A mayor conocimiento, mayor egoísmo.
Hace un par de meses terminamos con mi esposo un curso en Psicología Positiva. A nivel de conocimiento, fue fascinante y muy interesante, además de útil para el campo profesional de cada uno. Pero lo que para mí fue más interesante y admirable fue la generosidad de todo el equipo de profesores, en especial, de quien ha contribuido a consolidar este modelo: Tal Ben-Sahar.
Tal Ben-Sahar es un psicólogo que se ha dedicado a estudiar la felicidad; a investigar qué es lo que influye en que las personas construyan vidas más felices a pesar de las vivencias dolorosas y difíciles que todos los seres humanos deben enfrentar como parte del curso natural de la vida. De la mano de otros psicólogos y científicos, Tal Ben-Sahar ha descubierto estrategias y herramientas prácticas que las personas pueden utilizar para construir hábitos que los ayuden a ser más felices. Eso es lo que él comparte a través de sus cursos y de sus libros que han sido publicados y traducidos a muchos idiomas y en muchos países del mundo. Y fue justamente la generosidad de este hombre con su conocimiento lo que más me sorprendió, porque es todo lo contrario a lo que he visto en el campo académico en el que el común denominador es el contrario: un profundo egoísmo y una gran envidia por el conocimiento que tienen los demás.
Cada vez con más frecuencia veo en el consultorio adolescentes y adultos que sufren enormemente por la competencia y el egoísmo que se da por el conocimiento. Hace unas semanas llegó al consultorio un estudiante de una prestigiosa universidad que está terminando la carrera. Un joven brillante que a pesar de varias dificultades ha sacado adelante una carrera muy exigente obteniendo maravillosos resultados. Sin embargo, llegó remitido por el médico a raíz de unos ataques de ansiedad que no tenían ningún sustento físico pues después de haber pasado por urgencias hospitalarias varias veces y de haberse hecho una enorme cantidad de chequeos, el médico concluyó que su problema era emocional y no físico. “Yo en el colegio siempre fui pilo, pero nunca había tenido que estudiar tanto como en la universidad y sobre todo, nunca había sentido tanta presión. Los profesores todo el tiempo nos decían que estábamos en un semestre de prueba y que sólo iban a pasar los mejores, los más inteligentes porque “el mundo laboral no necesita brutos”. Así nos decían. Desde ahí empecé a sentir mucha ansiedad pero no me atrevía a decir nada porque sentía que estaba pasando lo que me decían los profesores: que era un bruto. ¿Cómo no iba a poder con lo que nos estaban pidiendo si hasta ahora era el primer semestre?”
A pesar de esas dificultades, Federico[1] nunca quiso compartir con nadie lo que estaba sintiendo porque se avergonzaba de “ser débil”, como él mismo lo definía. Veía a sus compañeros como personas fuertes, capaces, competitivas y a veces los veía incluso envidiosos y egoístas entre ellos. “Los que saben, no quieren compartir su conocimiento porque como todo el tiempo lo que se fomenta es una competencia para que alguno sea el mejor, obviamente nadie quiere compartir lo que sabe. Eso es horrible porque al final, no es sólo la presión de los profesores sino que además no puedo compartir nada de lo que siento con ninguno de mis compañeros”.
Como consecuencia de todo lo anterior, en el segundo semestre del 2015 Federico empezó a presentar lo que él mismo definió como crisis de angustia. Se levantaba sudando en las noches, tenía pesadillas antes de tener parciales e incluso antes de presentarlos, le sudaban las manos y llegaba a sentir mareo y náuseas. Pero ni siquiera con sus padres quería compartirlo porque no quería desilusionarlos ya que sabía el esfuerzo que ellos tenían que hacer para pagar la universidad. Como consecuencia tenía también sobre sí una presión propia de no fallarle a su familia. El problema fue que un día, previo a entrar a un examen, ya no pudo controlar sus síntomas físicos con lo cual llegó a tener un ataque de pánico: “Sentí que me iba a morir: me empezaron a sudar las manos más de lo normal, me dolía el estómago y cuando sentí que me iba a vomitar, se me voltearon las manos y ahí ya pensé que me había dado un infarto. Se enteró todo el mundo y por eso terminé en el médico”.
Federico ha trabajado sus síntomas físicos logrando superar los ataques de pánico. Sin embargo, lo que queda aun es un dolor y una inconformidad al ver que lo que promueven los profesores y en general el sistema educativo es una constante competencia entre los estudiantes. Que los profesores pueden llegar a decirles a los estudiantes que son estúpidos, poco inteligentes, incapaces y que incluso llegan a ponerlos en ridículo entre ellos cuando alguno obtiene una calificación que no es buena. Asimismo ve que entre los profesores hay una constante competencia, que incluso entre ellos se maltratan y compiten permanentemente por ser el profesor que más publicaciones tiene, que más ha leído, el que más sabe. Este ambiente y estas exigencias no permiten que se genere un trabajo en equipo: ni entre los alumnos ni entre los profesores, porque lo que importa es sobresalir de manera individual. “Yo veo que muchos de mis compañeros copian mucho y no los juzgo porque claro, al momento de aplicar a una beca, ninguna universidad va a mirar cuál ha sido el proceso de cada estudiante ni tampoco lo que ha estudiado. Lo que ven son las notas. Y lo que más me preocupa de eso es que yo he empezado a caer en ser competitivo, me he vuelto egoísta con mi conocimiento y aunque nunca me he copiado, porque de verdad nunca lo he hecho, hay momentos en que sí he empezado a pensarlo. Y no quiero ser así”.
