Demostración con paciente de Duda Patológica Terapia Breve Estratégica
Giorgio Nardone: “Tenemos que habituarnos a vivir con la probabilidad y no con la certeza”
tomado de: http://www.lavanguardia.com/vida/20160420/401241580667/giorgio-nardone-probabilidad-certeza-miedo-decidir.html?utm_campaign=botones_sociales&utm_source=facebook&utm_medium=social
El miedo a decidir es una las pandemias que sufre la sociedad actual, tal y como defiende este psicólogo italiano
Cada día tomamos decisiones. A cada momento. A veces somos más conscientes de ello, otras ni nos damos cuenta; unas son más banales, otras más trascendentales. Pero siempre estamos tomando decisiones. Y es que la vida nos obliga continuamente a elegir. Pero no por habitual, esta práctica sea más placentera. Todo lo contrario. Hay personas que tienen miedo a decidir, que sienten pánico ante la idea de tener que escoger. Y eso las puede llegar a incapacitar en su día a día, porque como asegura el psicólogo Giorgio Nardone en su último libro, El miedo a decidir, un día u otro nos tocará decidir.
Delegar la responsabilidad de elegir en otros, explica Nardone, es una de las tácticas que utilizan estas personas ante el pánico que experimentan frente a una elección. “Pero sólo eres libre cuando eres responsable de tus decisiones”, explica el psicólogo italiano a La Vanguardia. “Es un gesto de libertad diaria, pero la mayoría quiere menos responsabilidad, cuando en realidad, a mayor responsabilidad, mayor libertad”, remata.
Sólo eres libre cuando eres responsable de tus decisiones
Ante la toma de una decisión, hay cinco miedos, según Nardone, que pueden entrar a escena: el miedo a equivocarnos, a no estar a la altura, a exponerse al juicio de los demás, a perder el control y a la impopularidad. El primero es el más recurrente, quizás el más universal, y es que “queremos evitar el error”, esgrime este psicólogo. Mientras que tras el segundo puede esconderse una baja autoestima, o lo que vendría a ser lo mismo: la idea de no ser capaz “de tomar la mejor decisión”, como relata en el libro este especialista, creador de la Terapia Breve Estratégica y uno de los mayores exponentes de la llamada Escuela de Palo Alto.
El miedo a exponerse al juicio de los demás, como el de equivocarse, quizás sea uno de los más extendidos, aunque seguramente constituya uno de los más paradójicos. Y lo es por el simple hecho de que lo que piensen los demás de una persona trasciende al control de ésta. Es una utopía querer controlar los juicios de los otros, como lo es querer tener la certeza de que seremos capaces de controlar la nueva situación que se derive de la toma de una decisión. Ya lo decía Buda: “La búsqueda de certidumbre conduce a la incertidumbre”. “No hay que caer en la trampa del exceso de rigor”, escribe Nardone en su última obra, y es que “conduce a la asfixia de la capacidad”. “Tenemos que acostumbrarnos a vivir con la probabilidad y no con la certeza, porque de ahí sólo partimos hacia la inseguridad y al bloqueo”, agrega.
Con respecto al miedo a la impopularidad, Nardone resume su punto de vista a través de una sentencia muy explícita: “Saberse amado es una necesidad primordial, pero la necesidad de sentirse amado por todos es su expresión disfuncional”. Al final todo se reduce a lo que hace ya más de 1.500 años sentenciaba el filósofo estoico Epicteto: “No son los hechos en sí los que perturban a los hombres, sino los juicios que los hombres formulan sobre los hechos”. Una idea, ésta, que Nardone remata en su libro citando a Ludwig Wittgenstein, quien aseguraba que “la realidad es el fruto del lenguaje que utilizamos para describirla”.
Preguntas incorrectas
Hay que tener en cuenta también que, a veces, la respuesta a un dilema se convierte en una quimera porque la pregunta está mal planteada y, en consecuencia, no tiene solución, tal como defendía Immanuel Kant. “O concretamos las preguntas o lo único que hacemos es crear contextos indecidibles”, señala Nardone. Para este psicólogo también es necesario acabar con la idea falaz de la existencia de decisiones irrevocables, porque es un planteamiento incierto. Muchas veces se puede deshacer lo hecho.
La realidad es el fruto del lenguaje que utilizamos para describirla
De lo que relata Nardone en ‘El miedo a decidir’ se extrae la idea de que lo más importante a la hora de elegir es la gestión del miedo. “Sólo quien ha tenido miedo puede ser valiente; lo demás es únicamente inconsciencia”, arguye el psicólogo italiano en su libro. Y es que para él es evidente que todos tenemos miedo, pero la diferencia entre el valiente y el miedoso es que “el primero lo acepta y lo gestiona, mientras que el segundo no lo acepta y lo sufre”. En consecuencia, es evidente que el camino a seguir no es evitar el miedo, ya que “cuanto más se evita”, esgrime, “más se alimenta”.
