Los fantasmas salen en vacaciones
“La mente es la precursora de todos los estados”
Buda.
A lo largo del semestre, oigo con frecuencia la misma frase: “Necesito unas vacaciones”. Tanto en hombres como en mujeres, en adolescentes como adultos, existe una necesidad y un deseo de descansar y tener tiempo: tiempo para dormir hasta tarde, trasnochar sin preocupación, hacer deporte, actividades con amigos, leer, ver películas o series, para cocinar y comer sin afán; tiempo para compartir con los hijos y en general con la familia, entre otras cosas. Por consiguiente, la gran mayoría de personas espera a lo largo del semestre que llegue el momento de las vacaciones para finalmente poder descansar. La paradoja es que cuando finalmente llega ese momento, cuando se acaban las ocupaciones, empiezan las pre-ocupaciones.
“Me estoy chiflando. Esperé todo el semestre para estar en vacaciones y ahora que tengo el tiempo libre que quería, no he podido hacer nada porque no paro de pensar en lo que quiero hacer, estoy angustiada todo el tiempo y de la angustia no he hecho nada”. Para Natalia[1] fue sorprendente darse cuenta que trabajar tanto se le había convertido en una manera de evadirse a sí misma. “Nadie me va a admirar por estar meditando, por estar sola y en silencio, por hacer un trabajo interno conmigo. Mientras que todo el mundo admira que salga tarde de la oficina, que tenga que trabajar los fines de semana, que me la pase con gente, de fiesta, haciendo planes sociales, en últimas, que siempre esté ocupada. Sin darme cuenta, me comí el cuento y ahora me estoy chiflando con el tiempo libre”.
Los primeros días Natalia pudo dormir hasta tarde, desayunar con calma y salir de la casa a hacer vueltas que en el día a día laboral no alcanza a hacer. Al inicio disfrutó de poder hacerlo con calma, de poder tomar la decisión de sentarse en un café a leer un libro que no tuviera relación con su trabajo o simplemente a tomarse un jugo sin tener que salir corriendo. Pero con el paso de los días esa tranquilidad fue sustituida por una ansiedad casi constante, ansiedad que era producida por preguntas como: ¿Estaré perdiendo el tiempo? ¿Debería estar haciendo algo productivo? ¿Por qué se acabó mi relación de pareja? ¿Me voy a quedar sola toda la vida? ¿Será que sí voy a encontrar a alguien para compartir mi vida? ¿El trabajo que hago realmente me gusta o será que estoy haciendo lo que se espera de mí? ¿He hecho lo que he querido en mi vida?
Después de una larga cadena de preguntas como estas que tenían comienzo pero no tenían fin, Natalia empezaba a sentir lo que ella misma denominó como un ‘hueco en el estómago’. “Es como desasosiego, no me hallo? en mi propia piel y lo peor es que no se quita con nada”. Empezaba a hacer todo para distraerse: tratar de no pensar voluntariamente, ver televisión, leer, hablar por WhatsApp, mirar Facebook, en resumen, cualquier cosa que le ayudara a evitarse a sí misma porque estar consigo misma en silencio era algo que no sabía hacer. Pero a pesar de todos sus intentos por distraerse, por evadirse, siempre llegaba al mismo punto: ahí estaba ella, su cabeza, las preguntas, los cuestionamientos. Así que después de un par de semanas en las que llegó a pensar que se iba a enloquecer, finalmente buscó ayuda porque ya a ninguna hora se sentía tranquila.
A lo largo del proceso, Natalia se ha ido dando cuenta que, desde hace muchos años, ha construido un círculo vicioso sin darse cuenta. Empezó en la adolescencia cuando comenzaron los cuestionamientos respecto a su vida y a la vida de sus amigos. En ocasiones se sentía muy distinta a ellos porque a ella no le gustaba consumir alcohol ni drogas, a veces incluso prefería no salir los fines de semana porque quería acostarse temprano para levantarse a hacer deporte o pasar tiempo con sus sobrinos. Pero decirle eso a sus amigos podía ser motivo de rechazo e incluso de vergüenza razón por la cual Natalia terminó por “mimetizarse” con sus amigos: empezó a tomar trago, a salir de fiesta todos los fines de semana, a tener novios porque era lo que tocaba en su momento, porque todas las amigas tenían pareja y una vez más, era raro que ella no hiciera lo mismo. “Yo creo que en el fondo yo sabía que nada de eso lo quería hacer. Pero entre más tiempo pasa, es más difícil pararse en la raya y empezar a hacer lo que uno realmente quiere”.
