El problema de tenerlo todo

“Nada en exceso,

sólo lo suficiente”

 

“¿Por qué no da anorexia en estratos bajos?” Me preguntó hace poco una consultante. Es una pregunta que me hacen con bastante frecuencia. De acuerdo a mi experiencia en el tratamiento de este tipo de trastornos, y teniendo en cuenta tanto las enseñanzas de Giorgio Nardonecomo las conversaciones periódicas que tengo con mi supervisora de casos, en general los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) no se presentan en personas de escasos recursos porque estas personas no tienen la posibilidad de escoger su comida. Al contrario, la mayor preocupación en personas de estratos socioeconómicos bajos es que muchas veces no tienen qué comer, por lo que lo importante no es qué escoger, sino poder comer algo para subsistir. Y dentro de ese ‘algo’ se vuelve irrelevante si es una fruta, una verdura, una proteína o un carbohidrato. Lo importante es tener algo para alimentarse y no pasar el día –o la noche- sin nada en el estómago.

 

En estratos altos este problema no se presenta por razones obvias. Lo que ocurre es exactamente lo contrario:al tenerlo todo, las personas no sólo no saben qué hacer con lo que tienen, sino que con frecuencia no encuentran un minuto de sosiego y de tranquilidad porque tienen una aspiración cada vez más intensa por tener más. En parte de ahí se deriva que cada vez más jóvenes presenten TCA, problemas de ansiedad, ataques de pánico, depresiones y sobre todo, una profunda inconformidad e insatisfacción con su vida, porque a pesar de tenerlo todo en términos externos, internamente el vacío es cada vez mayor. Paradójicamente hay tanto de dónde escoger que empieza la angustia y la ansiedad de no saber qué hacer, por dónde empezar, cómo estructurarse, cómo poner límites, hasta dónde ir y en dónde detenerse, etc.

 

Ese es actualmente el motivo de consulta de Verónica[1]: lo tiene todo y no logra disfrutar su vida. Está casada y es madre, que era uno de sus grandes sueños y anhelos en la vida antes de casarse. Tiene una relación de pareja estable, buena comunicación con su esposo, lo admira como hombre, como profesional y como padre. Además, comparten los mismos intereses y,aún más importante, los valores con los que quieren educar a sus hijos. “Aunque a veces me provoca matarlo, realmente tenemos una relación muy bonita, me siento feliz con él”. El esposo es, además, una persona con mucho dinero y por lo mismo, le ha podido dara ella la posibilidad de escoger qué quiere hacer, de dedicarse a trabajar en lo que le gusta medio tiempo y el resto del tiempo dedicarse a ser madre, sin tener la angustia ni la presión que genera la escasez de dinero. En cuanto a su círculo social, tiene un grupo de amigas desde el colegio con quienes se ve frecuentemente, salen juntas con los hijos para que estos también compartan y en general estas amigas son una red de apoyo para Verónica. Ahora, además, tienela expectativa de un viaje que harán con su esposo por Europa para poder asistir a algunos partidos del mundial, cosa que como ella misma dice, la debería tener absolutamente feliz. Pero a pesar de ser consciente de todas las “bendiciones” que tiene en su vida, Verónica no se siente tranquila, no disfruta su día a día. Está siempre pendiente de sus síntomas físicos porque aunque ya superó un cuadro de ataques de pánico –por el cual llegó a consulta la primera vez hace unos meses-, siente un fuerte desasosiego a diario porque es consciente que nada de lo que hace ni de lo que tiene, la llena en su vida.

