Consumir para estar “bien”

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Cuando salió el primer iPod muchos fueron a comprarlo a pesar de saber que venía otro mejor. Otros decidieron esperar a que saliera la siguiente versión a pesar de que también sabían que venía otro aún mejor. Y hubo también quienes decidieron esperarse a la tercera versión que era mucho mejor que todas las anteriores, aunque también: se sabía que después vendría otra versión aún mejor.

Esa es la sociedad que hemos construido. Una sociedad de consumo en la que estamos siempre a la espera y en la búsqueda de algo más, de algo mejor, de algo ‘nuevo’. El iPod es sólo un ejemplo, como podría ser el caso de un carro que al momento de salir del concesionario pierde gran parte de su valor porque detrás viene otro mejor. El problema no está ni en el carro ni en el iPod: el problema está en que en la sociedad que hemos construido el mayor consumo no sólo es un símbolo de estatus del que es muy difícil liberarse, sino también una condición necesaria para el ‘desarrollo económico’. La creencia de que entre más “cosas” tengamos, “cosas” que no sólo incluyen todo lo material; también incluyen el conocimiento, los diplomas y títulos, los reconocimientos sociales, las relaciones sexuales, la cantidad de amigos, de planes que hace una persona en un fin de semana, etc.. Y la misma cultura del consumo nos convence que entre más consumamos, más tranquilos, más estables, más seguros y más felices seremos. Pero lo extraño es que cada vez encuentro más personas en consulta que han ido acumulando todas estas cosas, y contrario a sentirse más tranquilas, más seguras, más felices, lo que aumenta es la sensación de ansiedad, de vacío.

Conversando con una persona cercana, me decía que tenía miedo de haberse equivocado al haberle terminado a su novio. Después de dos años y medio de relación, según ella, ya no siente lo mismo que antes. “¿Cómo hago para saber si realmente es la persona con la que quiero estar el resto de mi vida? Últimamente me están gustando otros tipos y siento cosas que con mi novio ya no siento: mariposas en el estómago, nervios cuando me llaman, hasta tengo más ganas de ver a otros tipos que a mi novio. A veces pienso que nunca me voy a poder casar porque siempre llega un punto en el que me gusta más alguien distinto”.

Hace un par de meses me sorprendió mucho un consultante: un estudiante joven, inteligente, destacado académicamente, sensible, con un maravilloso sentido del humor, amable, sencillo; una persona realmente especial en muchos sentidos. Llegó a mi consultorio después de un intento de suicidio porque su vida ya no tenía sentido para él. Desde muy niño soñaba con graduarse del colegio y entrar a una buena universidad en la que aspiraba a ser monitor y profesor. Quería vivir solo y ser capaz de mantenerse por sí mismo, viajar y conocer otras ciudades de Colombia, etc. Y todo lo logró. La paradoja es que fueron esos mismos logros los que lo llevaron a querer quitarse la vida: alcanzar todas sus metas lo hizo sentir que la vida iba perdiendo sentido porque no tenía nada más por qué luchar, por qué vivir. “Ya he hecho todo lo que me he propuesto, pensando que a medida que fuera alcanzando esas metas, iba a sentirme cada vez más realizado, más tranquilo, con menos ansiedad. Pero me ha pasado todo lo contrario: me siento cada vez más vacío”.

Es imposible encontrarle un verdadero sentido a la vida más allá de la acumulación de cosas materiales, de conocimientos, de amigos, de estatus social, de reconocimiento, de ‘la pareja perfecta’, de emociones nuevas cada vez más fuertes, etc., en un mundo como el que hemos construido. Como este estudiante, todos estamos diariamente ‘bombardeados’ con la idea de que a medida que vayamos alcanzando nuestras metas –todas externas-, tendremos una vida más plena, más tranquila, más feliz. No nos damos cuenta que si nuestra vida depende de esas metas externas, en algún momento dejará de tener sentido. Por eso hemos comenzado a trabajar con él en sí mismo para que pueda descubrir quién es, y por esta vía liberarse de lo que exige el medio y encontrar por sí mismo, con verdadera libertad, cuál es el sentido de su vida. Ha sido fascinante ver cómo él mismo ha empezado a disfrutar cosas muy cotidianas, como bañarse con agua caliente y hacer sus vueltas a pie en vez de coger cualquier tipo de transporte.

En más de una ocasión las personas saben que no necesitan lo que están comprando, que no se quieren ir de fiesta, que no les interesa tomar el diplomado que les dicen que deben tomar, que no se quieren tomar el trago que les están ofreciendo, etc. Pero acaban cediendo porque están tiranizados por la creencia que todo eso les va a dar más aceptación en el medio que se mueven, estatus, tranquilidad, seguridad en sí mismos, etc. Y es explicable porque mientras están de compras, tomándose un trago, recibiendo un diploma, sienten satisfacción, seguridad, ‘felicidad’. Pero todas esas sensaciones desaparecen en muy poco tiempo porque siempre surge de nuevo la necesidad de “consumir” algo más, algo ‘nuevo’.

Si el sentido de la vida de una persona depende del consumo, en el mediano y largo plazo la sensación de vacío y frustración será cada día más profunda y sobre todo, más difícil de erradicar. Pero si empezamos a cuestionarnos nuestra creencia de consumir para estar “bien”, dejando de darle tanta importancia a las metas externas para empezar a ponernos ‘metas internas’, lograremos encontrarle un sentido más profundo a la vida. Un sentido que va a depender de la capacidad que tenga cada uno para trabajar en las debilidades que todos compartimos: el egoísmo, la crítica, el juicio hacia los demás, estar hablando mal de otras personas, la envidia, el orgullo, etc. Todas cosas que se manifiestan en nuestra vida cotidiana, en diferentes situaciones y momentos que cada uno identifica y por lo mismo, puede empezar a cambiar, a hacer diferente. De esa manera se irán estableciendo metas internas que en nada dependen del mundo externo. Así se conquista la verdadera libertad.

Ximena Sanz de Santamaría C.
ximena@breveterapia.com
www.breveterapia.com

Artículo publicado en Semana.com el 6 de diciembre de 2011

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