En la medida que pasaba el tiempo, era cada vez más difícil enfrentar por qué si se detenía a cuestionarse sobre sus decisiones, sobre lo que estaba haciendo, aparecía la ansiedad. Y ella, como todo ser humano, no quería sentirse ansiosa. Así que continuaba evadiendo y encontró que el trabajo era la disculpa perfecta para hacerlo porque socialmente es aceptado e incluso admirado decir que no hay tiempo para nada por exceso de trabajo. Y a ella, internamente, le ocurría lo mismo: podía comprender que no tuviera tiempo para estar consigo misma, en silencio porque tenía que trabajar. Sin embargo, seguía con la sensación de que lo que estaba viviendo y haciendo no era lo que realmente quería. Pero si se detenía, así fuera un segundo del día a pensarlo, aparecía nuevamente la ansiedad. Así que nuevamente volvía a llenarse de trabajo y ocupaciones para no tener que detenerse a pensar en nada de su vida personal.
Por cuestiones laborales, se vio obligada a tomar vacaciones pues tenía mucho tiempo acumulado y debía usarlo. Pero por la época, no tuvo tiempo para organizar un viaje y así poder salir de Bogotá, por lo cual tuvo que quedarse sin ocupación durante unas semanas. “Cuando me di cuenta que no iba a poder salir, que no tenía plan, empecé a sentir el hueco en la boca del estómago. Pero literalmente no podía hacer nada más que quedarme y enfrentarlo. Por eso estoy aquí, porque no sé cómo cerrarlo”.
Caer en el círculo vicioso de ocuparse en exceso para evitar tener tiempo libre y así no tener que enfrentar lo que Natalia llamó “mis fantasmas”, es fácil. Y es fácil porque como ella misma lo dice, la sociedad valora, celebra y admira a quienes sólo tienen tiempo para trabajar (profesionalmente hablando). Claro, ese es el trabajo que produce dinero, cosa que también se admira y se valora porque en la sociedad moderna da estatus y poder, entre otras cosas. El problema es que por ese exceso de ocupación laboral se deja de lado el trabajo más importante: el trabajo en nosotros mismos como personas. Un trabajo interno que solamente se puede lograr en silencio, en soledad, cuando paramos y nos des-ocupamos a pensar, a cuestionarnos, a replantearnos decisiones para ir construyendo una vida cada vez más acorde a lo que es realmente el propósito de vida de una persona: encontrarse, descubrirse y construir una vida cada vez más feliz. Y por feliz no me refiero a la felicidad efímera que da el dinero, la ocupación, el estatus. Por feliz me refiero a esa tranquilidad plena interna que alcanzan las personas que hacen el trabajo interno de manera juiciosa y constante. Personas como Matthieu Ricard, un biólogo francés que después de dedicar gran parte de su vida a la academia, a la investigación, finalmente empezó a darse cuenta que ese, contrario a ser el camino a la felicidad, era el camino a la infelicidad (Recomiendo esta charla de Matthieu Ricard sobre Los Hábitos de la felicidad:). Y a partir realizar el trabajo en sí mismo, ha llegado hasta ser conocido en el mundo justamente por ser el hombre más feliz del mundo.
No tenemos que volvernos monjes para llegar a vivir la vida de una persona como Matthieu Ricard. Pero si como Natalia nos vamos dando cuenta que el camino del exceso de trabajo (profesional) se nos está convirtiendo en la disculpa para no trabajar en nosotros mismos, para no aprender a estar en silencio y a estar tranquilos sin necesidad de estar ocupados, esa ansiedad incómoda que se presenta justamente cuando estamos des-ocupados es una maravillosa señal de la necesidad de un cambio: tener tiempo para nosotros, para poder estar solos a gusto, para darnos cuenta que quizá lo que estamos haciendo a diario no nos gusta o que la relación de pareja en la que estamos no es la que queremos o que quisiéramos pasar más tiempo con nuestras familias. O simplemente tener tiempo para estar en silencio y perdernos el miedo, porque una vez que esto pase, habremos emprendido un camino de verdadera e inmutable tranquilidad que no se altera con las vacaciones porque nos permite adquirir una libertad maravillosa.
[1] Nombre ficticio para proteger la identidad de la consultante
Ximena Sanz de Santamaria C.
Psicóloga – Psicoterapeuta
MA en Terapia Breve Estratégica.
Twitter: @menasanzdesanta
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