 

A raíz de los ataques de pánico, la relación con el esposo se había deteriorado porque ella, presa del miedo a que se pudiera sentir mal en cualquier momento, había dejado de salir, temía viajar, no pasaba tiempo con su hija porque temía hacerle daño si entraba en una crisis. Por ese mismo temor, su vida social también se había visto considerablemente disminuida, a lo que se sumaba que estaba tomando altas dosis de ansiolíticos, recetados por un psiquiatra, que la mantenían bastante dormida durante el día. De manera que Verónica pasó de tener una vida activa a estar todos los días encerrada en su casa por el temor a que se le presentara un ataque de pánico. Y al darse cuenta que la medicación, más allá de mantenerla dormida no le estaba generando mayor efecto, decidió buscar ayuda para asumir su problema y trabajarlo de manera consciente, sin esperar que algo externo a ella lo resolviera.

 

Ahora que los ataques de pánico han desaparecido y que Verónica ha logrado aprender a manejar el miedo, a enfrentarlo y a retomar su vida, reconoce que desde siempre ha tenido el mismo problema: “Lo he tenido todo pero realmente no logro sentirme plena con mi vida. Nunca he logrado estar en el presente, disfrutar de lo que tengo y en lo que estoy porque siempre estoy pensando más adelante, planeando viajes, comidas, planes, lo que sea, pero nada que me obligue a confrontarme con mi presente. Ahora entiendo que los ataques de pánico me dieron algo que hacer, pero ahora que ya no los tengo, me siento como una cula de decir esto, pero realmente me doy cuenta que no tengo ni idea qué hacer con mi vida”.

 

El caso de Laura[2]es muy similar al de Verónica. Los padres de Laura siempre se han preocupado por darle todo en términos materiales, por complacerla e intentar que ella pueda ‘cumplir todos sus sueños’. Laura ha vivido fuera del país en repetidas ocasiones, siempre por estudio. Empezó varias carreras en diferentes universidades y países porque no tenía claro qué quería estudiar y finalmente no terminó ninguna carrera por un problema de ansiedad que eventualmente la llevó a devolverse a Colombia con la ilusión de resolverlo, y poder así, finalmente,terminar un pregrado. Desde entonces han pasado cuatro años y Laura aun no se decide a estudiar nada, a pesar de que su problema de ansiedad finalmente lo enfrentó, lo trabajó y actualmente se siente emocionalmente fuerte –en ese aspecto- para retomar su idea de empezar una carrera. Pero por alguna razón, que inicialmente era para ella un misterio, no ha logrado definir qué quiere hacer con su vida. “No tengo estructura, no sé cómo organizar mi tiempo, se me van los días y no hago nada, no concreto nada. Esto ya me está trayendo problemas con mi pareja porque él me dice que no puede seguir con una persona que un día quiere montar un negocio de cacao y al día siguiente quiere ser profesora de yoga”.

 

Llevamos varias citas y la confrontación de Laura consigo misma ha sido dura. Darse cuenta que a los 27 años no tiene ni idea cómo organizar un día, no tiene una rutina, no logra levantarse temprano y, aún si lo logra, no sabe qué hacer con su tiempo. Todo esto la ha llevado a preguntarse hasta qué punto ha sido sano tener todo lo que ha tenido en términos de apoyo material y económico. No haber tenido que enfrentar ninguna necesidad en la vida, pero sobre todo, no haber tenido límites por parte de sus padres en cuanto a sus gastos, a sus decisiones, a los cambios de carrera. Todo esto ha contribuido al “desorden mental en el que vivo”, como ella misma lo define. En retrospectiva, Laura tiene la sensación que habría sido mejor para ella que sus padres le pagaran una sola carrera, máximo dos, y en caso de que ella no estuviera segura de qué hacer, le hubieran quitado el apoyo económico obligándola a ganarse sus propios ingresos: “Al menos eso me hubiera dado un sentido de realidad”.La habría confrontado con un mundo en el que cosas aparentemente tan sencillas y banales como cumplir un horario, aprender a lavar la ropa separando la de color de la blanca, definir un presupuesto mensual, entre otras, le habrían ayudado a estructurar su pensamiento.