Pensar en cambiar un sistema educativo que funciona así hace tanto tiempo y que además se refuerza diariamente por la manera como funciona el mundo, un mundo en el que uno de los ‘valores’ más importantes es ser competitivo y alcanzar objetivos sin importar el camino, en el que el fin justifica los medios, es una tarea casi imposible. Una tarea que se puede volver muy frustrante y dolorosa, como le ha pasado a Federico, quien por momentos ha llegado a cuestionarse si tal vez lo mejor sería volverse como la mayoría de sus compañeros: mal tratante, competitivo y egoísta con su conocimiento. Ese siempre es un camino que se puede tomar.
El otro camino, que también es posible escoger, es el que ha recorrido Tal Ben-Sahar, a quien le interesa que la mayor cantidad de personas se puedan beneficiar y aprender de lo que él sabe, para quien el conocimiento no solamente no es único y propio, sino que además es aun más útil cuando se comparte porque es así que se logran beneficiar la mayor cantidad de personas. Es desde esa perspectiva desde la cual Tal Ben-Sahar ha llegado a ser un hombre exitoso, por cuanto ha publicado varios libros traducidos a varios idiomas, fue uno de los profesores más reconocidos y con la mayor cantidad de estudiantes asistentes de la universidad de Harvard, creó un centro desde el cual se dictan cursos y seminarios para personas interesadas en mejorar como seres humanos. De allí que el único requisito de aceptación es saber hablar inglés y tener interés por trabajar en sí mismos. Tiene además una familia conformada por su esposa y tres hijos quienes lo acompañan en la medida de lo posible a los viajes que tiene que hacer y son su principal prioridad. Ben-Sahar pasó por ser un hombre competitivo, cayó en la trampa de pensar que para poder ser feliz, tenía que ser el mejor en todo. Hasta que perdió un torneo mundial de squash por el que se había esforzado y preparado durante meses y fue justamente ahí, cuando supuestamente había fracasado, cuando finalmente empezó a replantearse su vida y lo que aparentemente lo hacía feliz. Y gracias a eso hoy en día es una de las personas más felices del mundo sin querer decir que no enfrenta dificultades ni problemas porque como él mismo lo dice, ser el hombre más feliz del mundo no es sinónimo de no tener problemas, sino de saber cómo resolverlos para poder superarlos.
Ximena Sanz de Santamaria C.
Psicóloga – Psicoterapeuta
MA en Terapia Breve Estratégica.
Twitter: @menasanzdesanta
[1] Nombre ficticio para proteger la identidad del consultante
Tu publicación me hace sentir la necesidad de compartir mi experiencia. Hace poco terminé un posgrado en una institución reconocida en el campo de la educación y el desarrollo humano, así cómo en el campo de la investigación en niñez y juventud. En mi posgrado fui becada y siempre me interesé por dar lo mejor que tenía para aportar. En algún momento sentí que lo que escribía no era bueno o significativo para mí tutor quien nunca tenía nada para decirme. Fue pasando el tiempo y está dinámica de la no retroalimentación fue produciendo en mi mucha desconfianza frente a lo que escribía, aunque también llegué a pensar que este ser ni siquiera se tomaba el trabajo de leer. En algún momento en la investigación de Colciencias en la que participaba como requisito de mi grado realicé un muy buen ejercicio escritural en un análisis e interpretación de categorías.
Pasado poco tiempo este tutor viajó a Perú junto con dos compañeras mías de trabajo, viajaron a un congreso importante de mediación. Luego de su regreso una de nuestras responsabilidades era la escritura de un artículo colectivo de resultados fruto de nuestra investigación. Y ohhh sorpresa el documento base para la escritura del artículo de resultados era la ponencia que llevaron a Perú: LO QUE ALLÍ ESTABA ESCRITO ERA MI ESCRITO DE ANÁLISIS E INTERPRETACIÓN.
Por lo anterior, comprendí un poco porqué este ser nunca tenía nada que decir ni compartir. Cuánta inseguridad genera nuestro sistema educativo que se recurre a la copia de lo que otro hace disfrazándolo de indiferencia?. Cuando confronté a esta persona al respecto, nunca reconoció su acción, y cómo lo va a hacer si en el lugar de poder en el que está quedaría desprestigiado.
Juanis, muchas gracias por abrirte y compartir esta experiencia. Es una gran paradoja porque el sistema educativo, como funciona, lo hemos creado y construido los seres humanos y por lo mismo, nosotros mismos sufrimos las consecuencias de un sistema tan competitivo en el que pareciera que lo único importante es el resultado dejando completamente de lado el esfuerzo. Y eso es lo que paradójicamente alimenta esa misma competencia porque a la hora de dar una beca, de dar un premio, de reconocer a alguien, lo que se mira es un resultado, un número que pareciera resumir todo lo que se hizo de ahí hacia atrás. Y muchas veces ese número se obtiene de la copia, del plagio, de no hacer el esfuerzo pero como lo que importa es el resultado, el esfuerzo pierde valor.
De nuevo, mil gracias por compartir esta experiencia, por tu honestidad y tu valentía. Un abrazo grande!