Si los resultados siguen siendo lo único importante, nunca vamos a valorar el esfuerzo
Cuando un estudiante presenta un examen de matemáticas en el colegio, por lo general lo que califican los profesores es el resultado. El estudiante puede haber seguido el procedimiento correcto, pero en el examen que entrega lo que importa es que aparezca el resultado correcto. ¿Cómo llegó a dicho resultado? ¿Cuáles fueron los razonamientos, las operaciones y la lógica que le permitieron llegar a una respuesta –correcta o incorrecta-? Poco importa. Lo único que importa es el resultado.
Las cosas no cambian mucho después del colegio. En la universidad, por lo general lo que exigen la mayoría de los profesores son resultados, notas, y en función de eso, definen si son buenos o malos estudiantes. Pocos docentes se detienen a ver los procesos de aprendizaje de los alumnos, a tener en cuenta el esfuerzo que hacen por aprender y a identificar cómo llegaron a un resultado, independientemente de que sea correcto o incorrecto. Las empresas funcionan igual: sus empleados se miden por resultados y el que no ‘dé la talla’ por lo general se tiene que ir.
Esta forma de funcionar va ‘minando’ la seguridad de las personas porque pone sobre ellas una presión enorme ignorando algo que es quizás lo más importante: el esfuerzo. Con frecuencia ocurre que un estudiante estudia mucho para un parcial, le dedica horas y semanas a aprender y comprender los conocimientos sobre los cuales lo van a examinar, y confiado por el trabajo tan serio que ha hecho llega seguro a presentarlo. Cuando la calificación que recibe no refleja el esfuerzo realizado, con frecuencia se le generan dudas e inseguridades con respecto a sus propias capacidades, además de una enorme frustración que en ocasiones acaba llevándolo a renunciar a hacer el esfuerzo. Así se va creando en las personas la idea de que el fin justifica los medios; si lo único que importa para la sociedad es el resultado, todo lo que se haga para obtenerlo es válido: la trampa, la copia, el plagio, la mentira, etc.
La sabiduría de oriente ha planteado desde hace millones de años que para nadie es posible controlar los resultados de sus acciones, por lo cual lo verdaderamente importante en la vida de una persona es el esfuerzo que haga para obtenerlos. Eso se ve reflejado en casos como el del estudiante, o el de cualquier persona que, a pesar de haberse esforzado para hacer bien una determinada tarea -académica, laboral, emocional, etc.-, no obtiene un resultado proporcional a la magnitud del esfuerzo invertido. Después de los ‘fracasos’ es muy difícil seguir esforzándose. Pero si se comprende y se acepta que no es posible controlar los resultados, se comprenderá también que lo esencial está en los esfuerzos y así se liberará gradual y progresivamente de la dependencia de los resultados. Y a ese mismo ritmo, irán disminuyendo la frustración y las inseguridades en sus propias capacidades que, en ocasiones, conducen a la persona al extremo de considerar el suicidio.
Liberarse progresivamente de las frustraciones que conlleva el apego a los resultados es una tarea difícil. Pero vale la pena. Esto no quiere decir que haya que dejar de disfrutar cuando se recibe una buena retroalimentación por el trabajo realizado. Toda persona tiene derecho a disfrutar de la satisfacción del ‘deber cumplido’ cuando se han logrado los resultados esperados. El problema se presenta cuando nuestra alegría, el disfrute por el deber cumplido y la seguridad en nosotros mismos depende únicamente de los resultados porque así nos volvemos esclavos de lo externo y dejamos de trabajar en y por nosotros mismos que es, realmente, lo único importante.
Empezar por reconocer lo mucho que nos afecta no obtener el resultado esperado, es un primer paso para dejar de darle tanta importancia y empezar a identificar si todo lo que hacemos es exclusivamente por un resultado. Este ejercicio le permite a cada persona empezar a tomar conciencia sobre si quiere seguir viviendo su vida en función del resultado, o si empieza a enfocarse en hacer su mejor esfuerzo en cada una de las cosas que hace. Esto le permite comenzar a vivir su presente: cada momento, cada etapa, cada esfuerzo, como parte de la tarea, para llegar a un resultado.
“La verdad sí me afectó haber perdido el parcial, pero sólo por un ratico. Después decidí hacer algo y dejar de estar ahí lamentándome por eso. Hice ejercicio y eso me sirvió para poner en perspectiva que tampoco es tan grave porque, además, lo que estudié ya no me lo quita nadie”. Después de meses de trabajo en sí misma para irse desprendiendo de su apego a los resultados, esta joven de 23 años se enfrentó a un enorme desafío: un parcial muy importante del que dependía que pasara una materia en la universidad. Estudió durante semanas, recibió clases particulares, estudió en grupo, entre otras cosas. Y cuando le entregaron el parcial, lo había perdido. Al comienzo fue doloroso: lloró muchísimo y no pudo evitar sentirse frustrada. Pero la diferencia con ocasiones similares anteriores fue que a pesar del dolor y la frustración, logró sobreponerse y reconocer que no todo estaba perdido porque lo que ella había aprendido y lo que había disfrutado mientras estudiaba, no tenía nada que ver con el resultado. Por ende, el resultado perdió importancia y lo importante fue lo que estuvo en sus propias manos: el esfuerzo.
Ximena Sanz de Santamaria C.
Psicóloga – Psicoterapeuta Estratégica
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