La rebelión de la información
Charla sobre el efecto que está teniendo sobre nosotros la constante dependencia a las redes sociales. Qué hace el Internet en nosotros, en nuestro Ser?
“Harinas no como, nada de aceites ni vinagretas, frutas pocas, las menos dulces. Me gustan mucho las ensaladas, el pollo a la plancha, de pronto un pescado como una tilapia o algún tiradito de algo. Harinas…MMM…de pronto puede ser una arepa al desayuno con claras de huevo pero la arepa tiene que ser extra delgada. Leguminosas poco por lo que son carbohidrato, por lo mismo, intento no comerlas todos los días. Y si voy a comer carne tiene que ser magra porque la grasa la detesto”. Así empezó la primera consulta con María Cristina[1] quien llegó remitida por sus padres porque según ellos su hija no comía nada. Y esto lo corroboraban todas las pruebas nutricionales en las que se veían muy bajos los niveles de albumina, que mostraban una desnutrición crónica; las proteínas totales también mostraban un riesgo, así como los bajísimos niveles de calcio y potasio, todo esto sumado a una función renal alterada. Pero María Cristina se negaba a comer más de lo que según ella, estaba bien comer. ¿Bien según quién?
Como ocurre con muchas de las personas que llegan a terapia presionadas u obligadas por alguien más, la resistencia inicial es grande. Y cuando se trata de un problema alimenticio la resistencia tiende a ser aún mayor pues personas como María Cristina están convencidas que el mundo está equivocado, que exageran y que ellas están “divinamente”. María Cristina constantemente repetía que ella estaba comiendo ‘lo que está bien’ y cuando la confrontaba respecto a ese ‘bien’ a qué parámetro o según quién, se quedaba en silencio. Finalmente, después de varias sesiones en las que fuimos entablando empatía y una relación más cercana, María Cristina logró “confesar” –como ella misma lo dijo- a partir de qué y de cuándo había empezado a obsesionarse con la manera de comer y con el ejercicio. “Todo empezó por una publicación de Fulanita en la que decía que si uno quiere tener un abdomen plano y marcado debe dejar de consumir carbohidratos y dulce. Al comienzo me costó mucho porque yo amo el pan pero me estaba viendo un gordito en la barriga que me amargaba cada vez que iba a salir de rumba con mis amigos o que me iba a un paseo y me tenía que poner un vestido de baño. Entonces empecé por dejar de comer harinas por las noches”. Como buena obsesión, basta un granito de arena para empezar a construir una montaña debajo de la cual la persona queda sepultada (Nardone, 2008).
Empezar a ver que lograba dejar de comer carbohidratos por las noches le generó una sensación de control que, a su vez, le generaba placer. Y claro, con esto aumentaba la intensidad de ‘consultar’ las redes sociales y los perfiles de estas influenciadoras. “Otro día vi que medían las cantidades de lo que uno debe comer antes y después de hacer ejercicio. Entonces seguí por ahí, midiendo todo. Es ridículo, yo sé, pero darme cuenta al final del día que estaba logrando comer como esas personas empezó a darme mucho placer. Ahí vino el ejercicio”.
En este punto, María Cristina pasaba muchas horas del día metida en las páginas de estas mujeres midiendo la comida como ellas, haciendo las mismas combinaciones de alimentos, eliminando los mismos alimentos, tomando las mismas cantidades de agua, proteína y ahora, además, empezando a introducir largas jornadas de ejercicio. Llegó incluso a levantarse a diario a las 4am para alcanzar a trotar mínimo una hora y media (en ayunas, por supuesto) y así poder llegar a la oficina habiendo cumplido con lo que hacen todas estas ‘modelos a seguir’. Y claro, al introducir cambios alimenticios y de ejercicio tan drásticos y en tan poco tiempo, empezó a ver que el famoso ‘gordito de la barriga’ desaparecía, como desaparecían también sus senos, los glúteos, la masa muscular de los brazos, entre otras cosas. Como también ocurre en estos casos, al alterarse la percepción cambian lo que Nardone llama los lentes con los que se ve la realidad y los ‘nuevos’ lentes deformantes, en vez de hacerle ver que estaba perdiendo peso a pasos agigantados, la hacían ver más ‘gorditos’ y más puntos en los que podía seguir bajando. “Todavía no me veía como ellas”.
