de las madres, es decir, todos esos miedos, temores, expectativas, angustias, rabia, desesperanza, preocupaciones, etc., a los que tenemos que enfrentarnos cuando nace un bebé que durante tanto tiempo depende 100% de nosotras. Y no solamente son temores relacionados con la maternidad como tal, con el parto, la lactancia y la salud del bebé. Son temores que cada una de nosotras carga frente a si misma como ser humano, como individuo, como mujer. Y en este proceso de descubrir mis sombras, me he dado cuenta   ‘me casé’ con la identidad de ser una mujer profesional y ahora que voy a poner esa identidad en pausa, han salido una cantidad de miedos y cuestionamientos que no sabía que tenía.

  • ¿Cuánto tiempo voy a dejar de trabajar?
  • ¿Será que en algún momento voy a querer volver a trabajar?
  • ¿Será que voy a perder a mis pacientes?
  • ¿Voy a volver a tener pacientes?
  • ¿Será mejor no retirarse del todo?
  • ¿Y si dejo de ser buena terapeuta?
  • ¿Y si cuando vuelva a trabajar ya no tengo pacientes?
  • ¿Y si mis pacientes se quedan donde mis colegas y no vuelven?
  • Voy a dejar de ganar dinero…

Así sucesivamente se me han empezado a presentar esas preguntas que Nardone denomina preguntas estúpidas para las que respuestas inteligentes no hay. Pero claro, ellas llegan automáticamente y no sólo llegan, sino que es difícil detenerlas y liberarse de ellas. De manera que he empezado a trabajarlas como lo hemos hecho con varios de mis pacientes: bloqueando mentalmente las respuestas para inhibir las preguntas (Nardone, 2009). Y cuando mi mente es más fuerte que yo –que pasa con frecuencia-, entonces me siento a escribir y a exasperar ese diálogo interno hasta que finalmente ella empieza a callarse y yo voy logrando practicar una estratagema que me encanta, pero al mismo tiempo me parece muy exigente: vencer sin combatir (Balbi & Nardone, 2009).

En momentos así, cuando finalmente logro sobre pasar mi ego y silenciarlo (al menos por un rato), empiezo a ver mi sombra y a darme cuenta de que detrás de esas dudas, esos cuestionamientos, esos miedos, está mi ego. Esa necesidad interna de protagonismo y reconocimiento a la que me apegué sin darme cuenta, que se volvió mi identidad y por lo mismo, ahora que voy a pasar a construir la identidad de mamá, que no tiene por qué ser excluyente a la de mujer profesional y exitosa, se resiste a cambiar, es la que en muchos momentos me ha generado sufrimiento, desasosiego, angustia. Y aunque en esos momentos no lo disfruto ni me siento bien, ser capaz de identificar que eso me pasa y poder enfrentarlo para trabajarlo, poco a poco me ha ido permitiendo construir una mayor tranquilidad interna y creo que en el fondo, me está permitiendo ser más libre.

Aun me falta bastante por trabajar, lo sé. Lo sé gracias a las pacientes que he podido acompañar en su proceso de pasar a ser madres y de ejecutar ese rol, a quienes ahora comprendo aún más que antes. Lo sé porque mientras espero a que nazca Lucía, tengo momentos en que sale mi ‘Pepe Grillo’ a cuestionarme por qué no estoy haciendo nada, si debería estar atendiendo al menos unos pocos pacientes, si debería estar “aprovechando” el tiempo de otra manera. Estoy en un limbo porque Lucía no ha nacido con lo cual me levanto, desayuno, hago deporte y quedo libre. Y es justo ahí que aparecen mis sombras a mostrarme que desde la universidad y hasta hoy, el estudio y posteriormente el trabajo han sido formas de alimentar mi ego. Entonces ahora que estoy resignificando mi vida laboral y que además me estoy construyendo y descubriendo como mamá, me doy cuenta que las sombras son mías, que Lucía vino a sacarlas para que yo las enfrente, las trabaje y finalmente las vaya disolviendo hasta que por lo menos estas, desaparezcan. Y así finalmente mi ego se vaya disolviendo porque si algo creo que he descubierto gracias a mi camino espiritual y ahora a esta labor de convertirme en mamá es que el trabajo más profundo, difícil y por lo mismo gratificante es la disolución del ego.

