¿Educando o mal educando?
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El tema de la educación, como tantos otros, es un tema del cual habla todo el mundo. Sin importar la edad, es un tema de conversación recurrente: entre profesores porque es su trabajo, entre padres porque están preocupados por el rendimiento académico de sus hijos, por el nivel académico del colegio o por escoger la universidad en la que van a estudiar. Y entre los jóvenes porque están pensando cuál universidad escoger teniendo en cuenta que siempre buscan “la mejor”. Esta es una característica que todos comparten: la preocupación por recibir la mejor educación.
La mayoría de las instituciones educativas –si no todas-, están buscando constantemente alcanzar la tan mencionada y anhelada ‘excelencia académica’. Las universidades hacen todo para obtener acreditaciones nacionales e internacionales pues en el mundo académico eso representa un estatus que respalda la calidad y la imagen. Y los colegios hacen lo propio buscando convenios para tener un bachillerato internacional. Todo en pro de la ‘excelencia académica’. El problema, en palabras de Ken Robinson (2006), es que esa educación formal por la que los estudiantes sufren durante semanas haciendo ensayos y aplicaciones –además de tener que lidiar con el estrés de los exámenes de admisión-, es una educación que está acabando con su creatividad.
“Las escuelas matan la creatividad”, es la traducción de lo que dijo Robinson en una TED Conference que dictó en el año 2006 y que anexo al final de este artículo. Plantea que todos los niños nacen con una gran creatividad acompañada de un constante interés por explorar y ensayar cosas nuevas sin miedo alguno a equivocarse. Desafortunadamente esa creatividad y ese ‘no miedo’ son “aplastados” cuando entran a estudiar, a ser “educados formalmente”, ya que una de las primeras cosas que aprende un niño desde el comienzo de su aprendizaje formal es: ¡equivocarse está mal! Es algo condenable y por tanto, socialmente reprochable. Conocí el caso de una niña que, cuando estaba aprendiendo a leer, se ponía tan nerviosa por el miedo a equivocarse que ese mismo miedo la llevaba a equivocarse mientras leía, lo que a su vez aumentaba el miedo y con este, su bloqueo. Fue entonces cuando la profesora decidió ponerla a leer frente a todo el salón y como ella no lograba hacerlo “de corrido”, advirtió ante los estudiantes que nadie podía salir a recreo hasta que esta niña no leyera de manera fluida. La consecuencia fue que la niña entró en pánico, no pudo leer una sílaba, sus compañeros se quedaron sin recreo y el miedo y la vergüenza ante la posibilidad de equivocarse la incapacitaron para “leer de corrido” durante muchos años de su vida.
El ‘sistema educativo’ –como está montado actualmente-, se enfoca exclusivamente en el conocimiento académico, en los “saberes” y en las notas que miden esos saberes, dejando completamente de lado todas las demás dimensiones que constituyen la vida integral de cada una de las personas que están sentadas en el salón de clase. Es así como la ‘educación’ acaba “aplastando” las particularidades y características de cada persona porque al enfocarse exclusivamente en los resultados -la nota-, obstruye la posibilidad de que los estudiantes puedan pensar autónomamente y desarrollar libremente su creatividad. Lo que se les exige para aprobar los exámenes es que respondan lo que está en un libro, lo que se dijo en clase o lo que espera el profesor; lo que se aparte de esto es una respuesta equivocada. ¿Cómo esperar entonces que los estudiantes participen en clase, que se interesen por lo que dice el profesor, que se apasionen con aprender, si lo único importante, más allá de su opinión y comentarios, es la nota que les da ‘el pase’ para seguir?
Uno de los mayores desafíos a los que me he enfrentado últimamente como docente ha sido encontrar la manera de sacar en los estudiantes esa creatividad potencial nata que todos tienen pero que se han visto forzados a reprimir en lugar de haber sido estimulados a desarrollar. En un comienzo fue frustrante porque a pesar de las horas que le dedicaba a preparar la clase, al llegar a la sesión y la reacción de los estudiantes era de aparente indiferencia y desinterés. Así transcurrieron las primeras sesiones hasta que fueron ellos los que tuvieron que exponer. Sólo cuando cada uno tuvo que asumir esa responsabilidad, comenzaron a darse cuenta de su poca creatividad en las exposiciones y de lo esencial que es para poder involucrar e interesar a quienes los escuchan. Esto fue llevando a que ellos mismos empezaran a cuestionarse sobre su manera de exponer, a desarrollar su propia creatividad en la preparación de sus exposiciones y a descubrir la satisfacción y el disfrute que esto conlleva. Así lo expresó una de ellas después de la segunda exposición que hizo: “Me sentí muy bien. Me di cuenta que me parece mucho más agradable y me siento mucho más tranquila si no tengo que exponer con Power Point porque las diapositivas me hacen sentir que tengo que leer todo. Y eso es lo que hace tan aburrida la exposición para mí y para los que la están viendo”. Ella logró despertar el interés de sus compañeros con una exposición entretenida que generó la participación espontánea de todos, después de haber sentido la frustración de no haber logrado nada de esto en la primera exposición que había hecho. Y todo porque ‘se atrevió’ a exponer su propio punto de vista sobre el tema y a hacer preguntas que generaron un auténtico intercambio de ideas. Y lo más importante: tanto ella como sus compañeros aprendieron sobre el tema.
Desde entonces la dinámica de la clase cambió: todos han empezado a buscar nuevas formas de exponer y de involucrar a sus compañeros en cada sesión; ahora participan, hacen preguntas, son espontáneos en lo que dicen y dan sus propias opiniones. Esto ha llevado a que pierdan el miedo a ‘equivocarse’ y, como consecuencia, que comiencen a sentir la libertad de manifestar su propia creatividad.
Experiencias como estas revelan, por un lado que hay un problema en la manera como está estructurada la educación, y por otro, que -por fortuna- la solución está al alcance de la mano. El problema es que con las mejores intenciones, hemos generado los peores resultados (Nardone, 2009) porque con el ánimo de mejorar el nivel, de sistematizar el aprendizaje, de nivelar a todos los estudiantes, hemos generado en ellos apatía, indiferencia y falta de creatividad. Cuando la educación –en mi concepto-, debe generar todo lo contrario: despertar el interés de los estudiantes, estimular su inteligencia, formar su carácter y su capacidad de tomar decisiones y fomentar su creatividad. Tendríamos que revisar metodologías, énfasis y espacios de aprendizaje para retomar el propósito fundamental de la educación, que en mi opinión no es otro que lograr que cada persona pueda sacar lo mejor de si en beneficio propio, de su entorno más cercano y en general, de la sociedad.
Ximena Sanz de Santamaria C.
Psicóloga – Psicoterapeuta Estratégica
ximena@breveterapia.com
www.breveterapia.com
Artículo publicado en Semana.com el 13 de marzo de 2012
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