«Vivo con una histérica: yo»
En época de guerra en la antigua Grecia, los hombres debían ausentarse de sus hogares por largas temporadas durante las cuales las mujeres sufrían fuertes oscilaciones en su estado de ánimo. Mientras sus parejas estaban ausentes se volvían irascibles, malgeniadas, impacientes, agresivas -sin razones visibles-, perdían la alegría y la capacidad de disfrutar la cotidianidad de la vida. Esto llevó a los griegos a hablar de histeria, o útero insatisfecho.
Desde entonces y durante muchos años, la histeria estuvo asociada únicamente con la ausencia del placer sexual y hasta hace poco, se pensaba que se presentaba únicamente en las mujeres pues los hombres siempre han tenido algunas dosis de anti histeria, como es el fútbol. Sin embargo, en los últimos años la histeria ya no sólo se relaciona con la ausencia del placer sexual y se ha comenzado a reconocer que no se presenta solamente en las mujeres: hoy se le atribuye a la falta de placer en cualquier dimensión y se relaciona con la imposición de un ‘deber ser’ social al cual están sometidos tanto hombres como mujeres. Por esto, hay cada vez más hombres histéricos.
La histeria no sólo es cada vez más frecuente en hombres y mujeres: se presenta también en personas jóvenes porque ese ‘deber ser’ socialmente impuesto afecta a las personas a edades más tempranas. Hace pocos días me decía una madre sobre su hija de 10 años: “Es que ya no sé qué más hacer con ella porque intento calmarla de todas las formas, pero por todo llora y se pone tan furiosa que me toca llevarla al baño y echarle agua en la cara para que se le pase la histeria”. Y estos mismos síntomas de histeria también se presentan en los adultos: “¡Mi papá está insoportable! Grita desde que llega de la oficina, ya no le podemos decir nada en la casa porque todo es un rollo” –me decía una adolescente.
Sentir placer puede ser sencillo en cuanto a que no hay necesidad de buscar grandes emociones. Pero en el mundo de hoy la mayoría de las personas sólo sienten placer con cosas grandes que generan grandes emociones: viajes, altas dosis de trago o de otras sustancias psicoactivas, fiestas, grandes cantidades de comida, acumulación de exorbitantes cantidades de dinero, apartamentos grandiosos, ropa de marca, un puesto laboral directivo, entre otras. El placer de consentirse en la cotidianidad de la vida con cosas sencillas, simples, se ha perdido, pues para poder alcanzar esos grandes placeres y cumplir con lo que la sociedad le exige a cada persona, la vida se vuelve una carrera contra el tiempo en la que se ‘deben hacer’ muchas cosas y ‘deber hacer’, desaparece el placer. El ‘deber ser’ le impone a cada persona la necesidad de ser la mejor en todo: la mejor jefe, la mejor empleada, la mejor mamá, la mejor hija, la mejor estudiante, el mejor padre, el mejor esposo, el mejor amigo, el mejor empleado, en resumen, los mejores en todo. Y para lograrlo, hay que dedicarse a ello en tal forma que no hay tiempo de disfrutar las cosas más sencillas y cotidianas.
Una persona que disfrute de cosas sencillas como salir cinco minutos antes del trabajo, leer un buen libro, disfrutar del atardecer, acostarse más temprano, salir a comer con la pareja sin hijos o amigos, disfrutar de un buen postre, de una relación sexual con la pareja, etc., tiende a ser calificada como una persona que está ‘perdiendo el tiempo’ o a quien ‘le faltan metas en la vida’, porque se considera lo opuesto a lo que ‘se debe hacer’. Es cierto que se deben hacer muchas cosas y que dejar de hacerlas en un mundo tan competitivo y exigente, no es la solución. Pero también es cierto que olvidarse de esos pequeños placeres diarios va construyendo una vida insatisfactoria, infeliz, que termina por generar reacciones y personas histéricas. Personas que quieren tener todo bajo control, cayendo en la constante paradoja del exceso de control que hace que se pierda el control, motivo por el cual tienen reacciones tales como responder de mal modo constantemente, irascibilidad, desesperación y pérdida de control por pequeños detalles; el diálogo se vuelve casi imposible pues son constantes los gritos con los hijos, los padres, la pareja, los amigos, etc. En conclusión, son personas que no se aguantan a nadie, incluyéndose a sí mismas. Como me dijo una señora en la primera consulta: “El problema es que vivo con una histérica: yo”.
Cada persona es un universo único, por tanto para cada una las fuentes de placer son distintas. Lo importante es recuperar los placeres sencillos que pueden producir las pequeñas cosas, en cualquier parte y momento del día, sin grandes esfuerzos y sin tener que cumplir un ‘deber ser’ más. La histeria se vence sin combatirla, basta con preguntarse diariamente, ¿qué podría hacer hoy, diferente de lo que he venido haciendo hasta ahora, que me guste, que me genere placer, gusto, bienestar? De todas las posibilidades que vengan a la mente es importante escoger la más sencilla, la más chiquita, para ponerla en práctica con facilidad. Así, cada persona empieza a construir una realidad en la que puede cumplir con todo lo que tiene que hacer, al mismo tiempo que disfruta diariamente de pequeñas nuevas experiencias que la van liberando de la dependencia de los ‘grandes placeres’ que el ‘deber ser’ tanto nos esclaviza hoy. Son el pequeño desorden que mantiene el orden.
Ximena Sanz de Santamaría C.
ximena@breveterapia.com
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Artículo publicado en Semana.com el 19 de abril de 2011