 

Ximena Sanz de Santamaria C.
Psicóloga – Psicoterapeuta
MA en Terapia Breve Estratégica.
Twitter: @menasanzdesanta
Instagram: @breveterapia

Quiero hacer más para ayudar al mundo

“Si quieres servir al mundo, empieza por servirte a ti mismo”.
Swami Shivananda.

 

“Quiero hacer más para ayudar al mundo”, me dijo Amelia[1]en nuestra primera cita. Ad portas de terminar la universidad, ella tenía una sensación que,según me contaba, sentía desde que estaba en el colegio: una profunda necesidad de trabajar por el mundo, para ayudar al mundo; en sus propias palabras, ‘para tratar de salvar el mundo’.

 

Cuando Amelia se graduó del colegio, se fue a vivir fuera del país en un programa de voluntariado por los niños desnutridos. Al regresar, entró a la universidad y simultáneamente a sus estudios, empezó a trabajar en una fundación que desarrolla programas para habitantes de la calle. Durante las vacaciones, siempre buscaba ‘combinar’ el descanso con el servicio, yéndose unas semanas a descansar con su familia pero siempre dejando tiempo para alcanzar a regresar y participar en alguna obra social que le permitiera trabajar por alguna comunidad menos favorecida. Y así ha transcurrido la vida de Amelia desde muy niña: disfrutando los privilegios que ha tenido por haber nacido en una familia acomodada en Colombia, pero al mismo tiempo buscando agradecerle y devolverle al mundo justamente todos los privilegios que ha tenido.

 

A pesar de haber dedicado gran parte de su vida a prestar servicio, porque según ella es lo que siempre ha querido hacer, no dejaba de desconocer que acompañado a esa satisfacción, había también una sensación de ansiedad y vacío. Pero Amelia había sido siempre muy hábil para evadirla, para no enfrentar esa ansiedad ocupando cada vez más su tiempo en actividades de servicio porque creía que eso iba a llenarle ese vacío. Pero estando ad portas de graduarse de la universidad, y a pesar de tener claro hacia dónde quiere encaminar su vida desde el momento que se gradúe, la ansiedad no sólo no ha desaparecido sino que incluso ha ido aumentando. Y eso fue lo que finalmente llevó a Amelia a cuestionarse sobre cómo ha manejado su ansiedad porque desde una perspectiva racional, no tendría por qué sentirla ya que en este momento tiene un trabajo que cumple con todas sus expectativas, en el que además va a poder seguir prestando un servicio a los menos favorecidos y sumado a esto, es la primera vez que recibirá un salario por ello. Por todo esto, Amelia no lograba entender qué es lo que está manteniendo su ansiedad.

 

A medida que fuimos hablando durante las sesiones fui recordando una historia que cuenta con frecuencia mi Maestra. Hace varios años, uno de sus discípulos más allegados era un hombre realmente consagrado a la meditación, a practicar los kriyas. Dedicaba casi ocho horas de su día al trabajo espiritual por lo que se sentía contento y muy bien consigo mismo. Sin embargo, no se hablaba con su padre. Por esta razón, en algún momento la Madre lo confrontó al respecto haciéndole ver la incoherencia entre su trabajo espiritual y su vida cotidiana: si estaba dedicando ocho horas de su vida diaria a meditar pero no se hablaba con su padre, no estaba haciendo nada. Porque si se medita durante ocho horas al día, lo primero que tendría que verse serían los efectos de dicha práctica en la vida cotidiana, en sus acciones, en sus relaciones interpersonales, empezando sobre todo por sus relaciones familiares. Pero si después de meditar durante ocho horas diarias nuestros conflictos con nuestro mundo interno y externo se mantienen igual, realmente no estamos logrando nada con esa meditación.

