El que no arriesga un huevo no saca un pollo

Tomar decisiones se ha convertido en una tarea cada vez más difícil. Gracias al desarrollo y a los avances de la ciencia y la tecnología, los seres humanos tienen cada vez más opciones en cada decisión, lo que exige una mayor capacidad para poder decidir frente a situaciones cuya complejidad era antes impensable. Empezando por cosas tan sencillas como qué escoger en un menú en el que hay cada vez más opciones carnívoras, vegetarianas, veganas, sin gluten, sin azúcar, dietéticas, etc., hasta decidir si se debe enviar una misión al espacio para descubrir otros planetas. Es paradójico, pero entre más aumentan las posibilidades de escoger más difícil y complejo se vuelve el proceso decisorio (Nardone, 2014). Pero el origen de la dificultad no está solamente en el proceso mismo de decidir: está también en el miedo a las consecuencias que una decisión equivocada pueda tener.

 

Frente al miedo que produce el riesgo de equivocarse, las personas tienden a asumir dos estrategias, por demás disfuncionales. La primera es delegar las decisiones en otras personas. El problema con esta estrategia es que se pierde la oportunidad de equivocarse y equivocarse es una parte importante en la vida de un ser humano por cuanto es una manera de aprender, de fortalecerse y, sobre todo, una oportunidad para desarrollar un criterio propio. El segundo problema es que cuando la consecuencia de la decisión es acertada, al haberla delegado en otra persona, se construye la creencia de que son los demás los que saben tomar decisiones. Por ende también se va perdiendo la seguridad en el propio criterio.

 

“Estoy aquí porque quiero encontrarme, porque en algún momento del camino me perdí de mi mismo, me dijo Juan Pablo[1] de 32 años que llegó al consultorio por una fuerte crisis de ansiedad. A pesar de ser un hombre exitoso laboralmente y de haber tenido relaciones de pareja estables a lo largo de su vida, se estaba enfrentando a un momento difícil: la mayor parte de sus amigos estaban casados, o tomando la decisión de casarse, mientras que él no estaba seguro si quería o no quería casarse. Laboralmente estaba enfrentando un momento decisivo porque tenía la posibilidad de seguir creciendo en la empresa en la que ya había estado construyendo una carrera desde hacía varios años, pero también estaba empezando a entrar en juego la decisión sobre si debía irse a hacer una maestría o no. Los amigos le insistían que era mejor irse al exterior joven, sin esposa y sin hijos para poder disfrutar de una “verdadera experiencia”. Y aunque por momentos Juan Pablo estaba de acuerdo con sus amigos, en otros momentos volvía a dudar y así empezaba la angustia.

 

Por otra parte, Juan Pablo llevaba varios meses tratando de distanciarse de la persona con la que estaba saliendo porque aunque estaba contento y empezaba a quererla, no quería ilusionarse demasiado ni tampoco entablar una relación muy seria porque de pronto se iba a vivir fuera del país. En cualquier caso, no lograba llegar a tomar una decisión porque siempre encontraba argumentos muy poderosos tanto a favor como en contra de cualquier decisión. Por ende, tomar una decisión se estaba volviendo algo imposible para él. Esta situación lo había llevado a adoptar otro intento de solución igualmente inútil: buscar respuestas en los amigos y familiares. Empezó a encontrar que cada amigo le daba una respuesta diferente, cada uno tenía una opinión distinta, con lo cual aumentaba su propia confusión.

Después de todos estos intentos fallidos Juan Pablo comenzó a pasar por momentos de fuerte ansiedad. Inicialmente la ansiedad se presentaba únicamente cuando pensaba en alguna de las decisiones que no había logrado tomar; pero con el paso del tiempo comenzó a ser un acompañante permanente, llegando a afectarle el apetito, el sueño, e incluso la concentración en el trabajo. Y finalmente fue eso lo que le permitió darse cuenta que necesitaba buscar ayuda.

 

Después de varias semanas de trabajar en sí mismo, Juan Pablo finalmente empezó a darse cuenta que su mayor miedo era tomar una decisión equivocada. En virtud de ese miedo, dudaba de todas las opciones, las analizaba y sobre analizaba tratando de encontrar una única respuesta, una respuesta correcta. “Quiero tener el 100% de seguridad para poder tomar una decisión”. Pero tener el 100% de certeza al momento de tomar una decisión es imposible porque siempre habrá algo que se gana y algo que se pierde. Así que partir de la base que para poder tomar una decisión hay que tener la total certeza sobre las consecuencias de la misma es construirse una trampa de la cual es imposible salir.

 

Tomar una decisión siempre va a implicar asumir un riesgo, un riesgo de ‘ganar y perder’ algo. Pero, como bien dice el dicho popular, ‘el que no arriesga un huevo no saca un pollo’; y si las decisiones se toman con base en querer tener la total certeza sobre el resultado, o queriendo tener todos los beneficios sin perder nada, siempre se llegará al mismo punto: la incapacidad para decidir. Si bien es necesario evaluar los riesgos en busca de tomar las mejores decisiones, el riesgo de ‘equivocarse’ no sólo será siempre inevitable, sino que es una parte fundamental en el proceso de crecimiento de un ser humano. Tomar decisiones es una forma de aprendizaje que forja el carácter, conduce a la formación de un criterio propio, a identificar las preferencias, a asumir responsabilidades y a enfrentar las situaciones que surgen cuando se toman decisiones equivocadas.

 

Decidir muchas veces genera angustia, ansiedad y miedo, es inevitable. Como también lo es sentir confianza, seguridad y tranquilidad respecto a si mismo cuando el resultado es el esperado. En cualquier caso, es imposible saber a priori cuál será la consecuencia, por lo que una buena manera de empezar a vencer ese miedo es tomando pequeñas decisiones, decisiones cotidianas y aparentemente banales. De esa manera, se van construyendo pequeños pasos para llegar a tomar decisiones cada vez más trascendentales, pero sobre todo, para poder construir un criterio propio e ir perdiéndole el miedo a equivocarse.

 

 

Ximena Sanz de Santamaria C.

Psicóloga – Psicoterapeuta

MA en Terapia Breve Estratégica.

[1] Nombre ficticio para proteger la identidad del consultante

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