Este psicólogo asegura que la única vía para superar el miedo es evocándolo. Vendría a ser como lo que defendía en su día William Shakespeare, quien postuló que “el loco es aquel que intenta expulsar su propia sombra y se pierde en ella”. Nardone habla de practicar la “tortura voluntaria”, que consiste en dedicar cinco minutos al día a evocar pensamientos e imágenes no deseadas para que la mente acabe rechazándolas con el tiempo. “Es la estrategia de echar más leña al fuego”, apunta.
Así pues, todo se reduce a tener la capacidad de enfrentarnos a nuestros miedos a la hora de decidir, algo relativamente fácil de teorizar pero difícil de llevar a la práctica. Pero lo cortés no quita lo valiente, y como reza un conocido koan japonés: “Aplazar las decisiones nos hace perder la capacidad de decidir”.
PERVERSIÓN DE LA INTELIGENCIA
Giorgio Nardone: «Es una perversión de la inteligencia creer que la razón lo solventa todo»
Este psicólogo, reconocido internacionalmente, defiende que todos podemos ser víctimas de la duda patológica
Creador de la Terapia Breve Estratégica, y considerado como uno de los mayores exponentes de la llamada Escuela de Palo Alto, este profesional de la psicología lleva más de veinte años solucionando los problemas psicológicos de sus pacientes en su centro de Arezzo (Italia), fundado juntamente con quien fuera su maestro, Paul Watzlawick. Reconocido internacionalmente como uno de los terapeutas más creativos y rigurosos, es autor de casi una treintena de libros. El último, acaba de ver la luz: Pienso, luego sufro.
Su último libro versa, en esencia, sobre la duda patológica. ¿De qué hablamos cuando hacemos referencia a este concepto?
Es cuando un sujeto entra dentro de un laberinto mental, donde la persona continuamente intenta obtener respuestas correctas a través de preguntas mal formuladas. Este laberinto se transforma en una trampa mortal que, en su máxima expresión, puede llevar a un trastorno obsesivo paranoico y psicótico. Kant decía que antes de pensar en la respuesta, hay que analizar si la pregunta que nos hacemos es correcta.
Nos obsesionamos en obtener la respuesta que nos tranquilice, cuando partimos de una pregunta errónea…
Esa es la trampa. La necesidad de encontrar la seguridad es, a la vez, una imposición para encontrar una respuesta tranquilizadora. Cuanto más busques las respuestas, más surgirán las preguntas.
¿Se trata de una anomalía que la modernidad ha acentuado?
Sin duda, porque la modernidad ha incrementado la idea de que el ser humano puede tener el control de todo. La ilusión de que a través del razonamiento racional yo puedo manejarlo todo crea una confrontación frente a la realidad. Y cuando esto sucede, la persona que la padece se desmorona.
Aunque parezca contradictorio, usted defiende que con la llegada del razonamiento apareció también la duda…
Así es. La duda y el razonamiento racional son complementarios. Si yo busco una respuesta racional a una pregunta que no tiene solución, que es indecidible, entraré en una trampa de la que no podré escapar.
¿Todavía somos víctimas de los postulados de Platón y Aristóteles, quienes apostaban por un control racional de la realidad?
Efectivamente. Aristóteles decía: verdadero o falso, y excluía una tercera posibilidad. Pero en la realidad hay cosas que no son ni verdaderas ni falsas, sino que son las dos cosas al mismo tiempo. Es la paradoja de la ambivalencia lógica. Por ejemplo, tú estás con tu mujer y la quieres mucho. Pero ella, antes que contigo, compartió la vida con otro hombre. Tú le preguntas si le quería, y ella te responde “sí, pero a ti te amo más”. Ahí está la ambivalencia. Lo que dice ella es verdadero y falso al mismo tiempo. En la mayoría de las relaciones afectivas, la ambivalencia es mucho más frecuente que la racionalidad. Y es por esa razón. Cuando quiero resolver un problema basado en la ambivalencia a través de un razonamiento racional, creo una duda patológica.
Conclusión: “De lo que no se puede hablar, es mejor guardar silencio”, como dijo Wittgenstein, al que usted cita.
Naturalmente [risas].
¿Todos podemos ser víctimas de la duda patológica?
Absolutamente, porque es una perversión de la inteligencia. La ilusión de creer que la razón lo solventa todo es una perversión de la inteligencia. A más inteligente la persona, más riesgo tiene de caer en la trampa.
Entonces, ¡viva la ignorancia!