 

Creer que por sentarnos a meditar, a orar, a ir a misa, a rezar, estamos cambiando el mundo, si estas prácticas no generan cambios concretos y visibles en nosotros mismos y en nuestras relaciones cotidianas con el mundo que nos rodea, estan equivocado como pensar que lo que debemos hacer es dedicar nuestra vida a “salvar el mundo”. Salvar el mundo entendido como vincularse a causas sociales, yéndose a vivir a otro país para ayudar a salvar a otros, donar sangre periódicamente, donar tiempo, viajar por el mundo dictando conferencias sobre la importancia de salvar al planeta, etc. Pero si eso se hace sin trabajar en nosotros mismos, en las relaciones más cercanas con nuestra familia, con nuestros amigos, ¿De qué le sirve al mundo un conferencista exitoso que le es infiel a su pareja? ¿O que la maltrata verbal o físicamente? ¿Para qué un voluntario que le dona su tiempo a los niños con hambre si internamente es una persona infeliz que tiene que refugiarse en el exceso de trabajo o en alguna sustancia psicoactiva?

 

Uno de los principales descubrimientos de Amelia durante este proceso ha sido darse cuenta que hay una cierta arrogancia en su decisión de trabajar por los demás. Que aunque lo hace con gusto y convicción, también siente una necesidad de reconocimiento por parte de los otros. Aunque esto último nos ocurre a todos en mayor o menor medida, es más contradictorio que esto ocurra cuando dedicamos nuestro tiempo a trabajar por los demás. “Desde muy chiquita he sido una persona insegura, la relación con mi cuerpo no es la mejor.  No puedo decirte que tenga un trastorno alimenticio pero sé que sí tengo un tema con la comida y claro, cuando me voy a trabajar a esos lugares apartados del mundo, escasamente hay comida; entonces tengo la disculpa perfecta para justificar por qué pierdo tanto peso. Por estar viajando tampoco tengo tiempo de tener una relación de pareja. Pero en verdad es más el miedo que me da querer a alguien, que alguien me quiera, de pensar en tener una relación sexual con alguien que se me vuelve el escudo perfecto para no reconocerme todos mis miedos”.

 

El trabajo externo e interno no tiene por qué ser excluyente. Al contrario, de lo que se trata es de lograr un equilibrio entre ambos. Si como es el caso de Amelia, la vocación que sentimos es prestar servicio, maravilloso. Y es tan válido como quien escoge trabajar en una multinacional, como quien decide dedicarse a la maternidad o como quien asume ser independiente en cualquier campo laboral. Lo importante es que el trabajo no se convierta en ‘la disculpa’ para descuidar y dejar de lado el trabajo en nosotros mismos, en nuestro propio desarrollo y crecimiento personal. Y no es difícil que,como le ocurrió a Amelia, la idea de querer cambiar el mundo se convierta en la mejor disculpa para no hacer el trabajo en nosotros porque las causas sociales, trabajar por el planeta, por los animales, por los niños, etc., son causas increíbles, maravillosas. Pero paradójicamente nos pueden llevar a volvernos arrogantes y displicentes con quienes no trabajan por esas mismas causas. “¿De qué me sirve trabajar por el mundo si en mi mundo interno todo se está derrumbando?”

 

Trabajar con Amelia me ha permitido comprobar, tanto por ella como por mí, lo que tantas veces le he oído repetir a mi Maestra y que tantos Maestros han repetido a lo largo de la historia de la humanidad: la mejor manera de contribuir a salvar el mundo es trabajar en nuestro propio desarrollo, en mejorar día a día como seres humanos, porque es desde ese desarrollo y crecimiento personal interno que nos lleva a conocernos cada vez más a nosotros mismos, a reconocer cuáles son nuestras fortalezas y debilidades, nuestros lados de luz y de oscuridad, que vamos a ir disminuyendo el riesgo de hacer las cosas solamente por el mundo externo, por complacer a los demás, por la necesidad de un reconocimiento que al final acaba generando ansiedad, inseguridad, arrogancia y, peor aún, una infelicidad que no sabemos cómo afrontar. Este proceso de autoconocimiento es el que nos permite reconocer desde dónde tomamos las decisiones, si lo hacemos desde una pasión intrínseca o si es para que los demás nos vean, nos reconozcan, nos admiren y nos adulen. Si es por todo esto, culparnos es un grave error; lo importante es reconocerlo y empezar a trabajarlo para cambiar nuestra motivación y ser conscientes que la mejor manera de aportarle al mundo, de querer salvarlo, es haciendo el único trabajo que podemos hacer para contribuir a transformar el mundo: el trabajo en nosotros mismos.