Para nadie es un secreto que, gracias a las redes sociales, hoy en día es muy fácil volverse “famoso”, o al menos popular. Abrir una página en una aplicación como Instagram –por ejemplo- y empezar a hacer publicaciones relacionadas con cualquier tema, en especial temas como el ‘fitness’, empieza a generar seguidores muy rápidamente. Esto alimenta las publicaciones y así poco a poco se va dando ese fenómeno por el que una persona pasa de tener 200 seguidores a tener miles e incluso millones de seguidores que están pendientes de cada foto que se publica con la porción de cada comida, del reloj que muestra el tiempo, la intensidad y la cantidad de calorías que quemaron mientras trotaban o montaban en bicicleta, del cuerpo perfectamente bronceado en vestido de baño, de la cantidad de repeticiones abdominales o de push ups que se deben hacer, abdomen marcado y envidiable que tiene ‘Fulanita’ quien además pareciera que solamente se alimenta de batidos de proteína, algo de mango y aguacate. Hace poco vi una entrevista que le hacían a Karen Martínez y a Juanes preguntándoles cómo hacen para tener la vida tan maravillosa y perfecta que se percibe en las fotos y videos que publican en sus redes sociales. Y él, en un tono amable y algo irónico, dijo que lo que ocurría es que jamás suben fotos ni videos de ellos peleando con lo cual la gente se queda con la idea de que tienen la vida perfecta.
Todos sabemos, en teoría, que nadie tiene la vida perfecta. Pero cuando empieza a desarrollarse una obsesión por un tema, cualquiera que este sea, y especialmente el tema de tener el cuerpo perfecto, esta teoría se olvida. Y la vida de la persona, como le ocurrió a María Cristina y como les ocurre a tantas mujeres de todas las edades, se empieza a convertir en ser capaz de tener los mismos hábitos de vida que las influenciadoras digitales.
La libertad de expresión es un derecho, sin duda y por fortuna. Por lo mismo, con este artículo no quiero decir en ningún momento que estas influenciadoras no puedan publicar, promocionar y compartir lo que hacen, lo que comen y dejan de comer, sus rutinas de ejercicio, los videos en el gimnasio, las idas a hacer mercado, las preparaciones de las comidas, lo que piden en los restaurantes, la marca de ropa deportiva que compran, etc. Cada uno es libre de hacer lo que quiera con lo que vive. Sin embargo, no es lo mismo compartirlo con un par de amigos sentados a la mesa desayunando, que publicarlo ante millones de ojos detrás de los cuales se esconden historias, inseguridades, miedos, vacíos, problemas emocionales, añoranzas y preocupaciones de las cuales ninguna influenciadora es responsable. Pero si tienen influencia en las redes sociales y empiezan a ser pagadas por sus publicaciones, a recibir regalos de las diferentes marcas y almacenes, incluso a poder vivir de esto, creo que es importante tener en cuenta que eso se logra gracias a los seguidores y a los famosos ‘likes’ que estos les dan. Por ende, me parece importante que si van a publicar, lo hagan con una clara conciencia de por lo menos dos temas: evitar generalizaciones porque cada cuerpo, cada historia, cada persona es diferente, por lo cual decir que la única manera de tener un abdomen plano es dejando de comer carbohidratos anula todas estas diferencias y pone en riesgo la salud de muchas personas. Contextualizar, explicar de dónde obtienen la información que comparten y puntualizar en que hacen o dejan de hacer X ejercicio o dejan X comida por un tema de salud esta frase no la entiendo bien, por una recomendación puntual de su médico, etc. En resumen, ser muy claras en que nada de lo que publican es LA verdad, como única y absoluta, sino que son experiencias y vivencias personales de las que han devengado aprendizajes y conocimientos y eso es lo que están compartiendo.
El sufrimiento de personas como María Cristina es infinito. Puede parecer banal, como ella misma lo dijo, absurdo pensar que la vida de una persona se pueda ‘reducir’ a estar pendiente de la vida de otras. Pero como ella, son miles y cada vez más personas las que no solamente se generan problemas alimenticios, sino también problemas de ansiedad, cuadros depresivos y crisis de angustia porque la ‘vida perfecta’ de los demás se vuelve una tortura en la que es muy fácil caer y muy difícil salir. De ahí la invitación a hacer publicaciones a conciencia.
Ximena Sanz de Santamaria C.
Psicóloga – Psicoterapeuta
MA en Terapia Breve Estratégica.
