“Tengo un problema de merecimiento”

Como en tantas otras cosas en la vida, se puede aprender a recibir -¡y sobre todo sentir!- a gozar de recibir.

“Doctora estas semanas descubrí que tengo un problema de merecimiento. Cuando algo malo me pasa siento que me lo merezco, pero cuando algo bueno me pasa, no puedo disfrutarlo porque en alguna medida siento que no me lo merezco”.

Esta mujer había tenido una vida que ella misma definía como “una vida difícil”. Quedó embarazada muy joven, y después de tener su segundo hijo el padre de sus hijos dejó de responder por ellos. Eso le implicó a ella empezar a trabajar dejándolos a cargo de otras personas para conseguir lo necesario para mantenerlos. Con esfuerzo logró estudiar, sacar una carrera adelante, ser profesional y con el paso del tiempo, conseguir un trabajo en su campo de estudio. Poco a poco fue saliendo adelante, pudo pagar la educación a sus dos hijos y gracias a eso, su hija actualmente tiene un excelente trabajo, se mantiene sola y en ocasiones puede incluso ayudarle a su madre con sus gastos. De hecho fue justo cuando su hija se ofreció a ayudarla que ella empezó a darse cuenta de su problema, que ella misma definió como un ‘problema de merecimiento’.

Cuando su hija la invitó de cumpleaños un fin de semana fuera de la ciudad se dio cuenta que a ella le cuesta mucho trabajo recibir porque siente que no se lo merece. “Me llamó y me invitó a comer porque me tenía una sorpresa de cumpleaños: una invitación a un viaje un fin de semana. Me pareció tan especial, me dio mucha emoción, pero mi reacción inmediata fue decirle que no podía aceptarlo. Y cuando ella me preguntó por qué, me di cuenta que no tenía una respuesta. Simplemente siento que no me lo merezco”.

Hace poco llegó al consultorio una joven con un yeso en toda la pierna porque había tenido una lesión haciendo ejercicio. Aunque su motivo de consulta no tenía nada que ver con su lesión física, ésta le permitió darse cuenta que para ella era muy difícil, en general en la vida, aceptar la ayuda de los demás. “Esta mañana me caí entrando al edificio de la oficina porque entre el computador, la cartera, unas carpetas y las muletas, claramente en algún punto perdí el equilibrio y me caí durísimo. En ese momento me di cuenta que yo no acepto la ayuda de nadie porque entrando, un señor me preguntó si me podía ayudar con algo. Yo le dije que no, ¡y claramente necesitaba ayuda!”.

Veo cada vez con más frecuencia personas a quienes, como a estas dos personas, les cuesta un profundo trabajo recibir y sobre todo, disfrutar lo que reciben. Y no solamente son mujeres, a los hombres les ocurre otro tanto. Se ha construido la creencia de que cada persona debe ser independiente, autosuficiente, capaz de hacer todo por sí misma. Y sin duda todo eso es importante no sólo para la persona misma, para su autoestima, sino también para relacionarse con otros, pues pocas cosas atraen menos que una persona dependiente.

Pero saber aceptar y recibir la ayuda, los cuidados y los regalos de los demás no significa necesariamente ser dependiente. Puede ser lo contrario: aquellas personas que no saben recibir, que siempre lo pueden todo solas, terminan dando la imagen de ser arrogantes y hasta antipáticas. Es así como con las mejores intenciones, a saber, mostrarse como independientes y autosuficientes, pueden acabar generando el peor resultado (Wilde, O. S.f., en Nardone, 2009): quedarse sola.

Cada persona es responsable de la realidad que vive porque ella misma la construye a través de sus acciones y pensamientos. Pero ser responsable no es sinónimo de ser culpable, ni tampoco implica que no se puedan recibir las cosas positivas y disfrutar de ellas, o que sea ilegítimo disfrutar de los buenos momentos. Ser responsable significa que cada persona debe hacerse cargo de sus debilidades o defectos, de hacer el trabajo que se requiere para fortalecerse, para evitar repetir los mismos errores, para mejorar como seres humanos.

Aunque la conciencia no es suficiente, es un primer paso –necesario- para empezar a generar un cambio. Fue así como estas dos mujeres empezaron a identificar en qué situaciones concretas de su vida diaria no se permiten recibir ni disfrutar de las cosas positivas que les ocurren. Y al ser conscientes de estas, comenzaron ellas mismas a permitirse recibir ayuda de otras personas en la. La joven que tenía las muletas le aceptó a su novio que la recogiera en la oficina varios días de la semana, así como también le aceptó a su padre que la llevara al médico y la esperara hasta que saliera. La otra mujer pudo irse el fin de semana para celebrar su cumpleaños, y no solamente fue capaz de aceptarle a su hija la invitación, sino que además pudo aceptarle, sin sentirse culpable, que la invitara a almorzar el día de su cumpleaños y que le pagara casi todos sus gastos del fin de semana como parte del regalo. “Me costaba, al comienzo me sentía mal, me sentía culpable. Pero en la medida que iba aceptando las cosas que ella quería darme, me fui sintiendo contenta además porque ella misma me hizo darme cuenta que puedo empezar a dejarme consentir porque ya he hecho mucho por ellos. Eso fue muy especial”.

Como en tantas otras cosas en la vida, se puede aprender a  recibir -¡y sobre todo sentir!- que eso ‘bueno’ que recibimos es algo que nos merecemos y que por lo mismo podemos disfrutar. Basta empezar por identificar esas pequeñas cosas de la vida diaria en las que somos incapaces de dejarnos ayudar, de dejarnos atender, de gozar con lo que los demás nos quieren dar para comenzar a desarrollar la propia capacidad para recibir. Porque como reza el dicho popular, todo extremo es vicioso: tanto depender de los demás, como no necesitar a nadie pueden ser caminos equivocados para lograr un sano equilibrio. Se trata entonces de empezar a construir un camino en el que paso a paso vamos descubriendo por nosotros mismos que todos podemos merecer lo ‘bueno’ que construimos en la vida.

En Twitter: @menasanzdesanta

Psicóloga-Psicoterapeuta Estratégica

ximena@breveterapia.com

www.breveterapia.com

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