Ximena Sanz de Santamaria C.
Psicóloga – Psicoterapeuta
MA en Terapia Breve Estratégica.
Twitter: @menasanzdesanta
Instagram: @breveterapia

[1]Nombre ficticio para proteger la identidad del consultante

Actitud

V (cuánto vales como persona) = C (conocimiento) + H (habilidad) x A (actitud).
Lo que más vale de todo esto es la actitud. Las demás variables pueden faltar pero todo se compensa si tenemos actitud, si sabemos ser agradecidos. No se trata de hacer cosas extraordinarias sino de disfrutar las cosas ordinarias, los placeres cotidianos de la vida. Pero ver esas cosas cotidianas como cosas extraordinarias o simplemente darlas por sentado, depende 100% de nuestra actitud.

A

Cuando el matrimonio se convierte en un yugo para una mujer

 “Jamás hables del matrimonio como un logro. Encuentra maneras de aclararle que el matrimonio no es un logro ni algo a lo que deba aspirar. Un matrimonio puede ser feliz o desgraciado, pero no un logro (…) Condicionamos a las niñas para que aspiren al matrimonio y no a los niños y, por tanto, ya desde el principio existe un desequilibrio terrible. Las niñas se convierten en mujeres angustiadas por el matrimonio. Los niños se convierten en hombres a los que no les angustia el matrimonio. Las mujeres se casarán con esos hombres. Automáticamente la relación será desigual porque la institución le importa más a una parte que a la otra” (Adichie, C. 2017).

 

En teoría, somos una sociedad moderna en la que el rol de la mujer ha ido ganando cada vez más independencia respecto al del hombre; en el que las mujeres se pueden definir por si mismas sin necesidad de tener a un hombre a su lado. Probablemente en muchos campos de la vida esto es así. Pero paradójicamente en el campo de las relaciones de pareja, al menos a juzgar por el sufrimiento de tantas mujeres que veo en consulta, esta independencia no aplica en la cotidianidad. Al contrario, a las mujeres se les sigue definiendo en función de su estado civil: si se casan, son admiradas por la sociedad porque lograron alcanzar el propósito de su vida. Pero si no se casan, empieza la presión sobre ellas porque se ven como un fracaso, incluso se las puede ver como personas con algún problema, que deben buscar ayuda porque “es muy raro” que no tengan una relación de pareja y que a X edad no se hayan casado.

 

Ana[1]tiene 29 años. A lo largo de su vida ha tenido relaciones de pareja estables con hombres que ha querido pero por diferentes razones, todas se han terminado. Ha hecho los respectivos procesos de duelo para cerrar dichas relaciones lo que la deja actualmente en absoluta tranquilidad con su pasado. No carga dolor, ni resentimiento, ni rabia frente a ninguna de sus ex parejas y por lo mismo, lleva varios años buscando y esperando a que llegue “el hombre de su vida” para cumplir lo que ha sido su sueño desde niña: casarse. Pero a pesar de todos sus intentos, de salir con grupos de personas que no conoce, de aceptar las citas a ciegas que le programan las amigas, de irse de paseo sin conocer a nadie y “ponerse la diez”, como ella misma lo define, siempre regresa a su casa con la misma sensación: un profundo vacío y una sensación de fracaso porque aún no ha conocido al hombre con el que pueda casarse.