Twitter: @menasanzdesanta
Instagram: @breveterapia
[1] Nombre ficticio para proteger la identidad del consultante
“No existen discapacitados, sino gente con distintas capacidades” (Colón, C. 2013), dice Cristóbal Colón, fundador y presidente de La Fageda, una fábrica de yogures que funciona desde hace treinta y cinco años en el ayuntamiento de Olot, en Girona España. Además de vender 45 millones de yogures al año, cuenta con una particularidad y es que de los 280 empleados que la conforman, 160 tienen alguna discapacidad o una enfermedad mental como psicosis maniaco depresiva, trastornos esquizofrénicos, psicosis esquizofrénica paranoide, oligofrenia media, entre otros. Cristóbal Colón psicólogo de formación, trabajó en el hospital psiquiátrico de Salt (Barcelona) y desde muy temprano en sus prácticas empezó a darse cuenta que la vida de las personas diagnosticadas con Trastornos Mentales Severos (TMS) no tenía sentido. “¿Por qué tratarlos como objetos? ¿Por qué tenerlos en una habitación y dejar que las horas, los días y los años se apoderen de su piel sin darles una oportunidad? ¿Qué estamos haciendo con estas personas? (…) Los ves pasear arriba y abajo por el patio. Son cuerpos vivos que han perdido el alma” (2013).
A partir de dichos cuestionamientos, Colón empezó a trabajar en el desarrollo de una idea: darles trabajo a las personas diagnosticadas con alguna enfermedad mental. “Pienso que trabajar les puede ayudar en su vida”, fue lo que le dijo Colón al alcalde de Olot en 1982 cuando llegó por primera vez a plantearle su idea. Él quería crear una empresa en la que pudieran trabajar las catorce personas que habían estado internadas en el hospital de Salt, todas diagnosticadas con alguna enfermedad mental. Quería que pudieran desarrollar un trabajo productivo porque se había dado cuenta que los talleres de laborterapia que se llevaban a cabo en el hospital no funcionaban pues una vez que los internos asimilaban que podían salir de la monotonía del patio del manicomio y hacer algo más allá de ver televisión, descubrían que lo que hacían no era útil para nadie. Las manualidades eran un mero pasatiempo que no daba sentido de vida a los “enfermos”. Por eso Colón empezó a ver que el sentido del trabajo es un trabajo con sentido (Colón, 2013) y desde los años ochenta, comenzó una búsqueda para “construir una empresa de verdad que resuelva problemas de verdad” (Colón, 2013).
Hoy, treinta y cinco años después, La Fageda no solamente funciona de maravilla en términos estrictamente empresariales, sino además la mayoría de las personas diagnosticadas con alguna de estas enfermedades mentales, viven solas, son auto suficientes, incluso tienen relaciones de pareja estables y ayudan económicamente a sus familias con quienes además se han sanado las relaciones. Hoy en día más que ser vistos como ‘un enfermo que sólo trae problemas’, son vistos por sus familias como seres humanos funcionales, útiles, con sentimientos, derechos y deberes. Finalmente, gracias a la red de apoyo que se ha creado entre ellos, y por supuesto con el apoyo de todo el equipo que trabaja en La Fageda, se ha alcanzado un logro muy importante y muy difícil de alcanzar en personas con este tipo de trastornos: la estabilización de los síntomas.
Conocer La Fageda a mediados de 2014 fue para mí una experiencia de vida transformadora. Me confirmó que las personas diagnosticadas con algún TMS no solamente tienen derecho a tener una vida digna, sino además son personas que como cualquier otra, necesitan trabajar, tener su mente ocupada, levantarse todas las mañanas con una ocupación, con una función distinta a simplemente hacer ponqués o vasijas en cerámica que se guardarán en un closet hasta que por la acumulación, sea necesario botarlas.
Esta misma impresión sobre la necesidad de que estas personas tengan una vida propia (como cualquier persona), me la confirmó uno de los casos más bonitos que he trabajado en mis casi diez años de práctica profesional.
Casualmente, también en el 2014, llegó a mi consultorio una paciente diagnosticada con un Trastorno Disociativo Severo con diagnóstico diferencial Trastorno Borderline de personalidad. La remitía la psicóloga de una universidad quien lograba ver a esta persona más allá del diagnóstico y por lo mismo, no quería que la sacaran de la universidad. Pero en el plantel educativo existía una fuerte preocupación por esta estudiante ya que muchos de sus síntomas se manifestaban de manera evidente en crisis que podían ocurrir en pleno salón de clase. Por lo mismo, consideraban que podía ser un peligro para los demás estudiantes e incluso para la universidad misma, la cual por obvias razones no quería correr el riesgo de un suicidio dentro del plantel. Pero la psicóloga que la había visto durante las crisis estaba convencida que esta paciente tenía una inteligencia superior, privilegiada, así como la capacidad de lograr una estabilidad emocional para aprender a manejar sus crisis y salir adelante.