¡No! Los ignorantes tienen la misma cantidad de dudas patológicas que las personas inteligentes. Lo que pasa es que se hacen preguntas más simples, pero caen en el mismo problema. Te pondré un ejemplo. Un hombre le dice a su mujer: “Me voy con los amigos de borrachera”. Y la mujer le contesta, “diviértete cariño” [risas]. El hombre pensará, “¿cómo es posible que mi mujer me de esa contestación?”. Es una paradoja, ¿no? Por tanto, no es un canto a la ignorancia lo que digo. Precisamente, para salir de la duda patológica se necesita un salto lógico que requerirá inteligencia. Porque para convivir con la lógica de la ambivalencia se necesita no sólo inteligencia, sino también una flexibilidad mental y una capacidad de mirar las cosas desde diferentes perspectivas.
¿Qué problemas acarrea ser víctima de la duda patológica?
La persona que la padece necesita estar tan segura antes de tomar una decisión que acaba por ser incapaz de decidir algo rápido. Este sería el primer efecto. Dicha realidad puede conducir al segundo efecto: la incapacidad de tomar decisiones. Y si el problema persiste, la situación se puede complicar patológicamente hasta llegar a la total invalidación de la persona.
La duda patológica adopta multitud de formas. Usted hablaba de la perversión de la razón, de la inteligencia, pero estaría también la figura del inquisidor interior…
Así es. El inquisidor interior es el que te dice que “tú siempre eres el culpable de todo”. También existe el saboteador interior. Es el que te va diciendo que no estarás a la altura de la circunstancias, “que no tienes suficiente capacidad”. Y el perseguidor interior es el que defiende que “tarde o temprano las cosas irán mal”. Todas ellas son formas de duda patológica. Este descubrimiento deriva del estudio de las estrategias que nosotros llevamos a cabo desde hace muchos años. Descubrimos cómo el problema trabaja a través de la estrategia que lo soluciona. La solución que resuelve el problema indica cómo éste se estructura. Esto conlleva que utilicemos diferentes estrategias para resolver las diferentes formas de duda patológica.
¿Y todos tenemos ese inquisidor, ese saboteador interior?
Efectivamente. Ya sea el inquisidor, o el saboteador, o la perversión de la razón. No tenemos la capacidad de hacerles frente si no tenemos en cuenta el equilibrio que debe haber entre las preguntas y las respuestas. Cuando aparece una duda que no tiene solución, ninguna respuesta la bloqueará.
Para invalidar la duda patológica, usted sugiere bloquear la respuesta que nos damos. ¿Por qué no la pregunta?
Cuantas más preguntas intentes bloquear, más preguntas crearás. Si yo me opongo a la pregunta, surgen más. Si yo, por el contrario, acepto la pregunta e intento bloquear la respuesta, atenuaré, inhibiré, la pregunta. La respuesta depende de ti, la pregunta no, simplemente surge, aparece.
Y cómo hacer frente a una duda que se ha convertido ya en obsesión y que nos corroe por dentro…
Primero, intentamos explicar a la persona la trampa en la que ha caído. Una vez hecho esto, explicamos las dos posibilidades que hay. La primera, bloquear la respuesta para inhibir la pregunta. Si la persona no es capaz de llevarlo a cabo, pasamos a la segunda opción. Se trata de escribir el desesperante diálogo interior que acosa a la persona: duda, respuesta, duda, respuesta… A medida que van escribiendo, son más capaces de bloquear las respuestas para inhibir las preguntas. Es una estrategia que funciona.
Si practicamos esta gimnasia mental que usted propone, ¿acaba uno por automatizarla?
La psicología aspira a encontrar el estado de tranquilidad total, pero no existe. Tú puedes ser el mejor en el control de tus emociones, con esta gimnasia mental de bloquear las respuestas para bloquear las dudas que surgen, pero cuanto más inteligente seas, más problemas te surgirán para que los intentes resolver. Einstein escribió: “Mayor es mi capacidad de descubrir, más misterios me van surgiendo”. No hay tregua. En las artes marciales chinas, hay una imagen bonita que lo explica. Se enfrentan los dos mejores maestros. Uno tiene una técnica de ataque, el otro la anula con una buena defensa. El primero utiliza otra, el segundo vuelve a neutralizarla. Una nueva llave recibe la misma respuesta… y así hasta el infinito. Estamos predestinados a bregar con nosotros mismos hasta el final de nuestros días.