 

En la medida que hemos avanzado en el proceso terapéutico, Ana se ha ido dando cuenta que su mayor estrés de tener 29 años y no estar casada y con hijos no es tanto por ella, sino por la presión que implícita pero constantemente recibe por parte de sus amigas (quienes están todas casadas), de sus familiares, jefes, etc. “Puede sonar absurdo, pero es como si uno no valiera por no tener un esposo. Siento que la gente me mira con lástima, cuando vamos a los planes con mis amigas, yo soy la única soltera y al final todos me miran como con pesar, la pobre que no se ha casado y que ni siquiera tiene novio. ¡Estoy mamada de que la gente me mire así!”

 

Si bien Ana quiere encontrar una pareja estable, casarse y formar una familia, sólo por el hecho de que ese deseo aún no ha logrado cumplirlo sufre y se siente mal consigo misma; y darse cuenta que ante la sociedad ella “vale menos” por no haberse casado, aumenta todavía más el sufrimiento y sobre todo, la ansiedad. Preguntas constantes como “¿Y no estás saliendo con nadie?” “¿Y hace cuánto no sales con alguien? ¿Pero ni siquiera para darte besos?”, la hacen pensar que puede tener un problema, que hay algo en ella que no está bien. Y a partir de estas dudas, se siente insegura respecto a todo: su físico, su manera de ser, su manera de relacionarse con los hombres, no sabe si es muy intensa cuando sale con uno o si le falta tener más iniciativa, si debería ser más delgada o tener más curvas, entre otras dudas que se alimentan y retroalimentan entre sí. Como consecuencia, Ana tiene períodos de mucha ansiedad en los que no quiere salir ni hablar con nadie, no quiere que nadie le pregunte por su vida porque se siente miserable y esto la ha llevado a sentir que se puede estar deprimiendo.

 

Las niñas se convierten en mujeres angustiadas por el matrimonio”(Adichie, 2017) y Ana es solamente un ejemplo de esto. Como ella, las niñas desde la adolescencia empiezan a sufrir por no tener una pareja; se comparan con las amigas y entre más tiempo pasa y no tienen novio, mayor es la inseguridad, la angustia, el miedo a sentir que hay algo en ellas que no está bien. A su vez, las madres se preocupan por sus hijas porque como ellas, creen que puede haber algo malo y que el hecho de no tener un novio implica que las niñas tienen que buscar ayuda para identificar cuál es su ‘defecto’ y corregirlo. Entonces desde muy jóvenes empieza a instaurarse la creencia de que las mujeres valemos más si tenemos una pareja. Muchas de las preguntas que se mencionan en el párrafo anterior, se hacen con buenas intenciones. Sin embargo, implícitamente llevan detrás una presión y el mensaje de que efectivamente hay algo que no está bien con la mujer que a determinada edad, no se ha casado. ¿Cómo empezamos a cambiar estos estereotipos?

 

Omitir esas preguntas es un primer paso para romper con la creencia de que las mujeres valemos más por tener una pareja. Una cosa es conversar con las amigas y compartir sentimientos, sensaciones, angustias y preocupaciones respecto al hecho de no tener un novio, un esposo. Pero otra muy distinta es abordar a una mujer con preguntas como estas, empezar una conversación siempre preguntando por un hombre, porque así estamos manteniendo dicha creencia. Así que cambiar el lenguaje es una forma de empezar a cambiar la creencia.

 

Asimismo, es importante identificar como mujeres desde dónde hacemos las cosas. Por ejemplo, cuando vamos a salir a comer, a tomarnos algo, a hacer deporte, entre otras cosas, y nos arreglamos físicamente, ¿lo hacemos con qué fin? ¿Para quién? ¿Para que nos vean los demás o para sentirnos bien con nosotras mismas? ¿Para ‘levantarnos’ a un hombre o para sentirnos más a gusto con nuestra apariencia? Cuando vamos a salir con un hombre, ¿estamos saliendo con el único fin de que ese hombre sea nuestro esposo o estamos abiertas a la posibilidad de conocer otras personas? Empezar por replantearnos estas preguntas, por cuestionarnos a nosotras mismas desde dónde hacemos las cosas es una forma de trabajar en esas creencias para empezar a cambiarlas y a darnos el valor a nosotras mismas por lo que somos, por nuestros propios logros, por nuestras características personales dentro de las cuales una puede ser querer tener una pareja estable y está perfecto que así sea. Pero que no sea la presencia de un hombre la que nos haga valorarnos como mujeres porque ahí estaríamos delegando nuestra vida, nuestra identidad, nuestra tranquilidad en algo o alguien que no depende de nosotros.

