“Si todo el mundo tiene un problema, el problema es mío”
“Emparanoiarse no es difícil doctora”, me dijo una vez una persona después de darse cuenta que el rechazo que sentía por parte de sus amigos no era otra cosa que una reacción a sus propios comportamientos. Estaba inseguro porque llevaba varios meses teniendo problemas con su jefe como consecuencia de los errores que estaba cometiendo en su trabajo. Por lo mismo, se avergonzaba de sí mismo y esto lo había llevado a alejarse de sus amigos, pues no quería que le preguntaran por su trabajo ni que se dieran cuenta que no le estaba yendo bien. Fue así como empezó a aislarse, salía cada vez menos, evitaba llamarlos y contestar sus llamadas. Así pasaron varios meses hasta que la situación laboral se estabilizó y él decidió retomar sus relaciones. “Me sentía rarísimo la primera vez que los vi. No teníamos de qué hablar y todo el tiempo sentía que me estaban juzgando, como si supieran lo que me había pasado en el trabajo”. Sentirse así lo llevó a adoptar el mismo patrón: alejarse, y en alguna medida defenderse, hasta que llegó al punto de sentirse agredido, juzgado y rechazado, ya no sólo por sus amigos, sino en general, por quienes estaban a su alrededor.
Todos los seres humanos, en mayor o menor medida, pasan por momentos en los que se sienten excluidos, en los que sienten que las quienes los rodean no son tan especiales, no están tan pendientes, no los quieren tanto o los rechazan. Eso pasa sobre todo durante la adolescencia, período de transición entre la infancia y la edad adulta. Por eso mismo es el momento de la vida en el que surgen más cuestionamientos respecto a la identidad propia, al grupo de amigos al que se quiere pertenecer, a los valores y principios familiares, etc. Así los adolescentes tienden a “emparanoiarse” respecto a sus amigos: sienten que no los incluyen en los planes, que no los llaman para invitarlos a las actividades que hacen, con cualquier mirada se dan por aludidos porque sienten que los están mirando mal o que quieren buscarles pelea. En muchos momentos sienten que no ‘encajan’ con el mundo, cosa que es frecuente en el momento de vida en el que están. El problema es que esto muchas veces se presenta y se mantiene en otras etapas de la vida ocasionándoles a las personas un enorme sufrimiento porque pocas cosas son más duras que sentirse inadecuado en el mundo.
Una paranoia se construye: a partir de un granito de arena, las personas acaban construyendo una montaña debajo de la cual quedan sepultadas (Nardone, 2009). Situaciones o eventos como una mala mirada, un comentario antipático, un mal chiste, un llamado de atención, un error en el trabajo, una pelea con un amigo o un colega, una imprudencia, entre otras, pueden ser la fuente de una avalancha que después es difícil detener. Las personas se sienten intimidadas, angustiadas, juzgadas, y como consecuencia reaccionan defendiéndose. Por estar tan segura de que el comentario, el chiste o el regaño es personal, la persona que se siente agredida, y su reacción puede ser quedarse en silencio y empezar a ‘tragarse’ la rabia y el resentimiento -que eventualmente termina manifestándose en alguna forma-, o manifestarlo agrediendo verbalmente a quienes están a su alrededor.
Es así como una persona puede comenzar por interpretar una pequeña manifestación cualquiera de otra persona como una agresión personal y, a partir de ese momento, empezar a construirse una realidad en la que el mundo a su alrededor está en su contra. Como todo en la vida, esto no es una regla que aplique para todas las personas; de hecho son muchas las que trabajan en sí mismas para no tomarse nada personal. Y éste es un trabajo exigente porque vivir en sociedad conlleva malos entendidos, dificultades, peleas que conllevan inevitablemente momentos en los que se puede presentar una sensación de “no pertenecer”. El filósofo francés Jean Paul Sartre decía que no siempre hacemos lo que queremos, pero en cualquier caso somos responsables de lo que somos. Y eso es lo que una persona con una paranoia no está dispuesta a asumir porque culpa a los demás por todo lo que le ocurre sin darse cuenta que es ella misma quien con sus actitudes, comentarios y comportamientos genera las reacciones en los demás.
Sentirse atacado o juzgado por otros es una sensación que se presenta en diferentes etapas y momentos de la vida. Y es normal que así sea. Sin embargo, esas percepciones pueden convertirse en un problema cuando quien las siente empieza a agredir y a rechazar a los demás en vez de observarse e identificar qué de lo que está haciendo –o dejando de hacer- puede generar el rechazo o el ataque de los otros. Así es como se va construyendo un patrón del que es cada vez más difícil salirse porque siempre es más cómodo y más fácil culpar a los demás que observarse a sí mismo para hacer un cambio. El reto es que ante cada situación en la que se presente la percepción de estar siendo agredido, rechazado, enjuiciado o incluso perseguido por otros, la persona que se siente así sea capaz de observarse, de observar sus reacciones, sus comportamientos, sus comentarios para poco a poco poder cambiarlas o hablarlas con el otro para buscar en forma conjunta y solidaria una solución al problema. Lo importante es ver en esas situaciones oportunidades para desarrollar la libertad personal que se requiere para lograr que los prejuicios y críticas de los demás, lo afecten cada vez menos y poder así responder a cada situación sin juzgar, criticar, rechazar o agredir a los demás.
Ximena Sanz de Santamaria C.
Psicóloga-Psicoterapeuta Estratégica
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