El miedo transformado en oportunidad y fortaleza
“Tu peor enemigo no te puede dañar tanto como tus pensamientos. Ni tu padre, ni tu madre, ni tu amigo más querido, te pueden ayudar tanto como tu mente disciplinada”- Buda.
“Los miedos…pueden hacernos sentir que nos vamos a enloquecer. Nos hacen sentir débiles, temerosos, enojados, vulnerables y quisiéramos no sentirlos. Pero queramos o no, aparecen; y a veces, aunque intentemos desesperadamente desaparecerlos, no se van. Paradójicamente, hoy puedo decir por mi propia experiencia que los miedos fortalecen, y mucho.
Durante mi infancia escuché relatos de personas que pasaban por situaciones muy angustiosas y siempre admiré la fortaleza con la que salían adelante. Por mi parte, nunca me imaginé pasando por algo así; por alguna razón siempre me sentí muy protegida. Sólo recuerdo un episodio en el que sufrí mucha angustia, cuando le hicieron el paseo millonario a mi mamá. Pero después de eso volví a ser una niña segura, contenta y “normal” (lo pongo en comillas porque hoy la definición de normal para mí ha cambiado, no creo en los opuestos, no creo en lo normal y lo anormal, creo que todos simplemente somos).
Soy psicóloga, apasionada por mi carrera y por contribuir a generar cambios en la vida de las personas. Soy sensible, empática, y esto me ha permitido ejercer mi carrera con éxito. A su vez, esta empatía me ha facilitado reconocer mis propias emociones. Sin embargo, no siempre he sabido manejarlas. Por eso creo que muchas veces en vez de enfrentarlas, lo que hice fue reprimirlas. Y lo hice distrayéndome en el día a día con lo mundano y los aspectos externos. Pero reprimir, al final, no es otra cosa que aplazar y eventualmente hay que enfrentar lo que queremos esconder.
Hace poco menos de un año pasé por una etapa –tal vez la más difícil que he vivido hasta ahora– de ansiedad y miedos que no me permitían fluir en mi día a día; llegaron a ser tan fuertes y tan invalidantes que sentí terror hacia la vida, ganas de morirme, de tirar la toalla.
Todo empezó un día como cualquier otro. Estaba distraída, pensando en lo que iba a hacer el fin de semana, completamente alejada del momento presente. Esta ausencia mental empezó a cambiar cuando en el chat con mis amigas empezaron a llegar mensajes sobre un asesinato que había ocurrido el día anterior en la ciudad. Empecé a leer los mensajes y sentí algo distinto a lo que normalmente sentía cuando me enteraba de algo así. La sensación fue tan fuerte que no pude ignorarla. Antes reaccionaba como lo hace la mayoría de las personas: se cuestionan, sienten dolor por un momento, compasión por el otro, pero rápidamente pasan la página y olvidan lo que pasó. Para mí esta vez fue diferente, ¡muy diferente! No pude desengancharme de la noticia, ni volver a lo que estaba haciendo, me quedé totalmente inmersa en lo que había ocurrido.
Quizá por ser psicóloga, siempre he querido entender por qué las personas cometen este tipo de actos, así que empecé a comentar la noticia y a leer artículo tras artículo sobre la investigación. Sin darme cuenta, me estaba obsesionando con la noticia y consolidando un miedo incontrolable hacia ese tipo de personas, un miedo que en cuestión de días me iba a carcomer la cabeza. No podía parar de pensar en ese tipo de asesinatos, me los imaginaba constantemente y aunque trataba de pararlos voluntariamente, me dominaban por completo. Mi día a día se empezó a convertir en una lucha constante contra mi mente. Intentaba tranquilizarme pensando que estas personas no estaban cerca de mí y que todo era una historia mental. Pero no me daba cuenta que cada vez que intentaba calmarme a través de respuestas tranquilizadoras, me llegaba una nueva imagen o pregunta, hasta quedar atrapada en un círculo vicioso sin salida.
En la medida que aumentaban las preguntas y respuestas, aumentaba también la ansiedad, hasta el punto que sólo tenía dudas y había perdido completamente cualquier certeza. Pensar que las personas a mi alrededor eran buenas ya no me consolaba porque ahí mismo dudaba: ¿Será que sí? ¿Y si no son buenas? ¿Y si en el fondo son como esa persona que parecía ‘normal’ y de repente cometió un acto atroz contra otra persona? Desde este momento empezó la peor tortura mental que he vivido. Me la pasaba horas investigando estas personalidades para poder identificarlas y asegurarme de poder diferenciarlas. Buscaba señales en las personas que me rodeaban con el fin de estar completamente segura que no eran peligrosas. ¡Me estaba volviendo loca!
Mis relaciones con los demás empezaron a cambiar. Mientras hablaba con alguien, mi mente volaba en miles de pensamientos locos; no podía compartir con alguien sin estar juzgando y sin estar totalmente inmersa en mi mente. Era una sensación asquerosa. Yo lograba darme cuenta de esto porque había una parte de mi mente, la “racional”, que podía observar mi situación desde afuera. Sabía que estaba sufriendo de un miedo irracional, que estaba completamente enganchada con mis pensamientos, pero no podía parar. Era como si dos personas estuvieran peleando dentro de mí: una de ellas sabía que me estaba volviendo loca y quería pararlo, y la otra era la loca que se creía todo lo que el miedo le decía. Y lo peor es que siempre ganaba la loca.