 

Ximena Sanz de Santamaria C.
Psicóloga – Psicoterapeuta
MA en Terapia Breve Estratégica.
Twitter: @menasanzdesanta
Instagram: @breveterapia

[1]Nombre ficticio para proteger la identidad del consultante.

El problema de tenerlo todo

“Nada en exceso,

sólo lo suficiente”

 

“¿Por qué no da anorexia en estratos bajos?” Me preguntó hace poco una consultante. Es una pregunta que me hacen con bastante frecuencia. De acuerdo a mi experiencia en el tratamiento de este tipo de trastornos, y teniendo en cuenta tanto las enseñanzas de Giorgio Nardonecomo las conversaciones periódicas que tengo con mi supervisora de casos, en general los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) no se presentan en personas de escasos recursos porque estas personas no tienen la posibilidad de escoger su comida. Al contrario, la mayor preocupación en personas de estratos socioeconómicos bajos es que muchas veces no tienen qué comer, por lo que lo importante no es qué escoger, sino poder comer algo para subsistir. Y dentro de ese ‘algo’ se vuelve irrelevante si es una fruta, una verdura, una proteína o un carbohidrato. Lo importante es tener algo para alimentarse y no pasar el día –o la noche- sin nada en el estómago.

 

En estratos altos este problema no se presenta por razones obvias. Lo que ocurre es exactamente lo contrario:al tenerlo todo, las personas no sólo no saben qué hacer con lo que tienen, sino que con frecuencia no encuentran un minuto de sosiego y de tranquilidad porque tienen una aspiración cada vez más intensa por tener más. En parte de ahí se deriva que cada vez más jóvenes presenten TCA, problemas de ansiedad, ataques de pánico, depresiones y sobre todo, una profunda inconformidad e insatisfacción con su vida, porque a pesar de tenerlo todo en términos externos, internamente el vacío es cada vez mayor. Paradójicamente hay tanto de dónde escoger que empieza la angustia y la ansiedad de no saber qué hacer, por dónde empezar, cómo estructurarse, cómo poner límites, hasta dónde ir y en dónde detenerse, etc.

 

Ese es actualmente el motivo de consulta de Verónica[1]: lo tiene todo y no logra disfrutar su vida. Está casada y es madre, que era uno de sus grandes sueños y anhelos en la vida antes de casarse. Tiene una relación de pareja estable, buena comunicación con su esposo, lo admira como hombre, como profesional y como padre. Además, comparten los mismos intereses y,aún más importante, los valores con los que quieren educar a sus hijos. “Aunque a veces me provoca matarlo, realmente tenemos una relación muy bonita, me siento feliz con él”. El esposo es, además, una persona con mucho dinero y por lo mismo, le ha podido dara ella la posibilidad de escoger qué quiere hacer, de dedicarse a trabajar en lo que le gusta medio tiempo y el resto del tiempo dedicarse a ser madre, sin tener la angustia ni la presión que genera la escasez de dinero. En cuanto a su círculo social, tiene un grupo de amigas desde el colegio con quienes se ve frecuentemente, salen juntas con los hijos para que estos también compartan y en general estas amigas son una red de apoyo para Verónica. Ahora, además, tienela expectativa de un viaje que harán con su esposo por Europa para poder asistir a algunos partidos del mundial, cosa que como ella misma dice, la debería tener absolutamente feliz. Pero a pesar de ser consciente de todas las “bendiciones” que tiene en su vida, Verónica no se siente tranquila, no disfruta su día a día. Está siempre pendiente de sus síntomas físicos porque aunque ya superó un cuadro de ataques de pánico –por el cual llegó a consulta la primera vez hace unos meses-, siente un fuerte desasosiego a diario porque es consciente que nada de lo que hace ni de lo que tiene, la llena en su vida.