«El sentido de la vida cambia con la vida”
El filósofo alemán Emmanuel Kant, decía que la gran mayoría de los problemas de los seres humanos derivan, no de las respuestas que se dan, sino de las preguntas que se hacen (Nardone, 2009). Hacerse preguntas, cuestionarse, dudar, es una característica humana muy importante porque es la que en gran parte ha llevado al desarrollo de la humanidad. Los avances en la ciencia, la tecnología, la medicina, entre otras, se han dado gracias a la curiosidad de los seres humanos y al interés por adquirir un mayor conocimiento y bienestar. En el campo de las matemáticas, de la física, de las ‘ciencias duras’, son importantes las preguntas que impulsan a los seres humanos a buscar una respuesta. El problema es que en el mundo de las relaciones humanas, de la vida humana, muchas de las preguntas que se hacen las personas no tienen una única respuesta, o más aun, no tienen respuesta. Y esa falta de respuestas engendra con frecuencia más dudas e interrogantes que, como la pregunta inicial, tampoco tienen respuesta. y esta incertidumbre termina generando en las personas sensaciones como angustia, ansiedad, desesperanza y miedo, que pueden volverse insoportables.
Preguntarse cuál es el sentido de la vida no es algo nuevo. El ser humano, desde sus inicios, ha estado en la búsqueda de una única respuesta a esta pregunta. Y a pesar de todos los intentos por lograrlo, es una pregunta que sigue vigente para todos. Es posible que la razón sea que no existe una única respuesta teniendo en cuenta que todo en la vida va cambiando y el sentido de la vida no es la excepción.
El sentido de la vida no sólo cambia de una persona a otra: cambia también en función de la edad, del contexto, de la cultura en la que está inmersa cada una; cambia teniendo en cuenta las creencias y las experiencias. El sentido de la vida no es el mismo para un niño que está empezando el colegio que para una persona que está terminando la universidad; como tampoco es el mismo para una persona que lleva luchando años contra una enfermedad como el cáncer, que para una persona que jamás ha tenido que enfrentar una enfermedad grave. El sentido de la vida es necesariamente diferente para una persona que cree en Dios que para un ateo. No porque sea mejor una creencia que la otra, sino simplemente porque son creencias distintas que le dan a la vida un sentido diferente.
“Cuando entré al mundo laboral, el sentido de la vida estaba en tener dinero, carros, en poder hacer grandes viajes, en vivir en Nueva York porque es la capital del mundo. Ahora me doy cuenta que esas son ilusiones y trampas de mi mente. En este momento el sentido de la vida está para mí en ser capaz de vivir el presente, de disfrutar del minuto que estoy viviendo sin pensar en el que venga después. Y aunque todavía me falta lograrlo para cada minuto del día, el simple hecho de hacerlo consciente y de lograrlo de vez en cuando, le ha cambiado completamente el sentido a mi vida”, me decía un hombre después de haber ‘batallado’ durante años tratando de encontrar una única respuesta a una pregunta que no la tiene.
Preguntarse en abstracto cuál es el sentido de la vida con la pretensión de encontrar una respuesta intelectual, racional, que permanezca en el tiempo y tenga validez universal, conduce a una batalla que está perdida de antemano porque implica desconocer que cada individuo es único, diferente a los demás, como lo son también cada momento de vida y cada experiencia. Pero sobre todo desconoce el hecho de que para poder saber, hay que vivir primero, porque es sólo a través de la experiencia que es posible llegar a una respuesta. Experiencias distintas conducen a creencias distintas y a respuestas distintas, tal como le ocurrió a la persona que, mientras se mantuvo deslumbrada por el mundo laboral en un banco, el sentido a la vida estaba en la posesión de cosas materiales; pero al cabo de un tiempo, después de vivir la experiencia, el sentido de la vida cambió. Y así pudo descubrir que el problema real no estaba en encontrar la respuesta sino en la pretensión de encontrarle una respuesta única a la pregunta que se estaba planteando: “Lo más importante de este descubrimiento para mí ha sido ver que el sentido de la vida cambia y que no es posible encontrarlo a través de la cabeza, de la mente. Hay que vivir para poder saber”.
Quizás el sentido de la vida se ha buscado utilizando los mismos métodos que se emplean en las ciencias duras, pero en este caso para responder a preguntas de la trascendencia de las que todos nos planteamos permanentemente –con o sin conciencia de ello- sobre el ‘sentido de la vida’. ¿Será esta una de nuestras más grandes equivocaciones? Me atrevo a pensar que sí, y es mucho el daño que nos hace. El sentido de la vida no se encuentra, no se obtiene a través de una pregunta lógica que busca una respuesta como en una fórmula matemática: se obtiene a través de la experiencia. Y esta es maravillosamente única para cada persona. Viéndolo desde esta perspectiva, es posible pensar que cada ser humano puede llenar de sentido la vida que lleva.
Ximena Sanz de Santamaria C.
Psicóloga-Psicoterapeuta Estratégica