Ella asistió a la primera cita con su padre, quien manifestaba una enorme preocupación por su hija, quien hablaba muy poco, escasamente hacía contacto visual, se veía muy tensa, ansiosa, con la mirada perdida. Le costaba trabajo construir una frase completa. Pero a pesar de esto, tanto en ella como en su padre se veía una necesidad y un profundo deseo de salir adelante, de aprender a manejar estos síntomas que la sobrepasaban y que no eran voluntarios y por lo mismo, para ella estaba siendo casi imposible manejarlos. Fue así como desde esa primera cita definimos que el objetivo por el que íbamos a trabajar, de la mano de ella, de su familia y de un psiquiatra, iba a ser el manejo y la estabilización de sus síntomas. Que ella tuviera las herramientas para que ella pudiera aprender a identificar qué cosas la alteraban tanto emocionalmente hasta llegar a desencadenarle las crisis tan fuertes que la hacían ‘desconectarse de la realidad’ hasta llegar a autolesionarse sin tener memoria después de lo que había hecho. Para ella era muy difícil identificar estos factores porque en ese momento las crisis eran muy fuertes y casi diarias. Por lo mismo, para los padres el sufrimiento era inimaginable pues no sabían ella qué podía hacer durante las crisis y temían por su salud y su bienestar. Pero a pesar de esto, estuvieron siempre convencidos que su hija lo que necesitaba era estudiar, sentirse útil, poder llevar una vida como la de cualquiera de sus compañeros.
De manera que empezamos a trabajar con ella, con el ser humano que sufría estas crisis, que no las escogió pero que tiene que vivir con ella y asumirlas para aprender a vencerlas sin combatirlas. Como cualquier cambio, este también se iba dando de manera paulatina por lo que las crisis se seguían presentando y eso estaba llevando a una ‘presión’ por parte de la universidad a que tal vez la mejor opción era que esta estudiante se retirara un tiempo. Tanto con ella como con los padres y el psiquiatra estuvimos de acuerdo en que esto no solamente no mejoraría el problema sino que lo empeoraría aun más por lo que se decidió que la madre acompañara a la estudiante a la universidad con el fin de prestarle el apoyo emocional que ella necesitaba durante las clases. Esto conllevaba un trabajo con la madre, quien siempre estuvo involucrada y comprometida con ayudar a su hija manteniendo una serenidad y una capacidad de apoyo que en pocas personas he visto, confiando siempre en las capacidades y habilidades de su hija sin quedarse solamente con el diagnóstico.
Mientras tanto, esta joven batallaba todos los días contra ella misma tratando de construir una estabilidad emocional que poco a poco le fuera permitiendo identificar cuáles eran esos factores –intrínsecos y extrínsecos- que le desencadenaban esas crisis tan fuertes que la dejaban exhausta y con dolor de cabeza durante horas. Era agotador porque le impedían estudiar, porque mantener la concentración se volvía una tarea titánica, en ocasiones se le confundían y se le movían las letras y los números, lo cual por obvias razones, como nos pasaría a cualquiera, le generaban angustia y ansiedad. Esto acompañado de una profunda frustración porque lo que ella más quería era poder estudiar, tener amigos, asistir a clase sin desconectarse de la realidad y sobre todo, disfrutar de la vida como cualquier de sus compañeros. Cada día era un reto y a pesar de estas crisis que muchas veces la llevaron a sentir que no iba a ser capaz de sobre pasarlas, esta joven lograba sacar fuerzas, apoyarse en sus padres, en algunos amigos que empezaron a acercarse a ella para apoyarla, en el psiquiatra y en la terapia y así, lograba levantarse de nuevo y volver a empezar.