 

A raíz de los ataques de pánico, la relación con el esposo se había deteriorado porque ella, presa del miedo a que se pudiera sentir mal en cualquier momento, había dejado de salir, temía viajar, no pasaba tiempo con su hija porque temía hacerle daño si entraba en una crisis. Por ese mismo temor, su vida social también se había visto considerablemente disminuida, a lo que se sumaba que estaba tomando altas dosis de ansiolíticos, recetados por un psiquiatra, que la mantenían bastante dormida durante el día. De manera que Verónica pasó de tener una vida activa a estar todos los días encerrada en su casa por el temor a que se le presentara un ataque de pánico. Y al darse cuenta que la medicación, más allá de mantenerla dormida no le estaba generando mayor efecto, decidió buscar ayuda para asumir su problema y trabajarlo de manera consciente, sin esperar que algo externo a ella lo resolviera.

 

Ahora que los ataques de pánico han desaparecido y que Verónica ha logrado aprender a manejar el miedo, a enfrentarlo y a retomar su vida, reconoce que desde siempre ha tenido el mismo problema: “Lo he tenido todo pero realmente no logro sentirme plena con mi vida. Nunca he logrado estar en el presente, disfrutar de lo que tengo y en lo que estoy porque siempre estoy pensando más adelante, planeando viajes, comidas, planes, lo que sea, pero nada que me obligue a confrontarme con mi presente. Ahora entiendo que los ataques de pánico me dieron algo que hacer, pero ahora que ya no los tengo, me siento como una cula de decir esto, pero realmente me doy cuenta que no tengo ni idea qué hacer con mi vida”.

 

El caso de Laura[2]es muy similar al de Verónica. Los padres de Laura siempre se han preocupado por darle todo en términos materiales, por complacerla e intentar que ella pueda ‘cumplir todos sus sueños’. Laura ha vivido fuera del país en repetidas ocasiones, siempre por estudio. Empezó varias carreras en diferentes universidades y países porque no tenía claro qué quería estudiar y finalmente no terminó ninguna carrera por un problema de ansiedad que eventualmente la llevó a devolverse a Colombia con la ilusión de resolverlo, y poder así, finalmente,terminar un pregrado. Desde entonces han pasado cuatro años y Laura aun no se decide a estudiar nada, a pesar de que su problema de ansiedad finalmente lo enfrentó, lo trabajó y actualmente se siente emocionalmente fuerte –en ese aspecto- para retomar su idea de empezar una carrera. Pero por alguna razón, que inicialmente era para ella un misterio, no ha logrado definir qué quiere hacer con su vida. “No tengo estructura, no sé cómo organizar mi tiempo, se me van los días y no hago nada, no concreto nada. Esto ya me está trayendo problemas con mi pareja porque él me dice que no puede seguir con una persona que un día quiere montar un negocio de cacao y al día siguiente quiere ser profesora de yoga”.

 

Llevamos varias citas y la confrontación de Laura consigo misma ha sido dura. Darse cuenta que a los 27 años no tiene ni idea cómo organizar un día, no tiene una rutina, no logra levantarse temprano y, aún si lo logra, no sabe qué hacer con su tiempo. Todo esto la ha llevado a preguntarse hasta qué punto ha sido sano tener todo lo que ha tenido en términos de apoyo material y económico. No haber tenido que enfrentar ninguna necesidad en la vida, pero sobre todo, no haber tenido límites por parte de sus padres en cuanto a sus gastos, a sus decisiones, a los cambios de carrera. Todo esto ha contribuido al “desorden mental en el que vivo”, como ella misma lo define. En retrospectiva, Laura tiene la sensación que habría sido mejor para ella que sus padres le pagaran una sola carrera, máximo dos, y en caso de que ella no estuviera segura de qué hacer, le hubieran quitado el apoyo económico obligándola a ganarse sus propios ingresos: “Al menos eso me hubiera dado un sentido de realidad”.La habría confrontado con un mundo en el que cosas aparentemente tan sencillas y banales como cumplir un horario, aprender a lavar la ropa separando la de color de la blanca, definir un presupuesto mensual, entre otras, le habrían ayudado a estructurar su pensamiento.

