“Si miras hacia fuera, no puedes mirar hacia adentro”

“Si miras hacia fuera, no puedes mirar hacia adentro”

Swami Shivananda

 

“En la madeja caleidoscópica que nos compone, la razón, la inteligencia, solo ocupa un breve espacio en la superficie. Significativo, sin duda, pero superficial. El resto se pierde hacia adentro en capas más profundas que definen nuestro carácter. Por eso es fundamental, desde muy joven, navegar por esas aguas, descender, bajar a las profundidades de sí mismo para desactivar ciertos mecanismos autodestructivos que más adelante pueden echar por tierra una vida valiosa. El problema es que a la gente no le gusta hacer ese viaje. Y en el fondo es comprensible: no es fácil, toca ir a tientas, entre la penumbra, tropezándose con situaciones desagradables que apestan, que hieden, con dolores terribles, con heridas que aún están sangrando. Pero quien no conoce el sótano de sí mismo, las cañerías, los subterráneos, está condenado más tarde a perecer en ellos” (Mendoza, 2016. Tomado del libro ‘Mi bipolaridad y sus maremotos’ de Catalina Gallo).

 

La pregunta sobre cuál es el sentido de la vida en algún momento se la hacen todas las personas. Tiende a presentarse con mayor frecuencia ante alguna situación inesperada que exige cambios repentinos, como un desastre natural, una situación que no se puede controlar y que cambia la vida de una persona o, peor aún, cuando los mismos seres humanos son víctimas de una masacre o de un asesinato. En esos momentos de vulnerabilidad es cuando con más fuerza surge la pregunta sobre el sentido de la vida. Sin embargo, no son los únicos. A veces frente a situaciones más cotidianas vuelve a aparecer esta pregunta. Este ha sido el caso de dos consultantes que he visto desde hace un tiempo; y aunque consultan por razones aparentemente opuestas, al final la pregunta que se les plantea es la misma: ¿Cuál es el sentido de mi vida?

 

El primer caso es el de Eva[1], una mujer que lo que más quería era ser madre y había dedicado años de su vida a quedar embarazada. A pesar de que tanto su cuerpo como el de su esposo estaban en perfectas condiciones, por alguna razón humanamente inexplicable, ella no quedaba en embarazo. De manera que después de haberlo intentado naturalmente durante varios meses, decidieron someterse a tratamientos artificiales. Y al año en este propósito Eva quedó embarazada. “Cuando miro hacia atrás me doy cuenta que cuando me dijeron que estaba embarazada mi vida adquirió sentido; fue como si todo estuviera bien, como si ya nada importara y yo no volví a pensar en nada diferente a que iba a ser mamá”. A partir de ese momento Eva empezó a ser una persona que ella misma define actualmente como feliz. A pesar de los síntomas del embarazo y de lo pesada que se iba sintiendo a medida que iba ganando peso, siempre estaba sonriente, alegre, nada de lo que ocurría a su alrededor le preocupaba ni la afectaba tanto por lo que iba a ser madre.

 

Al nacer su hijo esa sensación de felicidad y plenitud aumentó y así se mantuvo hasta el día que el niño tuvo edad para entrar al jardín infantil. “Lo dejé y yo me quedé llorando. Él entró tranquilo, lloró un poquito al comienzo pero en realidad entró súper tranquilo y aunque suene horrible decirlo, eso me hizo sentir peor porque esperaba que le doliera tanto como a mí tener que dejarlo. Pero fue cuando me monté al carro que tuve una sensación de vacío y de soledad horribles, fue ahí que me pregunté ¿cuál es el sentido de mi vida si mi hijo ya no está? Y no he podido sentirme bien desde entonces porque creo que mi vida, por mí misma, no tiene sentido”.

 

El segundo caso es el caso de Andrés[2], un hombre que desde muy joven sintió una vocación enorme para hacer con su vida lo que quería a nivel profesional. Así que empezó a hacer todo lo necesario para sacar adelante su proyecto sin darse cuenta que su vida, el sentido de su vida, se lo fue dando el trabajo. “No te lo digo de arrogante pero hoy en día ya tengo un nombre, la gente ya conoce mi proyecto, me llaman de todas partes, hago asesorías, me pagan súper bien, todo lo que siempre soñé lo tengo. Y a pesar de eso, no le encuentro el sentido a mi vida”.