A todas estas crisis, se empezó a sumar la vergüenza social que genera tener un problema por el que los demás nos puedan ver como “raros”. Conocer a una persona que tenga cáncer genera compasión y admiración. Pero escuchar decir a alguien que tiene un Trastorno Mental genera miedo y desafortunadamente, mucho rechazo. Por lo mismo, para ella era duro constatar que algunos de sus compañeros se daban cuenta de sus crisis, y empezaba a oír en los pasillos comentarios y algunos señalamientos hacia ella como si fuera una persona loca. Por ende ya no solo tenía que batallar con ella misma, sino también ser capaz de enfrentar el juicio social tan duro e injusto que se emite sobre una persona que se comporta diferente o que es vista como “rara”.
En ocasiones le ocurrió que compañeros le contaban sobre una estudiante de X carrera que se decía que estaba loca y que se hacía daño durante los parciales, cosa que inicialmente la angustiaba, le generaba vergüenza y la hacía sentir culpable. Pero poco a poco ella misma fue descubriendo que más que vergüenza, lo que tenía que sentir era admiración y orgullo por ella misma porque a pesar de sus dificultades, estaba siendo capaz de ir a la universidad a diario, estudiar lo mismo y al mismo ritmo que sus compañeros y sacar adelante una carrera exigente en una de las mejores universidades del país. Varias veces hablamos de la metáfora de una persona que ha perdido una pierna: no por eso tiene que dejar de hacer su vida pero sin duda, le es más exigente moverse, subirse al Transmilenio, hacer deporte, cargar una maleta, etc., que lo que puede implicarle a una persona que tiene las dos piernas.
Cuatro años después de esa primera cita, esta jovencita brillante y sensible sigue en la universidad, tiene amigos, vida social, quiere salir de fiesta, pelea con sus padres porque a ellos les preocupa que se trasnoche y que le pase algo, cosa que le pasa a cualquier persona de su edad. Ha tenido relaciones de pareja, sigue estudiando una de las carreras más difíciles en una de las universidades más prestigiosas del país y se ha vuelto cada vez más capaz de identificar esos factores –extrínsecos e intrínsecos- que pueden llevarla a desarrollar una crisis. Como consecuencia, pueden pasar períodos de dos meses en los que no se presenta ninguna crisis y cuando se presentan, la intensidad es mucho menor, lo que también le ha permitido al psiquiatra disminuirle la medicación.
Este es para mí el significado de la magia: lograr cambios aparentemente imposibles a punta de esfuerzo y dedicación cotidiana. Con caídas, golpes, subidas y bajadas, pero sobre todo, con una fortaleza que se construye en cada uno de estos golpes y que bien capitalizada, le da a una persona como ella la fortaleza para ser la persona que es hoy.
Con esta corta descripción no quiero hacer parecer el proceso y el esfuerzo de esta familia como algo sencillo, sin recaídas, sin angustias, sin miedos y sin dolor. Todo eso ha estado ahí, ha sido parte del proceso y ha hecho que en muchos momentos sea difícil creer que es posible lograr el cambio y más que eso, consolidarlo. Pero ver el proceso que ha hecho esta joven de la mano de su familia, del psiquiatra, de algunos compañeros y amigos y de algunos profesores, me demuestra que la frase que dice Cristóbal Colón es literal: no existen discapacitados, sino personas con diferentes capacidades.
Finalmente adjunto un mensaje que recibí de esta joven estudiante al terminarse el año. A mi juicio, en él no solamente se puede ver la inteligencia y la capacidad intelectual de esta joven que hoy en día no solamente conversa y escribe de manera perfecta y coherente, sino también se ve su profunda sensibilidad y los aprendizajes tan enormes que ha devengado después de todos estos años de trabajo consciente. Me angustia pensar que por un diagnóstico relacionado con un Trastorno Mental y por todos los prejuicios sociales que existen en torno a este, no solamente ella hubiera podido quedar sin estudio, marginada y rechazada de la sociedad. Más grave aun, nosotros como sociedad no estaríamos perdiendo de un ser humano tan maravilloso como es esta joven mujer que a su corta edad, ha sido capaz de manejar y superar unas crisis emocionales que por momentos parecían acabar con su vida. ¿Vamos a quitarle a ella y a la sociedad el privilegio de tener una mente como la suya al servicio de la humanidad simplemente porque tiene un diagnóstico de un trastorno mental?