 

Casos como el de Verónica y Laura los veo cada vez más, tanto en mi vida profesional como en la personal. Personas que lo han tenido todo en términos de lo material y físico, que jamás se han visto en la necesidad de escoger entre una cosa u otra porque todo ha estado permitido. Por ende, son personas que a la hora de ponerse sus propios límites, desde cosas tan aparentemente simples como tener una rutina de levantarse a una determinada hora en la mañana y empezar el día, hasta saber cómo organizar el tiempo para estructurar un proyecto o para definir un presupuesto de gastos, no tienen ni idea ni por dónde empezar ni cómo hacerlo:se pasan los días y las semanas con ideas, con ganas de hacer cosas, con proyectos que se quedan en la mente y que nunca logran concretar porque literalmente no saben cuál es el primer paso que tendrían que dar para volverlo algo tangible y real. Entonces empieza a aparecer una enorme frustración, acompañada de una sensación de fracaso que muchas veces termina en el desarrollo de una depresión, un problema alimenticio, un cuadro de ansiedad severo o incluso, un trastorno obsesivo en el que las personas quedan atrapadas en su mente sin saber cómo manejarla ni cómo enfrentarla. Y aunque no todos los casos son iguales, muchas veces estas problemáticas o patologías cumplen una función: protegen a la persona de tener que enfrentar el problema de fondo, que en el caso de Verónica, Laura y tantas otras personas, es una inconformidad con su vida.

 

Giorgio Nardone siempre nos decía que culpar a los padres de todas las ‘desgracias’ de los hijos ya no es una disculpa válida porque cada persona es responsable de lo que vive y de lo que decide hacer con lo que le ocurre. También nos decía que hemos pasado de un modelo de familia autoritario a un modelo democrático permisivo (Nardone, 2015) en el que a los hijos se les consulta todo, ellos tienen opinión sobre todo, pueden decidir y contradecir cualquier límite que pongan los padres y, peor aún, nos enfrentamos a unos padres que quieren evitarle cualquier frustración, dolor y sufrimiento a sus hijos, sin darse cuenta que el sufrimiento no solamente es una parte importante de la vida humana, sino que es precisamente en los momentos de sufrimiento más intensos que se desarrollan las habilidades para aprender a manejarlo, superarlo y a desarrollar una capacidadcada vez mayor para enfrentar la vida. Es así como,en palabras de Oscar Wilde, con las mejores intenciones se generan los peores resultados (Nardone, 2009).

 

Tener que escoger, no poder salir a todas las fiestas ni estar en todos los planes, no salir de viaje todas las vacaciones, tener que comerse lo que se preparó en la casa para toda la familia sin tener la posibilidad de escoger otra cosa, acostarse a una determinada hora, no tener el último celular, no tener internet 24/7, tener que enfrentar a un profesor porque se nos olvidó llevar la tarea, asumir la responsabilidad de una falta sin que los padres tengan que entrar a arreglar el problema, entre tantos otros límites que hoy en día en muchas familias se han perdido, es una manera de formar, de preparar, de educar a un ser humano para que sea capaz de enfrentar la vida con los beneficios y las dificultades que para todos, en mayor o menor medida, se presentan. Sin duda es difícil ver a un hijo frustrado, triste, angustiado porque no logra lo que quisiera. Pero entre más pronto nos veamos enfrentados al “fracaso”, a la frustración de no tener lo que queremos, en otras palabras, al sufrimiento que hace parte de la vida, más pronto aprenderemos a enfrentar la vida tal y como es. Y esa es una decisión tanto de los padres, como de los hijos. De ahí la importancia del balance: nada en exceso, sólo lo suficiente.

 

 

Ximena Sanz de Santamaria C.

Psicóloga – Psicoterapeuta
MA en Terapia Breve Estratégica.
Twitter: @menasanzdesanta
Instagram: @breveterapia

[1]Nombre ficticio para proteger la identidad del consultante y respetar la confidencialidad

[2]Nombre ficticio para proteger la identidad del consultante y respetar la confidencialidad