 

Aunque aparentemente Eva y Andrés consultan por motivos distintos, los dos tienen algo en común: sin darse cuenta, creyeron que el sentido de su vida se los daba algo externo. En el caso de Eva su vida se volcó hacia su hijo, con lo cual se dejó de lado a sí misma como mujer, dejó de lado sus espacios, los momentos en los que estaba sola y en los que podía pensar y cuestionarse sobre sí misma, sobre lo que quería y sobre lo que era. Inicialmente fue para ella un alivio porque con la llegada del niño parecía que habían desaparecido todas esas preguntas y cuestionamientos. Pero como tiende a ocurrir con las cosas que se evitan, no sólo no se solucionan sino que se vuelven cada vez más grandes, ergo, más difíciles de solucionar.

 

En el caso de Andrés, lo que le empezó a disipar sus dudas y a llevarlo a pensar en algo que no fuera él ni el sentido de su vida, fue su trabajo. Al igual que para Eva con su hijo, en el caso de Andrés el trabajo se convirtió en todo: en el centro de atención, en su preocupación permanente, en lo único a lo que le dedicaba tiempo, tapando con ello la pregunta sobre el sentido de su vida. Sin embargo, cuando ese ‘hijo’ creció y empezó a andar solo, cuando ya no tenía que estar 24/7 solucionando problemas y permaneciendo en la oficina, volvieron todas las dudas y las preocupaciones, y con ellas una angustia que se manifestaba en una sensación de vacío en la boca del estómago que, aunque intentaba taparlo con su misma estrategia –por demás disfuncional-, de sólo trabajar, no lograba disipar ese vacío. Fue entonces cuando se dio cuenta que si bien su trabajo era importante y que también ha sido maravilloso poderse dedicar a lo que realmente lo apasiona, este exceso de importancia al trabajo se había convertido en una forma de evitar lo inevitable: hacerle frente a la pregunta sobre el sentido de su vida.

 

Tal como les ha ocurrido a Eva y a Andrés, son muchas las personas que en diferentes momentos se cuestionan sobre cuál es el sentido de la vida: para qué trabajar, para qué levantarse todos los días, para qué los amigos, para qué la familia, para qué el sufrimiento, el dolor, la felicidad, en resumen, para qué se vive. Y muchas veces esas preguntas, esas dudas existenciales, generan miedo; y ante el miedo la principal estrategia del ser humano es evitar. Sin duda la evitación es útil en muchas ocasiones, como lo es en casos en que la vida de una persona puede estar en peligro o en los que corre riesgos como salir de un banco con dinero en efectivo en una zona insegura de una ciudad, o montarse a un carro con una persona que está tomada. Sin embargo, cuando se acude a la evitación por miedo a hacerle frente a situaciones que es posible superar enfrentándolas, como fue el caso de Eva y Andrés, la evitación prolongada en el tiempo no solamente no superan el miedo o la angustia que puede generarles una pregunta como cuál es el sentido de la vida, sino que aumenta dicha angustia. Es así como se va formando un círculo vicioso entre evitación y angustia que acaba en una sensación de incapacidad sobre los propios recursos y capacidades.

 

Muchas personas, por el miedo a confrontarse consigo mismas, optan por refugiarse en el trabajo, en la relación de pareja, en la maternidad, en las fiestas, en el deporte, en el estudio, etc., todo para evitar la pregunta sobre el sentido de su vida. Ninguna de estas opciones es negativa per se; por el contrario, sentir pasión por el trabajo, dedicarle tiempo, preocuparse por cultivar las relaciones familiares, tener el sueño de ser madre o padre, cuidarse el cuerpo a través del deporte, entre otras, hacen parte de la vida y son importantes. El problema se presenta cuando se pretende encontrarle el sentido a la vida con estas cosas porque todas son pasajeras con lo cual el sentido de la vida se va perdiendo cuando todas estas cosas van cambiando.