Querida Dra. Ximena,
En conmemoración del 2017 tengo varias razones para agradecer, muchas historias por contar y unas cuantas cosas por decir… En primer lugar, quiero desearte un Feliz Año Nuevo; un 2018 lleno de alegría, prosperidad y todos los buenos deseos que las personas suelen mencionar por estas fechas. Pienso que mereces, por mucho, cada uno de ellos, pero hoy vengo a manifestarte algo un poco diferente. Reconociendo mi tendencia a irme por los hilos y tu habilidad para encausar mis palabras, quiero ser concreta y agradecerte por ser quien me brindó las herramientas clave para salvarme de mí. Lo digo con la mayor de las dichas, la convicción férrea y un corazón que permanece, más que en el pecho, en la cabeza. Gracias a ti comprendí que tener los pies sobre la tierra no es una regla inquebrantable, pero que en definitiva hay que aprender a volar sin dejar que el viento te lleve. Entendí que, paradójicamente, el crecer implica un previo recogimiento sobre uno mismo, para verse, conocerse, amarse y ser capaz de proyectar esa experiencia de manera genuina. Comprendí también que hay que caer cierto número de veces y que construimos nuestra propia historia a partir de dichas caídas, que las cicatrices no tienen por qué ser visibles y que la verdad jamás será única. Caí, crecí, aprendí, construí. Y aunque me queda faltando el gerundio -pues estas travesías aún no terminan- ahora que emprendo vuelo, reconozco y observo en retrospectiva tu valioso acompañamiento.
Por ser una mujer tan completa y comprometida, por tu inteligencia y tu increíble don para transmitir, por tu fuerza y por la paz que regalas con un gesto sincero. Porque has compartido conmigo esas múltiples fortalezas, por lo mucho que he aprendido de ellas. Por las tardecitas en el consultorio, por el montón de pañuelos que han sido gastados para secar mis lágrimas. Por Abril que, en medio de su ternura, brinda calor de hogar. Porque, sin decirlo, siempre estás pendiente de cerrar las persianas si la luz me genera molestia. Porque estoy convencida de que el que cambia una vida, cambia el mundo… por eso y mucho más te agradezco Dra.
En este 2018 vamos por más, bajo el permiso concedido de ser humanos. Bajo la máxima de entender lógicas ajenas para acercarnos al otro, porque al fin y al cabo, cada uno tiene sus propios elefantes. Se vale reír, se vale soñar, se vale aplaudirle a la vida. Se vale hacer de ella y de nosotros la versión más imperfectamente bella.
Te mando un cálido abrazo virtual que espero reclamar muy pronto en vivo y un saludo muy especial Dra.
Feliz 2018.
Duele pensar que la discriminación en Colombia llegue al punto de no incluir en el Censo de la POBLACION de un país a las personas con discapacidad. La inclusión es una forma de construir paz.
Con frecuencia admiramos a personas que no conocemos, iconos del capitalismo, personas que cumplen con los ‘estándares’ que como sociedad hemos establecido, a saber: personas con dinero, enormes casas al lado del mar, carros de lujo, cantantes, actores, en fin. Y muchas de esas personas tienen méritos y son admirables por lo que logran y han logrado. Sin embargo, por estar mirando tan lejos dejamos de ver personas “del común”, absolutamente admirables, que tienen unas historias de vida increíbles, hermosas, pero al no figurar en el mundo, se nos olvida que existen. La periodista Adriana La Rotta escribe un artículo hermoso sobre quién fue su padre, un hombre autodidacta que no llegó a terminar la primaria pero aprendió a leer solo con una enciclopedia de la A a la Z. Me pareció un artículo increíble, hermoso y sencillo, que además me hizo pensar y reflexionar sobre la cantidad de ídolos y personas admirables que tenemos a nuestro alrededor diariamente y que muchas veces, no vemos ni admiramos tanto como se merecen.
Con frecuencia, somos indiferentes frente a lo que ocurre en nuestro país. No conocemos -ni nos interesamos- por la realidad de las personas que comparten nuestro mismo territorio, no sabemos a qué dificultades se enfrentan en el día a día, qué retos tienen que asumir, cómo viven, entre muchas otras cosas. Este artículo sobre lo que es el proceso educativo de los Embera en un pueblo en Antioquia no sólo me parece un maravilloso reportaje, sino que además puede ser una manera de acercarnos a conocer las realidades que viven otros colombianos y a su vez, empezar a ser más agradecidos y conscientes de cosas que muchas veces damos por sentadas. Cosas como el acceso a la educación, la posibilidad de elegir si queremos ser madres/padres o no, la facilidad con la que nos movemos de un lugar a otro a pesar del tráfico de las grandes ciudades, entre otras.