Soñaba, me levantaba y me dormía con eso. Fue tal mi obsesión, mi paranoia, que dejé de hacer ejercicio, dejé de comer e incluso dejé de hacer actividades con mis amigas. Me sentía cansada y deprimida. Me daba pánico salir a la calle porque sabía que en el momento que observara a alguien, mi mente iba a empezar con la búsqueda de señales. Y ni siquiera estando en mi casa descansaba porque el miedo me acompañaba a todos lados. Sentir miedo es una sensación muy desagradable, pero no poder controlarlo, es un infierno. Sentí que estaba perdiendo la vida, que un ente externo la controlaba, que no tenía voz ni voto en lo que mi mente pensaba, y lo peor: sentí que me estaba volviendo loca. Y ese es el mayor miedo de un psicólogo, qué paradoja.
Ya habían pasado tres semanas que parecían meses infernales y a pesar de eso, aún no había buscado ayuda. Me sentía avergonzada de aceptar que la necesitaba. Para ese momento, ya estaba varios kilos más delgada, con ojeras, triste, cansada y atemorizada. En este punto ya había tenido inicios de ataques de pánico donde temblaba, perdía la respiración, y lloraba sin parar.
Meses antes de mi crisis, había buscado a una psicóloga experta en Terapia Breve Estratégica porque quería conocer sobre esta corriente. Ella se había vuelto un referente académico y laboral al que le tenía mucho respeto. Por lo mismo, paradójicamente, me costaba aún más trabajo pensar en llamarla, esta vez, como paciente. Fue una decisión difícil para mí, para mi autoestima y mi ego, pero sabía que era el único camino. Cuando finalmente la llamé, me encontré con una persona totalmente profesional que nunca juzgó mi situación y que se dispuso inmediatamente a ayudarme. Recuerdo decirle que me sentía loca y ella me respondía: “Valen, ¿qué es estar loca o no estarlo?” Yo me quedaba pensando en esa pregunta y después me decía: “La definición de loca la creas tú misma y es limitante”. Así fue que empecé a construir una creencia que incorporé a mi vida, de la cual ya hablé antes, que establece que las personas no son normales o anormales: solamente son.
El proceso que seguía no era fácil y requería de algo difícil: enfrentarme al miedo. Hoy puedo decir, después de haberlo vivido, que el éxito de esta terapia está en evocar los miedos hasta llegar a mirarlos a la cara para hacerlos desaparecer. Es dejar de evitar el miedo y darse cuenta que en el momento en el que se enfrenta, el miedo pierde fuerza. Evocar mis miedos, verlos y aceptarlos, fue desafiante. Había días en que no quería hacerlo, pero cuando vencía esa resistencia y lo hacía, por alguna extraña razón, descansaba, sentía alivio. Así supe que este era el camino.
Día tras día sentía un avance. Tenía días en los que me sentía tan bien, que me confiaba y pensaba que ya estaba perfecta. Pero al otro día me levantaba y el miedo parecía más fuerte que nunca. Así aprendí que las recaídas son parte de los procesos humanos y que los cambios no se dan de un día para otro. Esto requiere de uno como paciente confianza en el terapeuta, en el proceso, y más aún, en los propios recursos. Yo perdí mucho tiempo juzgando mi situación, pensando cómo sería todo si el miedo no estuviera, queriendo entender el porqué de las cosas. Este proceso me permitió dejar de juzgar, y empezar a actuar. Aunque aún no considero que sea una persona completamente sana de miedos –lo cual es imposible porque el miedo es necesario para la supervivencia -, nunca los volví a experimentar de la misma manera. Ahora entiendo que el problema no son los miedos en sí, sino el manejo que hacemos de ellos cuando aparecen.
Quiero darle las gracias a Ximena por permitirme encontrar la fortaleza que hay en mí, y darme la guía y las herramientas para darme cuenta de todo el poder que tengo. Gracias a los que estén leyendo este relato por tomarse el tiempo de escucharme. Espero poder generar algún cambio en sus mentes, que los motive a actuar frente a sus angustias y a perderle el miedo –y tal vez la vergüenza- a buscar ayuda. Buscar ayuda no es sinónimo de debilidad, sino de todo lo contrario: de fortaleza, humildad y seguridad. Y esto, por poder reconocer en uno mismo la necesidad de otro para salir de un problema. Y que gracias a esa ayuda es que uno puede ir recuperando la confianza en uno mismo para seguir transitando la vida de manera más consciente, sabiendo que las respuestas siempre están dentro de uno mismo. Hoy entiendo que nuestro trabajo no está en buscar la perfección, sino en cambiar y transformarnos cada vez que sea necesario”.
“Así como una serpiente muda su piel, debemos mudarnos de nuestro pasado una y otra vez”.
Buda.
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