El miedo: un fantasma que desaparece mirándolo a la cara
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Contrario a lo que piensan muchos, el miedo es una emoción importante y necesaria para nuestra supervivencia. Es la que nos protege de los peligros a los que estamos expuestos diariamente, hace que nuestro cuerpo reaccione en una situación de riesgo, nos permite defendernos, gritar cuando nos sentimos atacados, correr cuando tenemos que huir, etc. El problema hoy es que nuestra cultura ha impuesto la idea de que el miedo es algo que nadie ‘debe’ sentir. Quien siente miedo es una “nena”, no tiene agallas, es un cobarde, etc. Esto es lo que ha convertido el miedo en un problema.
Hace un tiempo me dijo una paciente: “Por favor quítame el miedo”. Le respondí que hacerlo sería un acto irresponsable porque la estaría dejando sin uno de los recursos más importantes de su instinto de supervivencia. La estaría volviendo aún más frágil, e incapaz para enfrentar un miedo que constantemente la estaba asaltando: el miedo a tener de nuevo un ataque de pánico.
Los ataques de pánico muestran cómo cuando se busca evitarlos en lugar de enfrentarlos, se convierten en un problema cada vez más complejo y difícil de solucionar. Estos ataques resultan de una lucha entre la mente y el cuerpo (Balbi, 2009): el miedo extremo conlleva reacciones en el cuerpo que la mente inmediatamente intenta controlar. Es así como se cae en la paradoja del exceso de control que hace perder el control (Nardone, 2009) porque son los esfuerzos de la mente por controlar el cuerpo los que llevan a la pérdida del control: el ataque de pánico.
“La primera vez que me dio el ataque, pensé que me iba a morir. ¡Es la sensación más horrible que he sentido en mi vida! Por eso dejé de manejar, porque estaba segura que como el ataque me dio estando en el carro, lo mejor era no volver a manejar. El problema es que después de evitar ese tema la situación empeoró porque empecé a evitar otras cosas (…) Y ahora he renunciado casi a todo porque en todas partes me siento vulnerable”.
“Las personas no nacen miedosas, se vuelven” (Nardone, G. 2007. Cambiare occhi, toccare il cuore. Ponte alle grazie, Milán). Después de su primer ataque de pánico esta mujer empezó a evitar situaciones que, en su sentir, podían generarle otro ataque. De lo que no era consiente era que evitando, aumentaba su problema. Evitar es una trampa, porque al momento de hacerlo, nos sentimos seguros. Pero con el tiempo, el mensaje implícito que nos enviamos a nosotros mismos es: “Evito esta situación porque no soy capaz de enfrentarla” (Nardone, 2008). Es así como cada evitación crea y refuerza una incapacidad, aumentando el miedo y obligando a quien evita a optar por otras soluciones que le “ayuden” a enfrentar lo que por sí misma se siente incapaz de hacer. Entonces pide ayuda (Nardone, 2009).
“…si no estaba acompañada, no podía hacer nada. Mi mamá, pues -¿qué te digo?-, es mi mamá me aguanta. Pero mi hermano y mi papá en un punto se desesperaron y no volvieron a acompañarme a ninguna parte. Ahí empecé a pedirle ayuda a mis colegas de trabajo: que me recogieran por la mañana, que me llevaran por la tarde… tanto que a veces me tocaba esperarlos hasta la noche porque yo ya no me atrevía a coger un taxi sola”.
Fue así como de un grano de arena construyó una montaña bajo la cual quedó sepultada (Nardone, G. 2007. Cambiare occhi, toccare il cuore. Ponte alle grazie, Milán). Los ataques de pánico fueron desapareciendo en la medida que evitaba todo lo que, según sus creencias, se los podía generar. Pero el miedo y la angustia que le creaba su creciente incapacidad para enfrentar situaciones, y la dependencia cada vez mayor de otras personas, empezaron a limitar su vida hasta tal punto que comenzó a pasar la mayor parte del tiempo encerrada en su casa.
Comenzamos así a trabajar en un propósito: transformar el miedo en coraje, lo que sólo se logra enfrentándolo. El primer paso fue trabajar a nivel mental: ella debía dedicarle media hora diaria a pensar voluntariamente en todas sus peores fantasías (Nardone, 2000), una estrategia que apunta a adiestrar la mente para que, contrario a evitar los pensamientos que generan miedo, los enfrente. Así la mente se distrae, piensa en otra cosa y el miedo desaparece (Nardone, G. & Balbi, E. 2008. Solcare il mare all’insaputa del cielo. Ponte alle grazie, Milán). De esta manera, hemos ido logrando que ella recupere la confianza en sí misma para enfrentar todo lo que había dejado de hacer por miedo. Miedo que continúa trabajando, pues después de tantos años de construirlo, toma tiempo desmontarlo.
El miedo es un recurso siempre y cuando se enfrente al momento de sentirlo. De lo contrario, sobrepasa un cierto límite y se convierte en un problema. Problema que se construye evitando, pidiendo ayuda y hablando del mismo (Nardone, 2009), pues hacerlo es como toser en un ascensor: se propaga el virus.
Nota: Quiero compartir con mis lectores que muchas de las ideas que aparecen en los artículos escritos hasta el momento, son el resultado de mi formación como terapeuta en el Centro de Terapia Breve del profesor y creador de este modelo, Giorgio Nardone.
Ximena Sanz de Santamaría C.
ximena@breveterapia.com
www.breveterapia.com
Artículo publicado en Semana.com el 19 de julio de 2011
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