 

Gracias a mis propias experiencias personales y al trabajo que hago con los pacientes, he descubierto que el camino del contacto interior, de la meditación o de cualquier práctica espiritual que nos  exija estar en silencio, aprender a estar con nosotros mismos, descubrir que no somos perfectos, reconocernos como seres humanos vulnerables, con dudas, cuestionamientos y preocupaciones que nos pueden generar ansiedad, es lo que poco a poco nos va permitiendo darle sentido a la vida. En el momento que ‘enfrentamos’ nuestros fantasmas – o, como me dijo Andrés, “nuestros demonios” -, empezamos a conquistar la libertad que nos permite estar tranquilos independientemente de lo que pase a nuestro alrededor. Cuando podemos estar en silencio, solos, reconociendo lo que cada uno de nosotros tiene por dentro y aceptando que algunas cosas no sólo no nos gustan sino que además nos hacen sufrir, empezamos a descubrir que aunque el camino es arduo, es el mejor camino porque nos permite crecer realmente como seres humanos y finalmente darnos cuenta que el sentido de la vida mora en el interior de cada uno de nosotros.

 

Mattieu Ricard, catalogado como el ser humano más feliz del mundo, matemático francés de formación, después de dedicar muchos años de su vida al mundo académico finalmente se dio cuenta que no era por ese camino que iba a encontrar la felicidad, describre -a mi juicio-, de manera magistral lo que intento exponer en este artículo.

 

Sobre el mundo interno y sobre el mundo externo

No dudamos en estudiar durante quince años, en formarnos profesionalmente a veces durante varios años más, en hacer gimnasia para mantenernos sanos, en pasar gran parte de nuestro tiempo mejorando nuestro confort, nuestras riquezas y nuestra posición social. A todo esto le dedicamos muchos esfuerzos. ¿Por qué dedicamos tan pocos a mejorar nuestra situación interior? ¿No es ella la que determina la calidad de nuestra vida? ¿Qué extraño temor, indecisión o inercia nos impide mirar dentro de nosotros, tratar de comprender la naturaleza profunda de la alegría y la tristeza, del deseo y del odio? Se impone el miedo a lo desconocido, y la audacia de explorar el mundo interior se detiene en la frontera de nuestra mente. Un astrónomo japonés me dijo un día: “Hace falta mucho valor para mirar dentro de uno mismo”. Esta observación de un sabio en la plenitud de la madurez, de una mente estable y abierta, me intrigó. ¿Por qué semejante indecisión ante una búsqueda que resulta tremendamente apasionante? Como decía Marco Aurelio: “Mira dentro de ti; ahí es donde está la fuente inagotable del bien”.

Sin embargo, cuando desamparados frente a ciertos sufrimientos interiores, no sabemos cómo aliviarlos, nuestra reacción instintiva es volvernos hacia el exterior. Nos pasamos la vida “chapuceando” soluciones improvisadas, intentando reunir las condiciones adecuadas para hacernos felices. Con ayuda de la fuerza de la costumbre, esa manera de funcionar se convierte en la norma, y el “¡así es la vida!” es la divisa. Aunque la esperanza de encontrar un bienestar temporal a veces se ve coronada por el éxito, lo cierto es que nunca es posible controlar las circunstancias externas en términos de cantidad, de calidad y de duración. (Tomado del libro ‘En defensa de la felicidad’, de Matthieu Ricard)

pág. 38-39)

 

 

Ximena Sanz de Santamaria C.

Psicóloga – Psicoterapeuta

MA en Terapia Breve Estratégica.

Twitter: @menasanzdesanta

 

[1] Nombre ficticio para proteger la identidad del consultante

[2] Nombre ficticio para proteger la identidad del consultante

2 comentarios
  1. manuel rozo
    manuel rozo Dice:

    Doctora Ximena: Nuevamente para felicitarla, este es otro de los magníficos artículos que usted esecribe,parece que Dios la guiara para que con sus palabras usted dibujara lo que es la naturaleza humana en sus intricados procesos psicológicos y espirituales.
    Creo que para poder evitar esos vacíos que realmente son muy depresivos y poder mirarse internamente cual somos debemos acudir al amor y misericordia de Dios y buscarlo en nuestro espíritu que es donde el se encuentra y así obtener paz mental y espiritual.

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    • Ximena Sanz de Santa María
      Ximena Sanz de Santa María Dice:

      Muchas gracias a ti por nuevamente tomarte el tiempo de leer y comentar el artículo. Justamente intento plasmar lo que he aprendido tanto por mi experiencia personal como por mi experiencia profesional pues si algo de esto le puede servir a otra persona, he cumplido con una de las cosas que más intento hacer en mi vida diaria: prestar un servicio. Gracias de nuevo a ti por tus palabras!

      Responder

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