 

Casos como el de Verónica y Laura los veo cada vez más, tanto en mi vida profesional como en la personal. Personas que lo han tenido todo en términos de lo material y físico, que jamás se han visto en la necesidad de escoger entre una cosa u otra porque todo ha estado permitido. Por ende, son personas que a la hora de ponerse sus propios límites, desde cosas tan aparentemente simples como tener una rutina de levantarse a una determinada hora en la mañana y empezar el día, hasta saber cómo organizar el tiempo para estructurar un proyecto o para definir un presupuesto de gastos, no tienen ni idea ni por dónde empezar ni cómo hacerlo:se pasan los días y las semanas con ideas, con ganas de hacer cosas, con proyectos que se quedan en la mente y que nunca logran concretar porque literalmente no saben cuál es el primer paso que tendrían que dar para volverlo algo tangible y real. Entonces empieza a aparecer una enorme frustración, acompañada de una sensación de fracaso que muchas veces termina en el desarrollo de una depresión, un problema alimenticio, un cuadro de ansiedad severo o incluso, un trastorno obsesivo en el que las personas quedan atrapadas en su mente sin saber cómo manejarla ni cómo enfrentarla. Y aunque no todos los casos son iguales, muchas veces estas problemáticas o patologías cumplen una función: protegen a la persona de tener que enfrentar el problema de fondo, que en el caso de Verónica, Laura y tantas otras personas, es una inconformidad con su vida.

 

Giorgio Nardone siempre nos decía que culpar a los padres de todas las ‘desgracias’ de los hijos ya no es una disculpa válida porque cada persona es responsable de lo que vive y de lo que decide hacer con lo que le ocurre. También nos decía que hemos pasado de un modelo de familia autoritario a un modelo democrático permisivo (Nardone, 2015) en el que a los hijos se les consulta todo, ellos tienen opinión sobre todo, pueden decidir y contradecir cualquier límite que pongan los padres y, peor aún, nos enfrentamos a unos padres que quieren evitarle cualquier frustración, dolor y sufrimiento a sus hijos, sin darse cuenta que el sufrimiento no solamente es una parte importante de la vida humana, sino que es precisamente en los momentos de sufrimiento más intensos que se desarrollan las habilidades para aprender a manejarlo, superarlo y a desarrollar una capacidadcada vez mayor para enfrentar la vida. Es así como,en palabras de Oscar Wilde, con las mejores intenciones se generan los peores resultados (Nardone, 2009).

 

Tener que escoger, no poder salir a todas las fiestas ni estar en todos los planes, no salir de viaje todas las vacaciones, tener que comerse lo que se preparó en la casa para toda la familia sin tener la posibilidad de escoger otra cosa, acostarse a una determinada hora, no tener el último celular, no tener internet 24/7, tener que enfrentar a un profesor porque se nos olvidó llevar la tarea, asumir la responsabilidad de una falta sin que los padres tengan que entrar a arreglar el problema, entre tantos otros límites que hoy en día en muchas familias se han perdido, es una manera de formar, de preparar, de educar a un ser humano para que sea capaz de enfrentar la vida con los beneficios y las dificultades que para todos, en mayor o menor medida, se presentan. Sin duda es difícil ver a un hijo frustrado, triste, angustiado porque no logra lo que quisiera. Pero entre más pronto nos veamos enfrentados al “fracaso”, a la frustración de no tener lo que queremos, en otras palabras, al sufrimiento que hace parte de la vida, más pronto aprenderemos a enfrentar la vida tal y como es. Y esa es una decisión tanto de los padres, como de los hijos. De ahí la importancia del balance: nada en exceso, sólo lo suficiente.

 

 

Ximena Sanz de Santamaria C.

Psicóloga – Psicoterapeuta
MA en Terapia Breve Estratégica.
Twitter: @menasanzdesanta
Instagram: @breveterapia

[1]Nombre ficticio para proteger la identidad del consultante y respetar la confidencialidad

[2]Nombre ficticio para proteger la identidad del consultante y respetar la confidencialidad

 

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